Sobre el mensaje central del pontificado de Benedicto XVI
ZENIT.org
Publicamos un artículo de Ramiro Pellitero, profesor en el instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad de Navarra, sobre el mensaje central del pontificado de Benedicto XVI.
El punto de partida de este pontificado ha sido la afirmación de Dios como amor (“Deus caritas est”). Esa es la Buena Noticia del cristianismo, lo más positivo, alegre y esperanzador que pueda conocerse y experimentarse. Luego, Benedicto XVI ha ido desarrollando ese mensaje central del Evangelio, dirigiéndose a la vez al mundo y al interior de la Iglesia, como hizo el Concilio Vaticano II. Todos sus textos y alocuciones contienen esta propuesta de valor único pero diferenciado, para la sociedad entera y particularmente para los cristianos.
En su primera encíclica se dirige a todos para que se abran a Dios como fuente del amor y, desde Él, al amor hacia los demás; a los cristianos les propone ser coherentes, viviendo la caridad como expresión de la naturaleza misma de la Iglesia. En la segunda (Spe salvi), critica la modernidad por haber despreciado el espíritu del hombre y su libertad, a la vez que proclama la “gran esperanza” de la vida eterna y el juicio de Dios; a los cristianos les habla de aprender de nuevo la esperanza, rechazando el individualismo. En la tercera encíclica (Caritas in veritate) expone la necesidad del desarrollo integral del hombre, y, para los cristianos, les pide que unan la verdad con la caridad, especialmente en las cuestiones sociales.
Se encuentra asimismo esta bipolaridad en sus dos exhortaciones postsinodales. En la primera, sobre la Eucaristía (Sacramentum caritatis), proclama el misterio de la Eucaristía a la vez que solicita de los cristianos una respuesta de adoración y, coherentemente, de compromiso social. Por último, en la exhortación sobre la Palabra de Dios (Verbum Domini), vuelve a proponer esta Palabra ante el mundo, mientras desea que los cristianos la revaloricen y la sitúen en el centro de su vida.
Y así podría verse en todas las actividades del ministerio papal. Por citar sólo su visita a Santiago de Compostela y a Barcelona, pidió a Europa que se abriera de nuevo a Dios y a la fraternidad universal (Santiago), respetando la vida y la familia (Barcelona). A los cristianos les habló de crecer en la “trasparencia de Cristo” profundizando en el significado de la Cruz (Santiago), de la belleza en la liturgia y de la caridad (Barcelona).
También en el libro-entrevista “Luz del mundo” se descubre esa doble propuesta, que corresponde a los dos aspectos de la crisis actual: «La crisis de la Iglesia es un aspecto, la crisis del secularismo, el otro. La primera crisis podrá ser grande, pero la otra se aproxima más y más a una catástrofe global permanente» (p. 55).
En la sociedad, el ateísmo práctico se viene extendiendo con el riesgo de convertirse en una actitud general, según la cual «la libertad no tiene ya más parámetros, todo es posible y todo está permitido» (lo que puede conducirnos a la autodestrucción). «Por eso también es tan urgente que la pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. Por supuesto, no se trata de un Dios que de alguna manera existe, sino de un Dios que nos conoce, que nos habla y que nos incumbe. Y que, después, será también nuestro juez» (72).
En cuanto a la Iglesia y los cristianos, no deben quedarse en lo negativo, sino esforzarse en mostrar lo positivo, lo vivo y lo grande del Evangelio. No deben permitir en su vida «una suerte de esquizofrenia, una existencia dividida» (69): por un lado la fe o incluso una voluntad básicamente cristiana, y por otro lado participar de una cosmovisión secularista, no sólo pagana sino contraria a la religión. Deben apoyarse en la alegría que brinda el cristianismo, y, por eso mismo, tienen un “desafío urgente”: mostrar en nuestro tiempo la necesidad de Dios. Para lograrlo, ellos mismos han de convertirse, colocar nuevamente a Dios en primer término —«son los santos los que viven el ser cristiano en el presente y en el futuro»—, y dejar que la Palabra de Dios ilumine sus vidas desde dentro.
Para todos vale —es el gran tema del libro— la propuesta de abrirse a Dios, que es la verdadera Luz del mundo: «Por así decirlo, debemos arriesgarnos nuevamente a hacer el experimento con Dios a fin de dejarlo actuar en nuestra sociedad» (76-77). Y cuando le interrogan por el significado que puede tener hoy una renovación interna de la Iglesia, responde: «Significa encontrar dónde se están arrastrando cosas superfluas, cosas inútiles. Y, por el otro lado, averiguar cómo se puede lograr mejor la realización de lo esencial, de modo que seamos realmente capaces de escuchar, vivir y anunciar en este tiempo la Palabra de Dios». Y añade: «Hoy se trata de presentar los grandes temas y, al mismo tiempo —como en la encíclica sobre la caridad ‘Deus Caritas est’—, hacer nuevamente visible el centro de la condición cristiana y, con ello, también la sencillez de esa condición cristiana» (88-89). Todo ello implica la necesidad de distinguir lo “esencialmente cristiano” de lo que es sólo expresión de una época determinada, que puede cambiar con los tiempos (cf. 151). Se trata de la reforma “en la continuidad”, verdadera intención del Concilio Vaticano II.
Ante las crisis actuales (la crisis moral, ecológica y económica, etc., y también en el interior de la Iglesia), se pregunta Benedicto XVI: «¿Cómo nos manejamos en un mundo que se amenaza a sí mismo, en que el progreso se convierte en un peligro? ¿No tendremos que empezar de nuevo con Dios?» (88).
Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra