La Vanguardia (Entrevista de Rafael Poch)
El periodista bávaro Peter Seewald está considerado como el principal biógrafo de Joseph Ratzinger. Seewald, que vive en Munich, nació en 1954 en el seno de una familia católica de Passau. Como adolescente recibió la influencia izquierdista del 68 alemán, que le llevó a romper con la Iglesia a los 19 años. Animó un semanario izquierdista en su ciudad natal y en 1981 comenzó a trabajar en medios de comunicación establecidos como los semanarios ‘Der Spiegel’ y ‘Stern’ y el diario ‘Südddeutsche Zeitung’. Desde 1993 se ha concentrado en temas religiosos como periodista y escritor. En 1996 publicó su primer libro sobre el cardenal Ratzinger, "La sal de la tierra", basado en una larga entrevista con el personaje, que determinó el regreso del autor a la Iglesia. Ese libro y el siguiente, "Dios y el mundo", editado en el 2000, fueron traducidos a veinticinco lenguas.
Durante el pasado verano, Seewald mantuvo una segunda entrevista en profundidad con el ahora Papa, alargada durante varios días, en la residencia de Castel Gandolfo. Producto de ella ha sido su tercer libro sobre Ratzinger, "La luz del mundo", que aparece este mes con ediciones en alemán e italiano. Con ese libro, es la primera vez que Ratzinger responde a preguntas sobre su pontificado, con cuestiones de balance y sobre los escándalos de abusos en la Iglesia, entre otras cuestiones.
Usted ha mantenido largos encuentros con Joseph Ratzinger para preparar sus tres libros de conversaciones con él, dos con el cardenal y uno con el Papa. ¿Podría describirle como persona?
No es fácil trazar su retrato. Unos no le conocen porque les desagrada todo el contexto, mientras que otros lo desconocen porque muchos medios de comunicación son parcos en sus informaciones, pero el caso es que cuando la gente tiene oportunidad de percibir al papa Benedicto en persona, como acaba de ocurrir en Inglaterra, recibe de él una imagen completamente diferente de la que se le sirve precocinada en medios de comunicación hostiles. Durante casi veinte años me he dedicado exhaustivamente a su biografía y seguimiento, a lo que dice y a lo que hace, y puedo decirle que es una persona extraordinaria con un extraordinario carisma. Como profesor ha explicado el Evangelio con un frescor tal, que era como si el propio Jesucristo estuviera en el aula. Como prefecto transmitía la sensación de conocer la modernidad de forma muy ilustrada y de envolverla con la verdad del cristianismo. Dice que la fe debe y puede ser explicada, porque es razonable.
Es una mente brillante, seguramente el mayor pensador de nuestro tiempo. Y a ese alto intelecto le corresponde una profunda piedad. Puede elevarse al más alto nivel intelectual, sin dejar nunca de pisar el suelo, gracias a su arraigo con el catolicismo liberal bávaro. No es de los que predican agua y beben vino, sino alguien santo y humilde, que es auténtico porque dice lo que piensa y hace lo que dice.
Quienes lo conocen lo perciben como una persona muy amable, muy sabia, humilde, y muy abierta y moderna, que se mantiene joven en su ancianidad. Tal vez sea un poco tímido y demasiado cauteloso. No es de los que demuestran una jovial familiaridad, pero por otro lado es extraordinariamente leal y mantiene aún hoy amistades de sus tiempos de colegial. Lo que admiro especialmente de él es su sencillez combinada con su valor. Se mantiene incómodo, sin turbarse. En sus análisis y valoraciones casi siempre tiene razón... También tiene mucho sentido del humor, con él te puedes reír a conciencia.
El cambio de responsabilidades puede determinar muchas cosas. ¿Era el cardenal muy diferente del actual Papa? ¿Ha notado cambios?
No quería ser obispo y tuvo que aceptarlo. No quería ser prefecto en Roma y tuvo que aceptarlo. No quería ser Papa y tuvo que asumir esa función en la que se puede sufrir mucho. Pensemos en el enorme esfuerzo que se le exige ahí, pensemos en los enormes casos de abusos que se acaban de destapar. El Papa ha llorado con las víctimas y se avergüenza por la suciedad que hay en su Iglesia. Al mismo tiempo, lleva su cometido con una soberanía y una calma impresionantes, porque sabe que él no puede ni debe hacerlo todo. Después de un gigante como Karol Wojtyla, nadie creía posible una transferencia de pontificado sin fracturas. Ratzinger lo ha conseguido. Dirige la Iglesia en un estilo de colegialidad, diálogo y humildad. Sobre todo enseña, infatigable y paciente, cómo redescubrir la fe: no como un sistema de teorías, sino como una invitación a la relación personal con Dios. En resumen: no es un príncipe de la Iglesia ante el que se debe temblar, sino un servidor de la Iglesia, un gran entregado que se agota por completo en su entrega. ¿Que si ha cambiado? Por supuesto que su actual función le da un hálito especial, pero en su esencia, en su conducta, en lo que hace y considera correcto, Joseph Ratzinger no ha cambiado, sino que, podríamos decir, se ha perfeccionado. Creo que su tarea como sucesor de Pedro ha llevado a muy buen término su personalidad, sus talentos y su carisma.
¿Cuáles son las cuestiones que le ocasionan más sufrimiento y preocupación?
Creo que la evaporación de la fe en gran parte del mundo occidental y el creciente distanciamiento hacia Dios que lleva consigo. La crisis de la Iglesia es otra. La falta de compromiso, y, sobre todo, los escandalosos casos de abusos que han envuelto en una nube oscura el pontificado de Benedicto..., y por el otro lado la crisis de la sociedad, ambas relacionadas entre sí.
En todas las épocas hubo intentos de declarar muerto a Dios, tanto más cuanto se presentan nuevos y tangibles becerros de oro. La Biblia está llena de esas historias. Tienen menos que ver con una falta de atractivo de la fe que con la fuerza de la tentación. Pero ¿adónde nos lleva una sociedad atea y alejada de Dios? ¿Adónde va una Europa que rompe con sus raíces? ¿Acaso no pasó ya por ese experimento en el este y el oeste, con sus terribles consecuencias para los pueblos derrotados, las chimeneas en los campos de concentración y el mortífero gulag?
Este Papa se compromete como ningún otro con los fracasos, errores y culpas de la Iglesia, pero llama también la atención sobre las aberraciones de la sociedad y sobre los peligros de continuar por esta vía. El ateísmo no es necesariamente inofensivo. Ya como cardenal, Joseph Ratzinger advirtió contra la pérdida de identidad, de orientación y de verdad, en caso de que un nuevo paganismo tomara el control del pensamiento y de la acción de la gente. Hoy constatamos que aquellas advertencias no eran infundadas.
¿Tiene Ratzinger temor de Dios?
¿Acaso no lo tiene cualquier creyente? Tal como nos fue revelado en Cristo, Dios es un ser de amor, que perdona, reconcilia y da libertad, que asume las necesidades de cada criatura y que se vacía en el amor hasta la muerte en la cruz. Dios se empequeñece para que podamos comprenderlo, y, sin embargo, se mantiene incomprensible en su misterio y grandeza infinita. También en su poder, que puede llegar a asustar. Una vez le pregunté a Joseph Ratzinger si no tenía a veces un poco de miedo a Dios. Me respondió: «Yo no le llamaría miedo, sabemos que Cristo es Dios y que nos ama». El hecho de que acepte a los hombres en sus debilidades, de que «tras mi vocación se mantenga siempre ese ardiente sentido, la idea que Dios tiene de mí, de lo que puedo y debo dar». Hoy por lo menos sabemos qué idea tenía Dios de él...
¿Cómo ve a la humanidad en este nuevo siglo?
No se puede pasar por alto que al principio del tercer milenio, la humanidad se encuentra en un trastorno de enormes proporciones, con todos los complejos problemas del medio ambiente, de la economía financiera y del hundimiento de nuestra sociedad. Se ha reprochado a los cristianos que su religión es un mundo ilusorio, pero hoy vemos los verdaderos mundos aparentes; el espejismo de los mercados financieros, de los medios de comunicación, del lujo y de la moda... Aparece un sistema bancario desenfrenado que destruye el enorme patrimonio nacional. El ansia de optimización a toda costa, la ausencia de escrúpulos, el embrutecimiento a través del marketing y de la industria del entretenimiento es lo que enferma, literalmente, a una sociedad. Debemos preguntarnos cuándo el progreso es realmente progreso, ¿debemos continuar haciendo todo lo que podemos hacer? Y si miramos hacia el futuro, ¿cómo lidiarán las futuras generaciones con los problemas que les legaremos?, ¿dispondrán de una base sólida y fuerte para superar los revueltos tiempos que les esperan? En mi nuevo libro, Benedicto XVI expresa su viva preocupación por todo esto. Su mensaje es una dramática llamada a la Iglesia y al mundo, a todos: no podemos seguir así, proclama. La humanidad se encuentra en una encrucijada, hemos tomado el camino errado, es hora de reflexión, ha llegado el momento del cambio, del arrepentimiento. Y afirma lo siguiente: «Hay tantos problemas que deben ser resueltos, pero que no pueden serlo a menos que se ponga de nuevo a Dios en el centro y visible en el mundo...».
El cristianismo no tiene el tiempo a sus espaldas, sino todo lo contrario, puede ser descubierto de nuevo. La revelación de Jesús da fuerza a la esperanza, es la base para formular una visión de futuro para una sociedad que quiera salvarse en el borde de su autodestrucción con la reflexión sobre los valores firmes.
¿Cómo ve él mismo la misión de su pontificado?
Como él mismo dijo, comenzó como Papa «para dejar claro el mantenimiento de la palabra de Dios en su grandeza y en la pureza de su sonido, de tal manera que eso no se quebrante con los constantes cambios de moda». Su principal compromiso es con la renovación de la Iglesia. «La Iglesia y sus miembros necesitan una constante limpieza», escribe en su libro sobre Jesús. «Lo que se ha hecho muy grande debe regresar a la sencillez y pobreza del Señor». Quiere que tras los terribles abusos y aberraciones, su Iglesia se someta a una especie de limpieza profunda. Tras tantos debates estériles y después de tanto ocuparse de uno mismo, sería esencial regresar al misterio del Evangelio, conocer a Jesucristo en su completa y cósmica grandeza. Es un proceso pesado que tiene enemigos tanto fuera como dentro de la Iglesia.
Para el estilo de vida de hoy, posiciones como las defendidas por la Iglesia católica se han convertido en una enorme provocación. Nos hemos acostumbrado a considerar las actitudes y comportamientos tradicionales como algo con lo que hay que romper en beneficio de tendencias baratas. «Rezad por mí, para que no huya temeroso de los lobos», dice. Al mismo tiempo, confía en que el tiempo del relativismo, en el que nada más allá del propio yo se reconoce como válido, esté llegando a su fin.
En la actualidad aumenta el peso de quienes valoran la Iglesia no sólo por la liturgia, sino también por su resistencia. Se produce un claro cambio en la consciencia desde el mero limitarse a cumplir con las apariencias, a volver a tomarse en serio y vivir con autenticidad la religión. En la misión de este pontificado hay muchas grandes metas, por ejemplo en el ámbito ecuménico, del diálogo interreligioso, y sobre todo en la reevangelización de Occidente. Sin embargo, para este Papa lo esencial es mostrar de nuevo Dios a la gente, decirle la verdad, la verdad sobre los misterios de la creación, la verdad sobre la existencia humana, y la verdad sobre nuestra esperanza que va más allá de lo meramente terrenal.
Como persona, ¿cuáles cree que han sido los momentos más difíciles por los que ha atravesado Joseph Ratzinger en su vida?
Sin duda han sido muchos. Ratzinger proviene de una familia antinazi que vivió con gran pena la dictadura nazi. Ahí están los recuerdos de guerra del joven de 17 años, el tiempo de cautiverio y los duros años de la posguerra. De niño por poco se ahoga y sobrevivió por los pelos a una enfermedad potencialmente mortal. Otro choque fue cuando su tesis posdoctoral estuvo a punto de ser rechazada porque el profesor responsable consideraba demasiado moderna la teología de la responsabilidad de Ratzinger. Se consideró fracasado en el momento en el que había traído consigo a sus padres para cuidar de ellos. Luego vino la muerte de sus padres, la de su querida hermana Maria... Justo en el momento en el que pensaba que podría desarrollar su trabajo como profesor de Teología, llegó, casi como un mazazo, su nombramiento como obispo de Munich por Pablo VI. A continuación, casi 25 años encajando de todo como prefecto de la Congregación de la Fe, porque muchos le hicieron chivo expiatorio, y le presentaron como el cardenal acorazado que nunca fue... Con todo eso, el momento más difícil fue, sin embargo, cuando se contaron los votos en el cónclave. Había estado esperando la jubilación, no quería ser Papa. Como él mismo ha dicho, vivió su elección, por así decirlo, como una guillotina que caía sobre él.
¿Cree que su condición de alemán introduce algún matiz personal importante en su pontificado?
Como bávaro, Ratzinger no es necesariamente un alemán típico, pero ha aportado a su función algunas de las características atribuidas a los alemanes, por ejemplo, la precisión en el trabajo, la fiabilidad, la perseverancia y la diligencia. Por supuesto, también hay cierto sesgo histórico: durante casi mil años, los alemanes fueron soporte del Sacro Imperio Romano-Germánico. La exploración profunda del conocimiento, encarnada por el Maestro Eckhart (Eckhart von Hochheim), Goethe, Kant y Hegel, es uno de los temas fundamentales de ese pueblo. Alemania es también la tierra del cisma religioso, la cuna del comunismo científico, y, no menos importante, el escenario de un régimen diabólico que escribió en su bandera la aniquilación de los judíos. Ratzinger es el primer alemán que se sienta en la silla de Pedro en 500 años. Recordemos que los dos grandes cismas de la Iglesia se produjeron con un Papa alemán y es notable que en el pontificado de Benedicto XVI haya un deseo tan claro de unidad. Desde hace mil años no ha habido ningún gran progreso en las relaciones entre las Iglesias latina y ortodoxa. Al mismo tiempo, las relaciones entre el Estado de Israel y el Vaticano son mejores que nunca, como dijo recientemente Shimon Peres. El Papa ve más bien como un momento de reflexión esa circunstancia de un alemán en el cargo.
Dios quiso hacer Papa a un profesor alemán para poner en primer plano la unidad entre razón y fe. Me parece magnífico que en una época que no reconoce ningún valor supremo, que con tanta frecuencia prescribe la falsedad e incluso la pura mentira, en unos tiempos en que es tan frecuente que los ciegos dirijan a los ciegos, tengamos a alguien cuya voz e integridad sean seguros indicadores del camino que seguir.
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