El Mundo – Castellón
A todos nos llegan noticias de faltas graves de disciplina, de desinterés, de absentismo, de insultos a los profesores, de alumnos que impiden reiteradamente impartir clase a un profesor…
Los profesores están desbordados en las aulas, cuando no desalentados o resignados. Son los profesionales que pueden enderezar el actual clima de deterioro generalizado, especialmente en ciertos centros públicos. Tan cierto como que conozco bastantes casos de profesores de institutos, e incluso de directores, que optan por llevar a sus hijos a centros privados, precisamente porque en sus carnes “sufren” la tensión profesional diaria y el entorno confuso para enderezar con más eficacia la situación. Sobre todo los profesores de ESO, con alumnos en plena adolescencia.
A todos nos llegan noticias de faltas graves de disciplina, de desinterés, de absentismo, de insultos a los profesores, de alumnos que impiden reiteradamente impartir clase a un profesor. La peor sensación es sentirse desbordado, porque es el punto de partida para la claudicación. No debe servir la excusa de que es un problema complejo.
Indudablemente, en el origen de los problemas educativos actuales podríamos entresacar cuatro causas: la concepción de una enseñanza que orilla el esfuerzo, el deterioro de la autoridad de los padres, las rupturas familiares y una juventud que se ahoga en el pantano de la mediocridad materialista y hedonista. Todo apunta a que los estudiantes son, más bien, víctimas de una cultura familiar y educativa que les facilita el capricho, las apetencias de toda índole y sin límites responsables. Sumemos a ello el aluvión de alumnos inmigrantes, cuya incorporación no se mide con conocimientos académicos, sino por edad o casi aproximación, y tenemos el retrato-robot actual.
¿Por dónde acometer cuanto antes una mejora en la enseñanza, sobre todo pública? Pienso que el “dique” de contención —todo puede empeorar, incluso la enseñanza— son los profesores, que han ser valientes, y contar con el apoyo de los directores y de una mayoría de padres que sufren con la actual situación. De nada sirve sancionar o expulsar a un alumno, si es casi inviable en la práctica. De casi nada sirve enseñar con una buena parte de los alumnos decididos a impedir que el profesor desempeñe su tarea, un día sí y otro también. Los profesores deben tener coraje para defender unos mínimos, unos límites, con ayuda de directivos, colegas y padres; pero en solitario muy poco podrán hacer.