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"Sí. Sí, sí, el Papa ya está aquí". Veintiocho años después de la última visita del Santo Padre a la ciudad condal Benedicto XVI fue recibido por miles y miles de barceloneses. Durante su recorrido en papamóvil gran parte de los ciudadanos le acompañaron con afecto y alegría por saber que su templo, la Sagrada Familia, ya es basílica para el culto.
La Iglesia entera estaba en Barcelona, no sólo por las banderas del Vaticano, de España, de Cataluña y de otros muchos países, especialmente de Sudamérica, que pudieron verse en todo momento por las calles, sino porque en el sacrificio eucarístico se expresa la unidad y la comunión de la santa Iglesia.
El Papa Benedicto XVI ha consagrado la basílica de la Sagrada Familia para el culto, entregando al arzobispo de la ciudad, monseñor Sistach, una bula en la que se certifica la dedicación del templo elevado a mayor gloria de Dios por el insigne arquitecto Antoni Gaudi. Más de 50.000 barceloneses situados en el templo y por los alrededores han seguido la dedicación y la homilía del Papa.
La homilía del Sumo Pontífice de la Iglesia tiene un cargado peso teológico. La belleza del templo de la Sagrada Familia ha sido el marco perfecto para exhortar la defensa de la vida, de la familia y del matrimonio.
«Desde siempre, el hogar formado por Jesús, María y José ha sido considerado como escuela de amor, oración y trabajo. Los patrocinadores de este templo querían mostrar al mundo el amor, el trabajo y el servicio vividos ante Dios, tal como los vivió la Sagrada Familia de Nazaret. Las condiciones de la vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales. No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar».
Si la basílica de la Sagrada Familia ha sido consagrada para el culto a Dios muy probablemente el proceso de beatificación de su autor, Antoni Gaudí, tras el agradecimiento de Benedicto XVI, llegue a buen puerto:
«Recordemos, sobre todo, al que fue alma y artífice de este proyecto: a Antoni Gaudí, arquitecto genial y cristiano consecuente, con la antorcha de su fe ardiendo hasta el término de su vida, vivida en dignidad y austeridad absoluta».
El Papa estaba alegre, y su alegría se apreció en su rostro y en sus palabras:
«¿Qué hacemos al dedicar este templo? En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte. Ella es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma».
En este recinto, prosiguió el Papa
«Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia. Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal como nos es narrada en la Biblia y actualizada en la Liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo. E hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres. Y es que la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo».
Pero el mensaje más importante y revelador llegó cuando Benedicto XVI dijo que
«En una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado. Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios. Él mismo, abriendo así su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma. Así expresaba el arquitecto sus sentimientos: "Un templo [es] la única cosa digna de representar el sentir de un pueblo, ya que la religión es la cosa más elevada en el hombre"».
«Al consagrar el altar de este templo, considerando a Cristo como su fundamento, estamos presentando ante el mundo a Dios que es amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios»,
añadió el Papa en una jornada santa que, como en el caso de Reino Unido, dará muchos frutos.
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