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En la próxima semana será publicado el histórico libro “Luz del mundo”, una larga conversación del Papa Benedicto XVI con el periodista alemán Peter Seewald. No es la primera vez que Joseph Ratzinger y Peter Seewald emprenden una aventura similar: del mismo modo, han surgido los recomendables libros “La sal de la tierra” y “Dios y el mundo”. Pero sí es la primera vez que lo hace como Papa. El libro, que será presentado en la Sala de Prensa de la Santa Sede el próximo martes, lleva como subtítulo “El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos”. En los 18 capítulos que lo componen, reagrupados en tres partes —“Los signos de los tiempos”, “El pontificado”, “Hacia dónde vamos”— Benedicto XVI responde a las grandes preguntas del mundo de hoy. L’Osservatore Romano ha anticipado hoy algunos extractos del libro, que aquí ofrecemos en lengua española.
* * *
La alegría del cristianismo
Toda mi vida ha estado siempre atravesada por un hilo conductor, que es este: el cristianismo da alegría, amplía los horizontes. En definitiva, una existencia vivida siempre y sólo “contra” sería insoportable.
Un mendigo
En lo que respecta al Papa, también él es un pobre mendigo frente a Dios, todavía más que los otros hombres. Naturalmente rezo, en primer lugar, siempre al Señor, al cual estoy vinculado, por así decir, por una antigua amistad. Pero invoco también a los santos. Soy muy amigo de Agustín, de Buenaventura y de Tomás de Aquino. A ellos les digo: “¡Ayúdenme!”. La Madre de Dios es siempre y de todos modos un gran punto de referencia. En este sentido, me inserto en la Comunión de los Santos. Junto a ellos, reforzado por ellos, hablo, luego, también con el buen Dios, sobre todo mendigando, pero también agradeciendo; o contento, simplemente.
Las dificultades
Las había tenido en cuenta. Pero en primer lugar habría que ser muy cautos con la valoración de un Papa, si es significativo o no, cuando está todavía en vida. Sólo en un segundo momento se puede reconocer qué lugar, en la historia en su conjunto, tiene una determinada cosa o persona. Pero que la atmósfera no habría sido siempre alegre era evidente en consideración de la actual constelación mundial, con todas las fuerzas de destrucción que existen, con todas las contradicciones que en ella viven, con todas las amenazas y los errores. Si hubiese continuado recibiendo sólo aprobaciones, habría debido preguntarme si estaba realmente anunciando el Evangelio.
El shock de los abusos
Los hechos no me han tomado de sorpresa del todo. En la Congregación para la Doctrina de la Fe me había ocupado de los casos americanos; había visto montar también la situación en Irlanda. Pero las dimensiones, de todos modos, fueron un shock enorme. Desde mi elección a la Sede de Pedro, me había encontrado repetidamente con víctimas de abusos sexuales. Tres años y medio atrás, en octubre de 2006, en un discurso a los obispos irlandeses, les había pedido «establecer la verdad de lo ocurrido en el pasado, tomando todas las medidas necesarias para evitar que se repita en el futuro, asegurar que los principios de justicia sean plenamente respetados y, sobre todo, curar a las víctimas y a todos aquellos que han sido afectados por estos crímenes abominables»”.
Ver el sacerdocio improvisamente ensuciado de esto modo, y con esto a la misma Iglesia Católica, ha sido difícil de soportar. En aquel momento era importante, sin embargo, no apartar la vista del hecho de que en la Iglesia el bien existe, y no sólo estas cosas terribles.
Los medios y los abusos
Era evidente que la acción de los medios no estaba guiada solamente por la pura búsqueda de la verdad, sino que había también una complacencia en avergonzar a la Iglesia y, si es posible, en desacreditarla. Y, sin embargo, era necesario que esto estuviera claro: desde el momento en que se trata de llevar a la luz la verdad, debemos ser agradecidos. La verdad, unida al amor correctamente entendido, es el valor número uno. Y los medios no habrían podido dar aquellos informes si en la Iglesia misma no hubiese estado el mal. Sólo porque el mal estaba dentro de la Iglesia, los otros han podido dirigirlo contra ella.
El progreso
Surge la problematicidad del término “progreso”. La modernidad ha buscado el propio camino guiada por la idea de progreso y por la de libertad. ¿Pero qué es el progreso? Hoy vemos que el progreso puede ser también destructivo. Por eso debemos reflexionar sobre los criterios a adoptar a fin de que el progreso se realmente progreso.
Un examen de conciencia
Más allá de los planes financieros singulares, es absolutamente inevitable un examen de conciencia global. Y la Iglesia ha tratado de contribuir a esto con la encíclica Caritas in veritate. No da respuestas a todos los problemas. Quiere ser un paso adelante para mirar las cosas desde otro punto de vista, según el cual existe una normatividad del amor por el prójimo que se orienta a la voluntad de Dios y no sólo a nuestros deseos. En este sentido deberían darse impulsos para que realmente ocurra una transformación de las conciencias.
La verdadera intolerancia
La verdadera amenaza frente a la cual nos encontramos es que la tolerancia sea abolida en nombre de la tolerancia misma. Está el peligro de que la razón, la así llamada razón occidental, sostenga haber reconocido finalmente lo que es correcto y avance así en una pretensión de totalidad que es enemiga de la libertad. Considero necesario denunciar con fuerza esta amenaza. Nadie está obligado a ser cristiano. Pero nadie debe ser obligado a vivir según la “nueva religión”, como si fuese la única y verdadera, vinculante para toda la humanidad.
Mezquitas y burkas
Los cristianos son tolerantes y, en cuanto tales, permiten también a los otros su peculiar comprensión de sí. Nos alegramos por el hecho de que en los Países del Golfo árabe (Qatar, Abu Dabi, Dubái, Kuwait) haya iglesias en las cuales los cristianos pueden celebrar la Misa y esperamos que ocurra así en todas partes. Para esto es natural que también de nuestra parte los musulmanes puedan reunirse en oración en las mezquitas.
En lo que respecta al burka, no veo razones de una prohibición generalizada. Se dice que algunas mujeres no lo llevan voluntariamente sino que, en realidad, es una suerte de violencia que se les impone. Es claro que con esto no se puede estar de acuerdo. Sin embargo, si quieren usarlo voluntariamente, no veo porqué habría que impedirlo.
Cristianismo y modernidad
El ser cristiano es en sí mismo algo vivo, moderno, que atraviesa, formándola y plasmándola, toda la modernidad y que, por lo tanto, en cierto sentido realmente la abraza.
Aquí se necesita una gran lucha espiritual, como he querido mostrar con la reciente institución de un Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Es importante que tratemos de vivir y pensar el cristianismo de tal modo que asuma la modernidad buena y correcta, y al mismo tiempo se aleje y se distinga de aquella que está convirtiéndose en una contra-religión.
Optimismo
Se lo podría pensar mirando con superficialidad y restringiendo el horizonte sólo al mundo occidental. Pero si se observa con más atención —y es esto es lo que puedo hacer gracias a las visitas de los obispos de todo el mundo y también a tantos otros encuentros— se ve que el cristianismo en este momento está desarrollando también una creatividad del todo nueva [...]
La burocracia está desgastada y cansada. Son iniciativas que nacen desde dentro, desde la alegría de los jóvenes. El cristianismo tal vez asumirá un nuevo rostro, tal vez también un aspecto cultural diverso. El cristianismo no determina la opinión pública mundial, otros están a la guía de ella. Y, sin embargo, el cristianismo es la fuerza vital sin la cual las otras cosas tampoco podrían continuar existiendo. Por eso, sobre la base de lo que veo y de lo logro hacer experiencia personal, soy muy optimista respecto al hecho de que el cristianismo se encuentra frente a una dinámica nueva.
La droga
Muchos obispos, sobre todo los de América Latina, me dicen que allí donde pasa el camino de la cultivación y del comercio de la droga —y esto ocurre en gran parte de aquellos países— es como si un animal monstruoso y malvado extendiera su mano sobre aquel país para arruinar a las personas. Creo que esta serpiente del comercio y del consumo de droga que envuelve el mundo es un poder del cual no siempre logramos hacernos una idea adecuada. Destruye a los jóvenes, destruye a las familias, lleva a la violencia y amenaza el futuro de naciones enteras.
También esta es una terrible responsabilidad de Occidente: tiene necesidad de drogas y así crea países que le ofrecen aquello que luego terminará por consumirlos y destruirlos. Ha surgido un hambre de felicidad que no logra saciarse con aquello que hay; y que luego se refugia, por así decir, en el paraíso del diablo y destruye completamente al hombre.
En la viña del Señor
En efecto, tenía una función directiva; sin embargo, no había hecho nada solo, trabajé siempre en equipo; precisamente como uno de los muchos trabajadores en la viña del Señor que probablemente ha hecho el trabajo preparatorio pero, al mismo tiempo, es uno que no está hecho para ser el primero y para asumir la responsabilidad de todo. He entendido que junto a los grandes Papas deben estar también Pontífices pequeños que dan la propia contribución. De este modo, en aquel momento dije lo que sentía realmente [...]
El Concilio Vaticano II nos ha enseñado, con razón, que para la estructura de la Iglesia es constitutiva la colegialidad; es decir, el hecho de que el Papa es el primero entre varios y no un monarca absoluto que toma decisiones en soledad y hace todo por sí mismo.
El judaísmo
Sin duda. Debo decir que, desde el primer día de mis estudios teológicos, me ha sido clara de algún modo la profunda unidad entre Antigua y Nueva Alianza, entre las dos partes de nuestra Sagrada Escritura. Había comprendido que podríamos leer el Nuevo Testamento sólo junto con aquello que lo ha precedido, de otra manera no habríamos entendido. Luego, naturalmente, lo ocurrido en el Tercer Reich nos ha impresionado como alemanes y nos ha impulsado tanto más a mirar al pueblo de Israel con humildad, vergüenza y amor.
En mi formación teológica estas cosas se han entrelazado y han marcado el camino de mi pensamiento teológico. Por lo tanto, para mí era claro —y también aquí en absoluta continuidad con Juan Pablo II— que en mi anuncio de la fe cristiana debía ser central esta nuevo entrelazamiento, amoroso y comprensivo, de Israel e Iglesia, basado en el respeto del modo de ser de cada uno y de la respectiva misión [...]
De todos modos, en aquel punto, también en la antigua liturgia me ha parecido necesario un cambio. De hecho, tal fórmula hería realmente a los judíos y ciertamente no expresaba de modo positivo la gran, profunda unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento.
Por este motivo, pensé que en la liturgia antigua era necesaria una modificación, en particular, como dije, en referencia a nuestra relación con los amigos judíos. La he modificado de tal modo que estuviese contenida nuestra fe, es decir que Cristo es salvación para todos. Que no existen dos caminos de salvación y que, por lo tanto, Cristo es también el Salvador de los judíos, y no sólo de los paganos. Pero también de tal modo que no orase directamente por la conversión de los judíos en sentido misionero sino para que el Señor apresure la hora histórica en la que todos nosotros estaremos unidos. Por esto, los argumentos utilizados por una serie de teólogos polémicamente contra mí son irresponsables y no hacen justicia a lo realizado.
Pío XII
Pío XII ha hecho todo lo posible para salvar personas. Naturalmente siempre se puede preguntar: «¿Por qué no ha protestado de manera más explícita?». Creo que comprendió cuáles habrían sido las consecuencias de una protesta pública. Sabemos que, por esta situación, personalmente ha sufrido mucho. Sabía que en sí habría debido hablar, pero la situación se lo impedía.
Ahora, personas más razonables admiten que Pío XII ha salvado muchas vidas pero sostienen que tenía ideas anticuadas sobre los judíos y que no estaba a la altura del Concilio Vaticano II. El problema, sin embargo, no es este. Lo importante es lo que ha hecho y lo que ha tratado de hacer, y creo que es necesario reconocer realmente que ha sido uno de los grandes justos y que, como ningún otro, ha salvado muchos y muchos judíos.
La sexualidad
Concentrarse sólo en el profiláctico quiere decir banalizar la sexualidad, y esta banalización representa precisamente la peligrosa razón por la que tantas y tantas personas no ven más en la sexualidad la expresión de su amor sino sólo una suerte de droga, que se suministran a sí mismas. Por eso, también la lucha contra la banalización de la sexualidad es parte del gran esfuerzo para que la sexualidad sea valorada positivamente y puede ejercer su efecto positivo sobre el ser humano en su totalidad.
Puede haber casos singulares justificados, por ejemplo cuando una prostituta utiliza un profiláctico, y esto puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia del hecho de que no todo está permitido y que no se puede hacer todo lo que se quiere. Sin embargo, este no es el modo auténtico y propio para vencer las infecciones del HIV. Es realmente necesaria una humanización de la sexualidad.
La Iglesia
Pablo, por lo tanto, no entendía la Iglesia como institución, como organización, sino como organismo viviente, en el cual todos trabajan el uno por el otro y el uno con el otro, estando unidos a partir de Cristo. Es una imagen, pero una imagen que conduce en profundidad y que es muy realista también sólo por el hecho de que nosotros creemos que, en la Eucaristía, realmente recibimos a Cristo, el Resucitado. Y si cada uno recibe al mismo Cristo, entonces realmente todos nosotros estamos reunidos en este nuevo cuerpo resucitado como el gran espacio de una nueva humanidad. Es importante entender esto y, por tanto, entender la Iglesia no como un aparato que debe hacer de todo —también el aparato le pertenece, pero dentro de los límites— sino más bien como organismo viviente que proviene del mismo Cristo.
La Humanae vitae
Las perspectivas de la Humanae vitae siguen siendo válidas, pero otra cosa es encontrar caminos humanamente transitables. Creo que habrá siempre minorías íntimamente convencidas de la justicia de aquellas perspectivas y que, viviéndolas, quedarán plenamente satisfechas de modo que podrán ser para otros un fascinante modelo a seguir. Somos pecadores. Pero no deberíamos asumir este hecho como instancia contra la verdad, cuando aquella moral alta no es vivida. Deberíamos buscar hacer todo el bien posible, y sostenernos y soportarnos mutuamente. Expresar todo esto también desde el punto de vista pastoral, teológico y conceptual, en el contexto de la actual sexología e investigación antropológica, es una gran tarea a la cual es necesario dedicarse más y mejor.
Las mujeres
La formulación de Juan Pablo II es muy importante: «La Iglesia no tiene, de ningún modo, la facultad de conferir a las mujeres la ordenación sacerdotal». No se trata de no querer sino de no poder. El Señor ha dado una forma a la Iglesia con los Doce y luego con su sucesión, con los obispos y los presbíteros (los sacerdotes). No hemos sido nosotros quienes creamos esta forma de la Iglesia, más bien, es constitutiva a partir de Él. Seguirla es un acto de obediencia, en la situación actual tal vez uno de los actos de obediencia más gravosos. Pero precisamente esto es importante, que la Iglesia muestra no ser un régimen del arbitrio. No podemos hacer lo que queremos. Hay, en cambio, una voluntad del Señor para nosotros, a la cual nos atenemos, aún si esto es fatigoso y difícil en la cultura y en la civilización de hoy.
Por otro lado, las funciones confiadas a las mujeres en la Iglesia son, de tal modo, grandes y significativas que no puede hablarse de discriminación. Sería así si el sacerdocio fuese una especie de dominio, mientras que, por el contrario, debe ser completamente servicio. Si se da una mirada a la historia de la Iglesia, entonces nos damos cuenta de que el significado de las mujeres —desde María a Mónica, hasta la Madre Teresa— es tan eminente que, de muchas maneras, las mujeres definen el rostro de la Iglesia más que los hombres.
Los novísimos
Es una cuestión muy seria. Nuestra predicación, nuestro anuncio, efectivamente está ampliamente orientado, de modo unilateral, a la creación de un mundo mejor, mientras que el mundo realmente mejor casi no es más mencionado. Aquí debemos hacer un examen de conciencia. Ciertamente, se busca ir al encuentro del auditorio, de decir aquello que está en su horizonte. Pero nuestra tarea es, al mismo tiempo, traspasar este horizonte, ampliarlo, y mirar a las cosas últimas.
Los novísimos son como pan duro para los hombres de hoy. Les parecen irreales. Quisieran en su lugar respuestas concretas para el hoy, soluciones para las tribulaciones cotidianas. Pero son respuestas que se quedan a mitad de camino si no permiten también presentir y reconocer que yo me extiendo más allá de esta vida material, que existe el juicio, y que existe la gracia y la eternidad. En este sentido, debemos también encontrar palabras y modos nuevos para permitir al hombre de hoy traspasar el muro del sonido de lo finito.
La venida de Cristo
Es importante que cada época esté cerca del Señor. Que también nosotros mismos, aquí y ahora, estamos bajo el juicio del Señor y nos dejamos juzgar por su tribual. Se discutía sobre una doble venida de Cristo, una en Belén y una al final de los tiempos, hasta que Bernardo de Claraval habló de un Adventus medius, de una venida intermedia, a través de la cual siempre Él entra periódicamente en la historia.
Creo que ha encontrado la tonalidad justa. Nosotros no podemos establecer cuándo terminará el mundo. Cristo mismo dice que nadie lo sabe, ni siquiera el Hijo. Debemos, sin embargo, permanecer, por así decir, siempre ante su venida, y sobre todo estar seguros de que, en las penas, Él está cerca. Al mismo tiempo, deberíamos saber que para nuestras acciones estamos bajo su juicio.
Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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