Las Provincias
La noticia en The Times sobre la nueva obra de Stephen Hawking —casi más conocido como Hopkins por el premio con este nombre— muestra, sobre todo, el gran talento investigador de este físico que ha conseguido elaborar parte de una teoría sobre el origen del universo. Efectivamente, los avances de la ciencia y la técnica han obtenido resultados jamás soñados en muchos campos del saber experimental. The Grand Desing —título de la nueva obra— será muy posiblemente una aportación capital para la comunidad científica.
No sé si el propio Hawking o el rotativo citado han pretendido llegar más allá de la ciencia, al proponer que las leyes de la Física excluyen la posibilidad de un Dios creador del universo. Yo no me siento en absoluto capaz de rebatir ninguno de los estudios del famoso físico, es más, no lo creo necesario y me parece mejor alegrarse con ellos. Sin embargo, un científico como César Nombela ha escrito que la propia ciencia es una sucesión de verdades provisionales —y valiosas, como verdades parciales—, remitentes a un mundo de limitaciones que hemos de asumir. Nombela afirma que el conflicto en el intento de conciliar las teorías de la relatividad general con la mecánica cuántica es uno de tantos vacíos a llenar con el avance de la ciencia.
Todo eso no es mi campo. Mi respuesta, dada también por otros, es que la Física nunca podrá demostrar ni la existencia ni la inexistencia de un Dios creador. Para comenzar, dejaría de lado un salto inviable de lo empírico a lo metafísico. Las preguntas más hondas y frecuentes del hombre pensante jamás las responderá ciencia empírica alguna; en todo caso, lo hará la recta razón humana en ese desarrollo del sentido común que es la Filosofía. Y, en otro nivel, la Teología, en definitiva, la Revelación y la Fe.
Me parece un error muy difundido el de considerar sólo como verdadero aquello que es experimentable o viable técnicamente. Semejante actitud incurre en un desprecio o apartamiento, muy considerable, de la razón humana. En el lenguaje del sentido común se hacen multitud de juicios y razonamientos que no son fruto de algo verificable por las ciencias empíricas. Por otra parte el amor, los sentimientos, la libertad, los afanes humanos y tantas otras cosas como nuestras propias opiniones sobre mil asuntos —entre otros, el que tratamos—, los conceptos obtenidos por inducciones o deducciones racionales, ¿carecen de toda verdad? Si fuera así, el mundo sería propiedad del silencio interior y exterior. El propio Hawking declaraba a ABC —según ha recordado el autor de la entrevista— que en el año 2000 la Física dejaría de existir como ciencia, puesto que no restaría nada por explicar. Hoy día reconoce que es posible que no exista una teoría del todo, es decir, aquella que dé explicación de todos los fenómenos de la Naturaleza. Cuánto más de aquello que escapa a la Física.
En realidad, no parece que Hawking niegue la existencia de Dios, sino la necesidad de un Creador. Si admite un Dios, sería para contar con Él como autor de las leyes que hicieron posible todo lo demás, para haberse retirado después, según recuerda José Manuel Nieves, autor de la citada entrevista. A mi modesto entender, esa idea revela lo sucedido frecuentemente a quien se encierra demasiado —aunque brillantemente— en su terreno. Padece una especie de síndrome de Estocolmo. Se ha atribuido al gran físico la afirmación de que si Dios existiera necesitaría otro que lo hubiese creado. La cadena sería una serie infinita de falsos dioses, que repugna a la misma idea de Dios. Si la afirmación fuera cierta, supondría una pirueta solamente explicable por el reduccionismo de su ciencia.
No todo es Física ni todo se explica por sus leyes. Siempre está la vida, imposible de explicar por una serie millonaria de casualidades, por una evolución de la materia sin un proyecto original y dador de sus leyes. Y, además, queda el hombre, sobre todo el hombre. Ese posible Dios de la Física, desconocido y ausente, no sería ni siquiera aquel accesible a la razón, el Dios de los filósofos; sería un Dios muchísimo más lejano que el de la fe: «Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado» (Camino).
En la reciente Exhortación Apostólica de Benedicto XVI sobre la Palabra de Dios, escribe que esta Palabra nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo: realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo. Si no es así, podemos construir nuestra vida colocando la esperanza en cosas efímeras. Y hablando del diálogo de Dios con el hombre —nuestra mayor grandeza—, afirma que en ese diálogo nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a las cuestiones más profundas que anidan en nuestro corazón. La Palabra de Dios no se contrapone al hombre, ni acalla sus deseos auténticos, sino que más bien los ilumina, purificándolos y perfeccionándolos. Es una oferta de sentido y esperanza.