En la mayoría de las novelas modernas ya no hay apenas enseñanza
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La novela clásica —y algunas más cercanas— nos hablan de la psicología de las personas, de sus pasiones y luchas, del sentido de su vida. En la mayoría de las modernas ya no hay apenas enseñanza.
El reciente remake sobre El retrato de Dorian Gray, por lo visto bastante flojo, ha producido el beneficioso efecto de promover diversas reediciones de bolsillo de la novela de Oscar Wilde, muy baratas y bien presentadas —al menos la que he releído yo—. Este fenómeno se solapa con el éxito de la novela española de moda, La vida entre costuras, que tiene el mérito de ser un fenómeno de masas sin necesidad del marketing de los best sellers. Sólo desde este punto de vista —la presencia en los anaqueles de las librerías— admiten alguna relación o comparación entre ellas. En todo lo demás son casi opuestas.
En la novela de Wilde encontramos un fondo denso de cultura. Cultura clásica, teorías estéticas, planteamientos morales. Hay un drama moral patente en toda la obra, que se manifiesta en los contrastes entre el cinismo de Lord Henry, la vida depravada de Dorian y los intentos de ayuda de pintor Basil, que producen momentos de reflexión y deseos de conversión en el protagonista. Hay, por lo tanto, personajes muy definidos que el lector juzga, admitiendo la bondad y la maldad de unos u otros. Algo que encontramos constantemente en la novela clásica, en Anna Karenina, en El Conde de Montecristo, en Cumbres borrascosas, etc.
No ocurre lo mismo en la novela contemporánea, concretamente la española. No hay contraste, hay amoralidad. Es lo que ocurre en la novela de María Dueñas. Ciertamente es una novela de aventuras, sin entidad literaria ni cultural. Esto es normal, siempre las ha habido. Aunque podríamos decir que hasta en novelas policiacas como las de Mankell o Lorenzo Silva, aflora una preocupación en el protagonista por la maldad presente en la sociedad contemporánea.
La novela de Dueñas se supone una novela histórica. Hay unos datos sobre la Guerra Civil en el Protectorado español en Marruecos que tienen interés para el lector, pues son, por lo general, poco conocidos. Pero en realidad eso no es más que el escenario. El resto no es una historia de espionaje con bastantes cabos sueltos, llenos de la frivolidad de costurera de la protagonista. No se juzga o valora su moralidad.
También La Reina sin nombre, por ejemplo, es novela histórica española. Pero María Gudín ha trabajado a fondo los datos —sin duda con más mérito, porque hablamos de épocas pretéritas de nuestra historia, los Godos— y ha creado personajes creíbles y con un cierto aire de tiempos mágicos. Y hay buenos y malos, un drama moral dentro del drama histórico. Y sentimientos religiosos.
También Goodbye, España, de Salisachs es novela histórica, más cercana en el tiempo a la de Dueñas, pero totalmente distinta. Hay un personaje que convive con el bien y el mal y una historia apasionante, con base real y animación ficticia, gracias a la mano experta de la autora.
¿Por qué se lee tanto La vida entre costuras? Porque el público hoy no quiere literatura de enjundia. Dicen que leen para entretenerse y buscan acción. La literatura siempre ha sido para entretenerse. En una tertulia reciente sobre El retrato de Dorian Gray decía el más joven de los contertulios que le había parecido “espesa”. Lo entendí como contraposición a “ligera”. Quizá les gustaría que fuera como las series televisivas, pura acción y nulo contenido. Y el inmenso bagaje cultural de Wilde está de sobra. No interesa.
La novela clásica —y algunas más cercanas, como hemos visto— nos hablan de la psicología de las personas, de sus pasiones y luchas, del sentido de su vida. En la mayoría de las modernas ya no hay apenas enseñanza.