La fe en Jesucristo se prueba mediante la fe en su Iglesia, con todas las peripecias históricas y con todas las miserias de los hombres que la integran en cada época. Solo quien supere el escándalo de "la Iglesia pecadora" será verdadero discípulo del Jesucristo el galileo. Esta es la gran prueba para el corazón de los hombres y la luz para iluminar el problema del mal en el mundo
En el libro entrevista "Luz del mundo", Benedicto XVI reconoce que el Jesús de la fe es el Jesús de la historia. El método histórico-crítico permite sostener esa afirmación pero, según otros, no lo permite. Porque solo es un buen instrumento en manos de un investigador sin prejuicios.
Despojarse de prejuicios
Quien parte del a priori de que Jesús no puede ser Dios, verá lo milagros como inventos idealizados por sus discípulos. Esta es la postura desarrollada por el racionalismo que excluye de la realidad cuanto escapa a la razón y al método empirista. Por el contrario, quienes ven en el método histórico un modo de acercamiento a Jesús pero limitado para captar lo sobrenatural, sí pueden servirse de los detalles históricos para acercarse a Jesucristo. En este caso, la teología o el logos sobre Dios, puede profundizar en la figura del galileo de los Evangelios, como testigos creíbles del kerigma de sus discípulos. Es decir, esos Evangelios narran lo que hizo en Persona Jesús de Nazaret, sin disociar su existencia histórica de su ser sobrehumano.
Que los Evangelios transmitan la fe de la primera comunidad cristiana, verdaderamente comprometida, no quiere decir que se alejen de la historia ni de los hechos reales obrados por el Salvador. Nada encontramos en los Evangelios ni en las primeras comunidades para pensar que hicieran una idealización de Jesús de Nazaret, fabulando sucesos, milagros o mensajes. Al contrario, el método histórico, la arqueología y la tradición eclesial apoyan la existencia de Jesucristo como Dios-con-nosotros; porque de otra manera no se pueden explicar lo sucesos extraordinarios o milagros, la elevación religiosa y moral del cristianismo, ni la existencia y expansión de la Iglesia y de su mensaje inalterado desde entonces hasta hoy. Todo apunta a que ese Jesús de Nazaret es más que el Mesías esperado y que, junto a su indudable y excelsa humanidad, hay una dimensión sobrenatural que muestra a la Persona divina que dice ser, el Hijo de Dios y Salvador del mundo.
Ver a Dios
Estas consideraciones vienen suscitadas por la lectura de un interesante artículo navideño en la prensa del filósofo Javier Gomá titulado "Ver a Dios", en el que afirma que los «detractores del cristianismo y de los cristianos se detienen sin excepción ante el galileo: imposible criticarlo sin desprestigiarse», porque la figura de Jesús emerge como quien hace visible a Dios, según pudo pensar la gente que le escuchaba. Advierte Gomá que para conocer al galileo es preciso ahondar en su ejemplaridad sin igual y compararse con él para percibir la vertiginosa distancia que lo separa del modelo y sentir la necesidad de limpiar el corazón, según aquellas palabras suyas: «bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios».
Destaca este pensador la importancia del método histórico-exegético aplicado al Nuevo Testamento para recuperar la figura de Jesús, el profeta de Galilea, separando con cuidado lo pascual y lo histórico: «Cuanto más se le despoja de elementos legendarios y maravillosos, la ejemplaridad del galileo luce más universal y perenne. Incluso las conceptualizaciones teológicas el Pablo de Tarso a veces acusan añejo anacronismo (legitimación de la esclavitud o de estereotipos patriarcales), en tanto que la ejemplaridad jesuánica es siempre contemporánea».
Son palabras que se prestan a interpretaciones no siempre acertadas, unas como acercamiento positivo a la figura de Jesucristo, reconociendo que las narraciones evangélicas no buscan una biografía del Salvador. Pero otras pueden alinearse con la vieja cuestión histórico-crítica planteada a partir del siglo XVIII, desde Reimarus y Strauss, siguiendo con Hegel, Bultmann o Käsemann[1]. Estas partían del prejuicio de que no puede darse lo sobrenatural en la historia, que Jesucristo no puede ser Dios, y que los Evangelios habrían idealizado al galileo; por eso estos autores emprendieron un proceso de desmitologización. Pero comprobamos que al final el método había fagocitado a la realidad y que Jesucristo había desaparecido. Acierta la Comisión Teológica Internacional cuando afirma que «No se accede plenamente a la persona y a la obra de Jesús si no se evita disociar al Jesús de la historia del Cristo tal como ha sido objeto de la predicación. Un conocimiento pleno de Jesucristo no puede obtenerse a menos de tenerse en cuenta la fe vida de la comunidad cristiana que sostiene esta visión de los hechos. Esto vale tanto para el conocimiento histórico de Jesús y para la génesis del Nuevo Testamento, como para la reflexión teológica de hoy»[2].
Jesucristo, Dios y hombre verdadero
Por tanto, aun estando de acuerdo en lo básico que afirma Javier Gomá, pienso que es preciso completar su discurso con algunas observaciones. De una parte, nos conmueve que Jesucristo atienda con amor a los pecadores, y conviene que cada uno se incluya entre ellos porque de otro modo se cerraría la puerta de la esperanza. Pero hay que recordar también que el galileo estuvo rodeado de gentes de alto nivel humano, intelectual, social y religioso. Por ejemplo, José de Arimatea, Nicodemo, Juana mujer de Cusa, el administrador de Herodes, Susana y otras que le asistían con sus bienes; Jairo, el centurión de Cafarnaún, Lázaro y su familia, Mateo o Leví, y hasta el mismo Juan que tiene acceso libre al pretorio de Pilatos.
De otra parte, Jesús de Nazaret se designa a sí mismo como el Hijo del hombre, que alude directamente al Mesías vislumbrado por el profeta Isaías. A la vez manifiesta clara conciencia de ser el Hijo de Dios, no un hijo más: algo que va entrando poco a poco en la mente de los apóstoles, como entraría en el Cenáculo la realidad, increíble hasta entonces, de su presencia real en el Pan consagrado. Y fruto de esa labor paciente del galileo en los discípulos se atreven a reconocerle como Señor o Kyrios en la Pascua. Aunque no olvidemos que Simón le había descubierto ya como Señor en la primera pesca milagrosa. Y antes "se le había escapado" aquello de «tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». El galileo no desengañó a Simón pues le hizo roca sobre la que edificaría su Iglesia, otorgando las llaves del Reino de los cielos, y poder para atar o desatar las conciencias, nada menos.
Por tanto, es ambiguo afirmar que el método histórico-exegético acierta cuando “separa con cuidado lo pascual y lo histórico”, y no se ajusta a la realidad decir que Pablo legitima la esclavitud, porque eso no se halla en la epístola a Filemón sobre el caso del esclavo Onésimo. Léase para comprobar que Pablo habla de la caridad cristiana y del perdón sin legitimar la esclavitud.
También parece aventurado afirmar que este mundo está mal hecho por la existencia del mal, y que una inteligencia mediana podría mejorarlo. Se comprende la dificultad para explicar el mal, pero todos sabemos que el principal mal procede de la libertad del hombre que abusa de ella a pesar de que Dios ha apostado por el hombre y no le aparta de la existencia inmediatamente, porque entonces la historia sería una broma ridícula y el sentido de la vida desaparecía, como afirmaba Hamlet considerando que es una farsa contada por un idiota. No es así, porque Dios no juega con los hombres libres y espera su conversión pues quiere que todos se salven. Para ello el Hijo de Dios se encarna en la Virgen de Nazaret y asume de ella la naturaleza humana sin dejar de ser Dios.
De este modo se une a todo hombre porque es verdadero hombre y puede salvarnos porque es verdadero Dios, en el misterio de la "unión hipostátita" de la Persona del Hijo de Dios. No son aventuras teológicas pues responden al Jesús de la historia que vemos en los Evangelios: actúa con la clara conciencia de ser Dios, lo prueba con milagros portentosos, en particular con su propia Resurrección después de haber resucitado a varios, como Lázaro, la hija de Jairo o el joven hijo de la viuda de Naín. El Jesús histórico y el Cristo de la fe coinciden, y Él es el Salvador, como celebramos en la Navidad. Y en Él se sostiene el optimismo cristiano y la esperanza humana[3].
En suma, y hablando en cristiano podemos decir que la fe en Jesucristo se prueba mediante la fe en su Iglesia, con todas las peripecias históricas y con todas las miserias de los hombres que la integran en cada época. Solo quien supere el escándalo de "la Iglesia pecadora" será verdadero discípulo del Jesucristo el galileo. Esta es la gran prueba para el corazón de los hombres y la luz para iluminar el problema del mal en el mundo. Entonces se pueden aplicar aquellas palabras de Juan: «Y el logos se hizo carne y habitó entre nosotros», como le gusta decir a Benedicto XVI. Esto es lo que celebramos en Navidad: al Dios invisible le podemos ver y oír en Jesús de Nazaret.
Jesús Ortiz. Doctor en Derecho Canónico
[1] Cfr. OCÁRIZ, F. - MATEO-SECO, LUCAS F. - RIESTRA, J.A. El misterio de Jesucristo. Eunsa, Pamplona, 2010, 4ª ed. Pp. 34-52.
[2] CTI, Cuestiones Selectas de Cristología (1979) I.B.2.2, cit. 223.
[3] Cfr. ORTIZ LÓPEZ, J. Conocer a Dios, I. Rialp, Madrid, 2010, 2ª ed. Pp. 149-192.
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