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"...y formarán un solo rebaño, con un solo pastor" (Jn 10, 16)
La Semana de oración por la Unidad de los Cristianos brinda la oportunidad de plantearse algunas cuestiones particularmente actuales: ¿Qué es el ecumenismo? ¿Por qué es importante el “testimonio común” de los cristianos? ¿Qué posibilidades existen en la “colaboración ecuménica”?
1. El “ecumenismo” (la tarea a favor de la unidad de los cristianos), se lleva a cabo de diversas formas: teológico o doctrinal (“diálogo ecuménico”), entre especialistas; institucional, entre las autoridades de la Iglesia Católica y de las distintas confesiones cristianas; espiritual, a partir de la oración de los cristianos; pastoral o práctico, con la colaboración de los cristianos entre sí en los ámbitos de la caridad, el bien común, la ayuda social y cultural, etc.
Los dos últimos niveles corresponden a todos los cristianos. Y es importante que cada uno se proponga colaborar, aunque piense que su aportación es solo un granito de arena.
Esto pide de cada cristiano una continua y efectiva renovación espiritual, enraizada en la oración y manifestada en la conducta. Requiere subrayar los valores éticos y ejercitar las virtudes: la comprensión, la paciencia y sobre todo la caridad con los demás cristianos, en los juicios, palabras y comportamientos; junto con la humildad para reconocer las faltas propias contra la unidad y la disposición al perdón recíproco. Todo ello debe estar presidido por la verdad.
Por otra parte, cada año se propone un tema que centra la oración y la colaboración ecuménica. El de este año —sobre la base de la propuesta de un grupo ecuménico de Jerusalén— es: “Unidos en la enseñanza de los apóstoles, la comunión fraterna, la fracción del pan y la oración” (cf. Hch 2, 42).
Recordando estas características de la primitiva Iglesia de Jerusalén, hoy día los cristianos de esa ciudad luchan, en medio de las dificultades, por alcanzar la unidad más allá de las palabras, primero entre ellos y después con otros (en Jerusalén, entre palestinos e israelíes; en otras comunidades, la justicia y la reconciliación en diversos contextos).
2. Entre las intenciones de Benedicto XVI en relación con la unidad de los cristianos, está el testimonio común de los cristianos acerca de la paternidad divina (cf. Intenciones para el apostolado de la oración, mes de Enero 2011). Es decir, que todos juntos manifestemos, sobre todo con nuestra conducta, que Dios es nuestro padre. La paternidad amorosa de Dios es la gran novedad que Jesucristo trajo a los hombres y transmitirlo a los que nos rodean, el don más grande que podemos hacerles. Por ello es muy importante que nos esforcemos con obras en darlo. Y el más creíble testimonio de la paternidad es el esfuerzo por vivir la fraternidad, primero entre los cristianos, y después entre todas las personas.
En la práctica, esto pide: evitar las críticas y polémicas internas dentro de la propia confesión (¡en el caso de los católicos, entre nosotros mismos!); rechazar las polarizaciones ideológicas y las recriminaciones respecto de otras comunidades cristianas o eclesiales; omitir las expresiones y los gestos que puedan herir los sentimientos de otros cristianos; fomentar la comunicación, las informaciones y el contacto con ellos; cultivar las buenas relaciones en las familias, vecindarios y ambientes de trabajo, entre los cristianos y entre todos.
Los jóvenes pueden encontrarse con otros cristianos para profundizar en su fe, trabajar por la reconciliación —sobre todo en algunas regiones más proclives a los conflictos entre cristianos—, comprometerse en actividades de oración, estudio y colaboración sobre temas sociales y culturales.
3. En cuanto a la “colaboración ecuménica”, un cristiano no puede quedarse indiferente ante las necesidades materiales o espirituales de los demás. Hoy su contribución a la salvación puede ser más eficaz si la hace junto con otros cristianos, porque esa unidad es un testimonio de fe. Con otras palabras: las separaciones actuales entre los cristianos son, ciertamente, un límite y un obstáculo a la evangelización; pero la colaboración conjunta a favor de otros puede ser, también para los cristianos mismos, un don que les ayude a redescubrir lo que les une y vencer los obstáculos a la unidad, en orden a la misión que todos los cristianos han recibido de Dios.
Los ámbitos posibles de la colaboración ecuménica son muchos y variados. Los católicos contamos con las orientaciones de la Iglesia para el ejercicio del ecumenismo (cf. Directorio para el ecumenismo, 25-III-1993).
a) En el ámbito bíblico y litúrgico, mediante la oración y la celebración conjunta de la fe, en los modos convenientes, pues “cuando los cristianos rezan juntos, con una sola voz, su testimonio común alcanza los cielos, pero también se escucha en la tierra” (Directorio, n. 187).
b) En el ámbito catequético y formativo, subrayando la verdad que nos une y explicando las diferencias de las confesiones cristianas (y, más allá, con otras religiones), pero no con espíritu agresivo sectario, sino con amor y respeto.
c) En el ámbito misionero e interreligioso, mostrando que somos capaces de superar las divisiones humanas, también en materias tan delicadas como las religiones. Como consecuencia, aumenta la credibilidad del Evangelio. Junto con los judíos, los cristianos hemos de luchar contra el antisemitismo, el fanatismo religioso y el sectarismo (cf. Directorio, n. 210).
d) En el ámbito social, cultural y ético, mediante la promoción de los valores cristianos y humanos fundamentales (la dignidad de la persona humana y la cultura de la vida, la libertad religiosa y los demás derechos humanos, la paz y la justicia); luchando contra el hambre, la ignorancia o la pobreza, y con la atención particular a los más débiles (como los inmigrantes y los refugiados) sin dejarse llevar por intereses puramente ideológicos o políticos; fomentando el cuidado de la tierra; promoviendo la educación para el uso crítico de los medios de comunicación.
e) Por último cabe la colaboración y la coordinación ecuménica en algunas situaciones especiales, como los hospitales, las prisiones y el ejército, las universidades, los grandes complejos industriales y el ámbito, ya citado, de las comunicaciones sociales.
Todo ello puede llevarse a cabo mientras se proporciona una formación ecuménica adecuada a las diversas circunstancias de las personas, y de acuerdo con las autoridades religiosas correspondientes.
Por lo que afecta a los educadores cristianos, «como evangelizadores —señaló Pablo VI— debemos ofrecer a los fieles de Cristo, no la imagen de hombres divididos y separados por litigios nada edificantes, sino la de personas maduras en la fe, capaces de encontrarse más allá de las tensiones reales gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad. Sí, la suerte de la evangelización está ciertamente unida al testimonio de unidad dado por la Iglesia. Es ésta una fuente de responsabilidad, pero también de consuelo» (Evangelii nuntiandi, n. 77).
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