Esta guía no solo es una ayuda práctica para que las familias y el personal sanitario que están al cuidado de enfermos terminales sean conscientes que tienen mucho que dar en el cuidado físico, psicológico y espiritual de los pacientes; ni tan siquiera un sencillo compendio de orientaciones éticas que pueden resolver nuestras grandes dudas acerca de los tratamientos y cuidados a seguir en casos extremos
«Es necesario apoyar el desarrollo de los cuidados paliativos que ofrecen una asistencia íntegra y alivia la enfermedad incurable, apoyan al ser humano y lo acompañan espiritualmente» (Benedicto XVI).
Por mucho que se empeñe el Sr. Rubalcaba de que la Ley de Cuidados Paliativos y Muerte Digna garantizará los derechos de los pacientes en situación terminal, su redactado despierta un gran recelo a la sociedad, a pesar de que nos machaquen con insistencia que "no es una ley de eutanasia".
Comprendo y respeto que el enfermo, y sus familias, ante la enfermedad tiendan a la desorientación, desesperación, la vulnerabilidad, e incluso, a la desolación espiritual, que les lleve a desear morir antes que seguir viviendo de esa manera.
Pero, consciente de que para entender la experiencia del sufrimiento y de la enfermedad hay que pasar a su lado acogiendo, comprendiendo y acompañando al que sufre, me planteo:
¿Somos conscientes de que si dignificamos la vida del enfermo, ofreciéndoles cuidados paliativos para ayudarles a vivir bien hasta el final, si les acompañamos para paliar su angustia, tristeza, y miedo, si facilitamos a las familias la buena atención del paciente, o si, simplemente, les hacemos sentirse queridos ofreciéndoles nuestro cariño, comprensión, y tiempo, muchos de los que hoy piensan en la muerte como solución a su enfermedad ni se lo plantearían?
¿Ponemos todos los medios a nuestro alcance para dignificar la vida de los dolientes, muchos de ellos en una situación dramática, haciéndoles entender su enfermedad, implicándoles en las decisiones sobre su cuidado, ofreciéndoles atención espiritual, y facilitándoles nuestra ayuda para “dejar todo arreglando” antes de partir?
¿Reflexionamos a menudo que «la mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis sino más bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos», como solía decir la Madre Teresa?
¿Les hacemos saber que son nuestros maestros del dolor, y que necesitamos su ayuda para valorar la vida, para servir a los demás, para dar gracias a Dios por su ejemplo, sus consejos, sus miradas, en definitiva, para a saber vivir y saber morir?
¿Les susurramos al oído, cogiéndoles de la mano, limpiándoles su frente, demostrándoles nuestro cariño, besándoles aunque no se den cuenta, que su dolor es un tesoro que puede ofrecer a Dios por el bien de las personas que tiene a su alrededor, y que su sufrimiento es el camino del Amor ?
Más tarde, digamos que por casualidad, cayó en mis manos la “Guía práctica para la atención espiritual de los enfermos terminales” (“A Practical Guide to The Spiritual Care of the Dying Person”), presentada por la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales el pasado 25 de junio, durante la conferencia “Fe en Salud: Inicios y finales —cuidado para toda la persona”.
Al instante, me vinieron a la memoria estas palabras de Benedicto XVI recogidas en la encíclica Spe salvi: «La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana (…) En efecto, aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor. La palabra latina ‘consolatio’, consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un “ser-con” en la soledad, que entonces ya no es soledad» (n. 38).
Por esta razón, debo señalar que esta guía no solo es una ayuda práctica para que las familias y el personal sanitario que están al cuidado de enfermos terminales sean conscientes que tienen mucho que dar en el cuidado físico, psicológico y espiritual de los pacientes; ni tan siquiera un sencillo compendio de orientaciones éticas que pueden resolver nuestras grandes dudas acerca de los tratamientos y cuidados a seguir en casos extremos. Esta guía es, ante todo, una invitación a reflexionar sobre el misterio de la muerte como «una puerta que se nos abre al Amor, al Amor con mayúscula, a la felicidad, al descanso, a la alegría» (San Josemaría Escrivá de Balaguer).
Así pues, en palabras de la baronesa Ilora Finlay, profesora de Medicina Paliativa de la Universidad de Cardiff, «Esta guía de atención espiritual es tan valiosa porque nos permite a todos reconocer la angustia psicosocial y espiritual en los moribundos. Esta guía debería ser leída por todos aquellos que están en torno a los enfermos terminales. Morir es una parte de la vida que nos llegará a todos tarde o temprano. Debemos tratar de verlo a través de los ojos de que quienes están ahí ahora».
Os aseguro que, ante el gran debate que se nos presenta, merece nuestra más profunda atención.
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