Y celebró una Misa para universitarios en la basílica de San Pedro
Benedicto XVI ha dicho que el Belén y el árbol son símbolos que nos ayudan a recordar el verdadero sentido de la Navidad: recordar que Dios se ha hecho hombre para ayudarnos.
El Papa recibió en el Vaticano a los tiroleses que le han regalado el árbol navideño instalado en la Plaza de San Pedro.
«La Navidad es una fiesta cristiana y sus símbolos —entre ellos especialmente el Belén y el árbol adornado de dones— constituyen referencias importantes al gran misterio de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús, que la liturgia del tiempo de Adviento y de la Navidad evocan constantemente».
«Este vetusto abeto —dijo el Papa refiriéndose al árbol—, cortado sin dañar la vida del bosque, adecuadamente adornado, permanecerá junto al Belén hasta el final de las festividades navideñas. Es un significativo símbolo de la Navidad de Cristo, porque con sus hojas siempre verdes recuerda la vida que no muere».
«El árbol y el Belén —continuó— son elementos de aquel clima típico de la Navidad que forma parte del patrimonio espiritual de nuestras comunidades. Es un clima impregnado de religiosidad y de intimidad familiar, que debemos conservar también en la sociedades actuales, donde a veces parecen prevalecer la carrera al consumo y la búsqueda de bienes materiales».
Encuentro con universitarios
Como ya es habitual, el Santo Padre celebró una Misa para universitarios en la basílica de San Pedro (leer homilía). Al finalizar, tuvo un rato de conversación con ellos en el que reflexionó sobre la formación espiritual de los jóvenes y sobre su reciente encíclica Spe salvi.
El Papa les invitó a «fijar la mirada en la Virgen María y a aprender de su "sí" a pronunciar también vuestro "sí" a la llamada divina. El Espíritu Santo entra en nuestra vida en la medida en que le abrimos el corazón de nuestro "sí": cuanto más pleno es el "sí", más pleno es el don de su presencia».
Hablando de su encíclica, el Papa recordó a los universitarios que «se ha difundido una mentalidad materialista, alimentada por la esperanza de que, cambiando las estructuras económicas y políticas, puede nacer finalmente una sociedad justa, donde reine la paz, la libertad y la igualdad».
«Este proceso, que no carece de valores y razones históricas, contiene sin embargo un error de fondo: el ser humano, no es únicamente el producto de determinadas condiciones económicas o sociales; y el progreso técnico no coincide con el crecimiento moral de las personas; es más, sin los principios éticos, la ciencia, la técnica y la política pueden ser usadas —como ha sucedido y como, por desgracia todavía sucede— no para crear el bien, sino para causar el mal de las personas y de la humanidad».