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Palabras de Benedicto XVI en la audiencia general del miércoles 10 de noviembre de 2010, en el que recuerda su reciente viaje apostólico a Santiago de Compostela y a Barcelona los pasados días 6 y 7
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera recordar con vosotros el viaje apostólico a Santiago de Compostela y Barcelona que tuve la alegría de realizar el sábado y el domingo pasados. Fui allí para confirmar a mis hermanos en la fe (cf. Lc 22, 32); lo hice como testigo de Cristo resucitado, como sembrador de la esperanza que no defrauda y no engaña porque tiene su origen en el amor infinito de Dios por todos los hombres.
Un pueblo de caminantes silenciosos
La primera etapa fue Santiago. Desde la ceremonia de bienvenida pude experimentar el afecto que las gentes de España abrigan por el Sucesor de Pedro. Fui acogido realmente con gran entusiasmo y calor. En este Año Santo Compostelano, quise hacerme peregrino junto con cuantos, en grandísimo número, han acudido a tan célebre santuario. Pude visitar la "Casa del apóstol Santiago el Mayor", quien sigue repitiendo al que allí llega necesitado de gracia que, en Cristo, Dios vino al mundo para reconciliarlo consigo, sin imputar a los hombres sus culpas.
En la imponente catedral de Compostela, al dar con emoción el tradicional abrazo al Santo, pensaba hasta qué punto ese gesto de acogida y amistad es también una forma de expresar la adhesión a su palabra y la participación en su misión. Un signo elocuente de la voluntad de conformarse al mensaje apostólico, el cual, por un lado, nos compromete a ser fieles custodios de la Buena Nueva que los Apóstoles transmitieron, sin ceder a la tentación de alterarla, rebajarla o plegarla a otros intereses, y que, por otro, nos transforma a todos en anunciadores incansables de la fe de Cristo con la palabra y el testimonio de la vida en todos los campos de la sociedad.
Al ver el número de peregrinos presentes en la Santa Misa solemne que tuve la gran alegría de presidir en Santiago, meditaba sobre lo que impulsa a tantas personas a dejar sus ocupaciones diarias y emprender el camino penitencial hacia Compostela, camino a veces largo y cansado: es el deseo de alcanzar esa luz de Cristo que anhelan en el hondón de su corazón, aunque con frecuencia no sepan expresarlo bien con palabras. Con sus momentos de extravío, de búsqueda, de dificultad, como también con su aspiración a reforzar su fe y a vivir de manera más coherente, quienes peregrinan a Compostela emprenden un itinerario profundo de conversión a Cristo, que asumió en sí la debilidad, el pecado de la Humanidad, las miserias del mundo, llevándolos adonde el mal ya no tiene poder, donde la luz del bien todo lo ilumina. Se trata de un pueblo de caminantes silenciosos, procedentes de todos los rincones del mundo, que redescubren la antigua tradición medieval y cristiana de la peregrinación atravesando pueblos y ciudades impregnados de catolicismo.
En tan solemne Eucaristía, vivida por los numerosísimos fieles asistentes con intensa participación y devoción, pedí con fervor que cuantos peregrinan a Santiago puedan recibir el don de convertirse en verdaderos testigos de Cristo, al que han redescubierto en las encrucijadas de los sugestivos caminos que llevan a Compostela. Recé también para que los peregrinos, siguiendo las huellas de numerosos santos que a lo largo de los siglos recorrieron el Camino de Santiago, sigan manteniendo vivo su auténtico significado religioso, espiritual y penitencial sin rendirse a la trivialidad, al entretenimiento, a las modas. Ese camino, entramado de vías que atraviesan amplias tierras formando una red a través de la Península Ibérica y de Europa, fue y sigue siendo lugar de encuentro entre hombres y mujeres de las más diversas procedencias, unidos por la búsqueda de la fe y de la verdad sobre sí mismos, y depara experiencias profundas de compartición, de fraternidad y de solidaridad.
Precisamente la fe en Cristo da sentido a Compostela, un lugar espiritualmente extraordinario, que sigue siendo punto de referencia para la Europa de hoy en sus nuevas configuraciones y perspectivas. Conservar y reforzar la apertura a lo trascendente, al igual que un diálogo fecundo entre fe y razón, entre política y religión, entre economía y ética, permitirá construir una Europa que, fiel a sus imprescindibles raíces cristianas, pueda responder plenamente a su propia vocación y misión en el mundo. Por eso, seguro de las inmensas posibilidades del continente europeo y confiado en un futuro de esperanza para él, invité a Europa a abrirse cada vez más a Dios, favoreciendo así las perspectivas de un encuentro auténtico, respetuoso y solidario con los pueblos y las civilizaciones de los demás continentes.
El templo de la Sagrada Familia, catequesis y canto de alabanza
El domingo tuve, además, la alegría de presidir, en Barcelona, la dedicación de la iglesia de la Sagrada Familia, a la que declaré basílica menor. Al contemplar la grandiosidad y la belleza de aquel edificio, que invita a levantar la mirada y el ánimo hacia lo alto, hacia Dios, recordaba las grandes construcciones religiosas, como las catedrales medievales, que marcaron profundamente la historia y la fisonomía de las principales ciudades de Europa. Esa obra espléndida —riquísima en simbología religiosa, preciosa por el entrelazamiento de sus formas, fascinante en su juego de luces y de colores—, suerte de inmensa escultura en piedra fruto de la fe profunda, de la sensibilidad espiritual y del talento artístico de Antoni Gaudí, remite al santuario verdadero, al lugar del culto real, al cielo, en el que Cristo penetró para presentarse ante el acatamiento de Dios en favor nuestro (cf. Hb 9, 24). El genial arquitecto, en tan magnífico templo, supo representar admirablemente el misterio de la Iglesia, a la que los fieles son incorporados mediante el Bautismo como piedras vivas para la construcción de un edificio espiritual (cf. 1 Pd 2, 5).
La iglesia de la Sagrada Familia fue concebida y proyectada por Gaudí como una gran catequesis sobre Jesucristo, como un canto de alabanza al Creador. En tan imponente edificio, puso su genialidad al servicio de lo bello: no en vano, la extraordinaria capacidad expresiva y simbólica de formas y motivos artísticos, así como sus innovadoras técnicas arquitectónicas y escultóricas, evocan a la Fuente suprema de toda belleza. El famoso arquitecto concibió esa obra como trabajo en una misión en la que toda su persona estaba implicada. Desde el momento en que aceptó el encargo de construir esa iglesia, un cambio profundo marcó su vida. Emprendió así una intensa práctica de oración, ayuno y pobreza, al sentir la necesidad de prepararse espiritualmente para lograr expresar en la realidad material el misterio insondable de Dios. Puede decirse que, mientras Gaudí trabajaba en la construcción del templo, Dios construía en él el edificio espiritual (cf. Ef 2, 22), afianzándolo en la fe y acercándolo cada vez más a la intimidad de Cristo. Inspirándose continuamente en la naturaleza, obra del Creador, y dedicándose con pasión a conocer la Sagrada Escritura y la liturgia, Gaudí supo realizar en el corazón de la ciudad un edificio digno de Dios y, por eso mismo, digno del hombre.
En Barcelona visité también la Obra del "Nen Déu", una institución más que centenaria muy vinculada a aquella archidiócesis, en la que se atiende con profesionalidad y amor a niños y jóvenes discapacitados, cuyas vidas son preciosas a los ojos de Dios y nos invitan constantemente a salir de nuestro egoísmo. En aquella casa fui partícipe de la alegría y de la caridad profunda e incondicional de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones y de la generosa labor de médicos, educadores y de tantos otros profesionales y voluntarios que trabajan con encomiable entrega en dicha institución. Bendije también la primera piedra de una nueva residencia que formará parte de esa Obra, en la que todo habla de caridad, de respeto a la persona y a su dignidad, de alegría profunda, porque el ser humano vale por lo que es, y no sólo por lo que hace.
Mientras me encontraba en Barcelona, recé intensamente por las familias, células vitales y esperanza de la sociedad y de la Iglesia. Recordé también a los que sufren, especialmente en estos momentos de graves dificultades económicas. Tuve presentes, al mismo tiempo, a los jóvenes —que me acompañaron durante toda la visita en Santiago y en Barcelona con su entusiasmo y su alegría—, para que descubran la belleza, el valor y el compromiso del matrimonio, con el que un hombre y una mujer forman una familia que acoge con generosidad la vida y la acompaña desde su concepción hasta su término natural. Todo lo que se haga para sostener el matrimonio y la familia, para ayudar a las personas más necesitadas; todo lo que acreciente la grandeza del hombre y su dignidad inviolable, contribuye al perfeccionamiento de la sociedad. En este sentido, ningún esfuerzo es vano.
Queridos amigos: Doy gracias a Dios por las intensas jornadas que pasé en Santiago de Compostela y en Barcelona. Reitero mi gratitud al rey y a la reina de España, a los príncipes de Asturias y a todas las autoridades. Vaya una vez más mi saludo agradecido y afectuoso a mis queridos hermanos los arzobispos de esas dos Iglesias particulares y a sus colaboradores, como también a cuantos se desvivieron con generosidad para que mi visita a esas dos maravillosas ciudades resultara fructífera. ¡Han sido días inolvidables, que quedarán grabados en mi corazón! En especial, las dos celebraciones eucarísticas, cuidadosamente preparadas e intensamente vividas por todos los fieles también a través de los cantos, procedentes tanto de la gran tradición musical de la Iglesia como de la genialidad de autores modernos, fueron momentos de auténtica alegría interior. Que Dios recompense a todos como sólo él sabe hacerlo; que la Santísima Madre de Dios y el apóstol Santiago sigan acompañando con su protección su camino. El año que viene, si Dios quiere, viajaré de nuevo a España, a Madrid, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. Encomiendo desde ahora a vuestra oración tan oportuna iniciativa, para que sea ocasión de crecimiento en la fe para muchos jóvenes.
[Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de Ecclesia]
">El Papa agradece la acogida durante su viaje a España
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