"Me ha sorprendido la combativa animosidad con que se ha tratado la visita del Papa”
Levante-Emv
Estos días pasados me ha sorprendido la combativa animosidad con que se ha tratado la visita del Papa. Ni la resurrección del general Franco, en el cercano trigésimo quinto aniversario de su muerte, podría provocar tantos comentarios adversos.
Algunos han contado hasta el número de sillas vacías a lo largo de los trayectos, para intentar demostrar que este Papa no goza del fervor popular, aunque vaya sobrado en apoyo divino. Otros han recurrido a los índices de audiencia de la televisión, para dar una versión más matemática del presunto pinchazo.
Los adversarios de Benedicto han invertido más energía en echársele a la yugular que los propios devotos del personaje desplazándose a las ciudades que visitó, y montando guardia a la intemperie.
Las críticas le echan en cara al Papa no haber conseguido el clamor multitudinario esperado, diseccionando una serie de causas, cuándo lo lógico sería que se congratularan directamente por ello. Algún psicoanalista podría analizar por qué quienes no se identifican, para nada, con los asuntos de la Iglesia, se han tomado tantas molestias intentando desmenuzar la falta de calor popular o de histeria colectiva.
Una de las razones esgrimidas ha sido rememorar la alianza de la Iglesia con el franquismo, como si eso importara una berza a la audiencia natural del Pontífice. Por lo mismo, resulta chocante que quienes reclaman la modernización de la Iglesia con mayor insistencia sean precisamente aquellos que, llegado el caso, ningún uso harían de ella, porque ni son creyentes ni menos aún practicantes.
Entre estos últimos me cuento, y me da igual que digan misa los señores curas o las señoras sacerdotisas. Ni me va ni me viene, y milito además en contra de esa obsesión compulsiva de tener que definirse a todas horas acerca de todo. Tengo además la impresión de que algunos de los detractores profesionales andan cabreados porque nunca se les apareció la Virgen de Regla, por citar una del vastísimo catálogo, y están muy enfurruñados por eso.
Parece obvio que éste es un Papado venido a menos, si se le aplica la misma vara de medir que a su antecesor. Vano empeño sería. Juan Pablo II fue líder de audiencia incluso después de muerto. La retransmisión en directo de su entierro, con la banda sonora de la sobrecogedora "Letanía de los Santos", fue el último gran espectáculo televisado de la cristiandad. Un prodigio estético digno de Luchino Visconti.
Pero meterse con Benedicto por no disfrutar de los baños de masas de Wojtyla es como poco contradictorio, desde el mismo punto de vista de los discrepantes. Lo lógico sería elogiarle por ir a su aire, por su mayor discreción y quizás rigor, sin intentar instrumentalizar a las multitudes como hacía su antecesor.
Iglesia y modernización son conceptos antitéticos, y la sangría de público que sufren los templos es también consustancial a la época, y no depende del gancho de sermón. Como hay que economizar, parece que el personal se salta cada vez más a los intermediarios, a la hora de cerrar tratos con la Divinidad.
En la era del fin de las grandes convicciones ¿alguien se imagina pagando entrada por asistir a un mitin político? Con Azaña sí se hacía, en aquellos años treinta que citó el Papa Benedicto, desencadenando una tormenta casi perfecta. Más divertido fue el lapsus de Pablo VI, cuando saludó en una audiencia lanzando un "Arriba España". En aquel tiempo no existían las tertulias. La única permitida era la de doña Carmen Polo con sus amigas, merendando en El Pardo y arreglando España. Así que el lapsus del papa Montini pasó prácticamente desapercibido.
Debía de ser una de las pocas expresiones en español que conocía el Pontífice. Años después, en Praga, me ocurrió algo similar, cuando al serme presentado un joven actor ruso me saludó exclamando un "No pasarán" tan marcial que casi me desmayo. Era la única frase que sabía en castellano: se la habían enseñado en la escuela el día que los visitó la Pasionaria.
Pedir la modernización de la Iglesia es tanto como demandar a los empresarios que asuman las tesis de los sindicatos. O que la reina Sofía se acerque por las mañanas a Mercadona para hacer la compra. Lo que por su propia naturaleza es conservador, bien está que siga siéndolo, para que no haya equívoco, y siga fluyendo una cierta dialéctica.
El Papa forma parte del paisaje, como su jefe celestial, la manzana de Apple o el Fondo Monetario Internacional. Y siendo yo ajeno al tema, no me incomoda nada tener que costear sus visitas con mis impuestos, que luego malgastan las administraciones en nimiedades mucho menos vistosas. Porque su estancia ha hecho feliz a mucha gente que no siente como yo, y esa es también mi manera de ser solidario.