El hombre moderno es víctima de los sentidos, la consideración de que el mundo de lo perceptible es lo único existente
OpusPrima.wordpress.com
Una persona que no ama la verdad no es fiable, sino reprochable porque no se sabe nunca cómo actuará, ya que sus códigos morales son arbitrarios, caprichosos, relativos
En la cultura actual se vive una clara transvaloración de las virtudes. La sociedad acentúa el consumo y el egocentrismo, así como vivir el momento en detrimento del compromiso necesario para dedicarse a proyectos de largo plazo que requieren de esfuerzo y disciplina. La causa del imperante individualismo es, principalmente, la falta de sentido último de la existencia. El hombre moderno es víctima de los sentidos, la consideración de que el mundo de lo perceptible es lo único existente. Así, hay una mayor preocupación por la imagen, el reconocimiento y el poder antes que el crecimiento de la vida interior, de la virtud y del compromiso intelectual y amoroso con la verdad.
La transvaloración de las virtudes se refleja de buena manera en las noticias que reflejan los medios de comunicación. Una de las rarezas de nuestro tiempo es el concepto de integridad, que refiere a toda persona entera en la totalidad de su ser, que no actúa de manera diferente en las distintas circunstancias en las que pueda encontrarse inmiscuida, ya sean de carácter privado o público —conceptos muy en boga en el léxico laicista—. La integridad no admite ni un ápice de relativismo, sino una disposición moral recta, que es parte constituyente de la sabiduría.
La antítesis de la integridad es la corrupción. Cuando no se admite una finalidad y un sentido último en la vida y cuando se rechaza todo fundamento moral la persona, aunque pueda considerar lo anteriormente mencionado, tiende a establecer sus propios criterios o códigos morales. Al mismo tiempo, la ausencia de una verdad última abre la vía de la mentira, uno de los rasgos propios de la actuación humana en el presente; para ello basta con analizar el discurso político: donde ayer decía ‘A’ hoy dice ‘B’. La verdad, ampliamente analizada en este blog, ya no es ningún valor digno de respetar. Ciertamente, todos queremos que se diga la verdad, pero no mostramos la misma necesidad por expresarla.
La verdad a medias no existe, como tampoco se puede ser licencioso con los principios. Una característica de la integridad es la transparencia. Una persona que no ama la verdad no es fiable, sino reprochable porque no se sabe nunca cómo actuará, ya que sus códigos morales son arbitrarios, caprichosos, relativos. Una persona íntegra sabe que hay valores absolutos por los que vale mantener una estricta y pulcra fidelidad, así como promoverlos como el modelo de vida más perfecto para gobernar y desarrollar la personalidad y capacidades del ser humano.