Aunque Benedicto XVI ha estado en Santiago y en Barcelona ha deseado abrazar a todos los españoles, sin excepción alguna, según declaraba al despedirse hasta la JMJ 2011. Es pues, un "hasta pronto, Santidad" de mutua sintonía entre el Papa y los españoles, como le han deseado Don Juan Carlos y Doña Sofía con su cariñosa despedida en Barcelona.
Benedicto XVI defiende la vida humana
Las últimas semanas y especialmente estas jornadas ha crecido el interés por la visita del Papa, mostrando que la inmensa mayoría le quiere y valora mucho sus enseñanzas. En primer lugar, por ser una persona afable y cercana que destaca por su insobornable amor a la verdad. En Santiago de Compostela ha dicho que «entre verdad y libertad hay una relación estrecha y necesaria. La búsqueda honesta de la verdad, la aspiración a ella, es la condición para una auténtica libertad. No se puede vivir una sin la otra».
Esto quiere decir que defiende a todo ser humano y especialmente a los más débiles. En su entrañable visita al centro Nen Déu lo ha dicho con claridad meridiana: «Es imprescindible que los nuevos desarrollos tecnológicos en el campo médico nunca vayan en detrimento del respeto a la vida y dignidad humana», refiriéndose en particular a los discapacitados que padecen minusvalías psíquicas o físicas.
Con ello corrobora la defensa sin fisuras que hace la Iglesia de la vida humana desde la concepción hasta su término natural con la muerte. En la basílica de la Sagrada Familia, como si de un nuevo vientre materno se tratara, Benedicto XVI ha defendido «el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer como el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural». Creyentes y no creyentes, todos, conocemos el prestigio de la Iglesia como la institución mundial con más compromiso en la defensa de la vida y de los más débiles.
Enseña el valor social de la familia
Benedicto XVI ha dedicado la basílica de la Sagrada Familia subrayando el valor de la familia, sin la cual una sociedad se desintegra. Mientras algunas leyes promovidas, con prisa pero sin pausa, van destruyendo el tejido social, la familia está demostrando ser el colchón que amortigua el paro, que acoge a los desahuciados y comparte con los parados.
Muchos que van cayendo en la "famélica legión", cantada antaño con el puño en alto, se salvan de la desesperación gracias a la familia o a la Caritas parroquial. Una vez más, y frente a palabras vacías, la Iglesia, es decir los fieles y sus pastores, actúa para resolver los graves problemas como el paro o la soledad. Frente a la desunión egoísta de los nacionalismos la Iglesia se muestra católica en Santiago de Compostela y en Barcelona, porque no es la Iglesia del País Gallego o de Cataluña, sino la Iglesia universal "en" Galicia o "en" Cataluña.
Frente a la siembra del rencor manipulando la memoria histórica, Benedicto XVI reivindica los valores cristianos de España y las raíces cristianas de Europa: «Preservar y fomentar ese rico patrimonio espiritual, no sólo manifiesta el amor de un País hacia su historia y cultura, sino que es también una vía privilegiada para transmitir a las jóvenes generaciones aquellos valores fundamentales tan necesarios para edificar un futuro de convivencia armónica y solidaria», ha dicho en Santiago.
El Papa cree en Dios Salvador
Interesa también todo lo que dice Benedicto XVI porque cree de verdad en Dios actuando en la historia, que tiene su centro en Jesucristo Salvador del mundo, para todos los hombres y en todas las épocas. La verdad cristiana no está en los libros ni en elucubraciones teológicas sino la Persona histórica de Jesucristo, muerto y resucitado, que vive como Señor del universo que ha creado, junto con el Padre y el Espíritu, para que el hombre sea feliz ya en la tierra y llegue a dar el salto a la vida eterna. De este modo los católicos entendemos con especial realismo la muerte como vuelta a Dios Padre Creador, a semejanza de Jesús, el Hijo de Dios que se ha encarnado realmente y, una vez redimida la humanidad, ha vuelto al Padre.
Estos días de noviembre en que todos, creyentes o menos creyentes, pensamos en nuestros familiares y amigos difuntos, los católicos sabemos que no han caído en el vacío del nirvana, sino que han entrado en la Gloria o esperar llegar a ella. Allí Cristo enjugará las lágrimas de nuestros ojos porque seremos semejantes a Él y cantaremos eternamente las alabanzas a Dios. En suma, la fe en el más allá se llama Cielo, precedido quizá por el Purgatorio, y también el Juicio de la vida personal pero también al fin de los tiempos, cuando se verá la verdad de la vida de cada uno. Sólo Dios juzga y en Él confiamos, huyendo de juzgar a los demás: la verdad de los justos resplandecerá como luminarias que prenden el cañaveral, y acusará las mentiras de los mundanos y su manipulación de la conciencias.
Sintonía con los jóvenes
¿Se han preguntado los promotores del laicismo beligerante por qué millares de jóvenes siguen al Papa Benedicto XVI, como antes lo hacían con Juan Pablo II? Su entusiasmo alegra las portadas de los periódicos y de los telediarios, sus declaraciones no tienen complejos porque creen en Jesucristo y trabajan en su Iglesia, distinguiendo lo que pone Dios de las miserias humanas de sus miembros, no superiores a las del resto de los mortales.
Quizá les falte constancia y coherencia durante el resto del año a esos jóvenes, pero no son viejos que miran el pasado con rencor, ni quieren inventar otra historia de España que la real, esa que abraza la romanización con el siglo XX, incluyendo la modernidad con sus luces y sus sombras. Los rostros que vemos, los grupos que animan, y la vida que estrenan, todo ello mira al futuro. Confían en Benedicto XVI y saben que la Iglesia trabaja para resolver los graves problemas morales de nuestro tiempo. Porque leyendo el Evangelio en la Iglesia intuyen que una sociedad con valores es una sociedad con futuro.
Jesús Ortiz López. Doctor en Derecho Canónico
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