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Uno de los pioneros del catolicismo en Cataluña fue el obispo mártir de Tarragona, San Fructuoso (+259). El pueblo fiel lo sigue recordando en sus canciones como la "blanca gaviota sobre el mar tempestuoso". También Benedicto XVI ha sido esta blanca gaviota que acaba de pasar para confirmar en la fe a un pueblo que nada en un mar social tempestuoso y lleno de incertidumbres.
Dos días antes de la llegada de Benedicto XVI en Barcelona, el vaticanista Sandro Magister ya avisaba en las páginas de La Vanguardia que este Papa "respecto a la opinión pública alta, la que domina los medios de comunicación, está sujeto a fuertes críticas", las cuales, añadía, "no las comparte el gran público": es un Papa "mucho mejor entendido, en su sustancia, por el público sencillo".
Y eso justamente ha sucedido en Barcelona: han convivido fuertes críticas y una corriente de simpatía del pueblo que se acercó a verlo directamente.
Fuertes críticas. Unas pocas palabras en el vuelo Roma-Santiago bastaron para provocar que varios medios decidieran interpretar todo lo que seguiría sólo en clave de confrontación política. El País afirmaba que "el Papa carga contra el laicismo de España"; El Periódico: "El Papa liga la España laica actual con el anticlericalismo de la República" y otro, más atrevido, titulaba convencido que "el Papa viene en son de guerra". Un comentario verdaderamente marginal del discurso se convertía, así, en la gran herejía que la corrección política dominante se apresuraría a magnificar y condenar. Un enfoque beligerante que, con su fuerza para definir la situación, no permitiría comprender el fondo del resto de intervenciones del viaje. ¿Recuerdan Ratisbona o el viaje a África? (Algunos otros medios, no obstante, supieron sortear la trampa).
Lo que el Papa quería decir —lo que puede leerse— es precisamente lo contrario al enfrentamiento: «(…) en España nacieron una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo, como pudimos ver precisamente en los años treinta. Esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, ha vuelto a reproducirse de nuevo en la España actual. Por eso, el futuro de la fe y del encuentro —no del enfrentamiento, sino del encuentro— entre fe y laicidad, tienen un foco central también en la cultura española».
Corriente de simpatía popular. Benedicto XVI venía a hablar del entendimiento entre secularismo y fe. O lo que es lo mismo: del encuentro entre continuidad y novedad, entre verdad y libertad y entre verdad y belleza, entre fe y vida y entre religión y sociedad. El gran objetivo del Papa es la nueva evangelización: el reencuentro del hombre con Dios. Y, desde este punto de vista, el viaje fue un éxito: el entusiasmo del pueblo fiel que —desafiando la burla socialmente aceptada respecto a la tradición cultural católica— llenó calles y plazas era innegable para cualquier observador.
Tradición y creatividad; Verdad y belleza
Cuando reflexiona sobre la Sagrada Familia, el Papa ve «una síntesis entre continuidad y novedad, tradición y creatividad». En su opinión, «Gaudí tuvo la valentía de insertarse en la gran tradición de las catedrales» pero «con una creatividad nueva, que renueva la tradición, y demuestra así la unidad y el progreso de la historia» (palabras durante el vuelo). Por ello, en la homilía de la Misa de Dedicación de la Basílica reconocía al genial arquitecto el mérito de lograr «una de las tareas más importantes hoy» como es «superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza».
Antes de aterrizar Benedicto XVI señalaba que «la relación entre verdad y belleza es inseparable». Y fue la belleza de la nueva Basílica (magníficamente transmitida por una realización televisiva de primer nivel) el marco incomparable para lanzar un mensaje de gran carga cultural: «la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado. Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios. Él mismo, abriendo así su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma». La verdad —que en Santiago ponía como inseparable de la libertad— queda aquí unida también con la belleza.
Y como no todo el mundo será capaz de crear estos espacios de belleza que creaba Gaudí, Benedicto XVI quiso concretar este mensaje para la gente corriente que le escuchaba: «Al contemplar admirado este recinto santo de asombrosa belleza, con tanta historia de fe, pido a Dios que en esta tierra catalana se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de santidad, que presten al mundo el gran servicio que la Iglesia puede y debe prestar a la humanidad: ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, cauce para que el mundo crea en Aquel que Dios ha enviado».
En definitiva, el Papa ha propuesto, de nuevo, la maravillosa historia de amor entre Dios y los hombres. El ruido mediático quizá dejará poco espacio a esta verdad última que se encuentra en el corazón del cristianismo: el hombre y Dios no son enemigos, sino lo contrario, amigos. Y más que amigos: «todo hombre es un verdadero santuario de Dios, que ha de ser tratado con sumo respeto y cariño, sobre todo cuando se encuentra en necesidad». Este es el marco que permite interpretar en su justa proporción —más moral que política— las referencias razonadas y didácticas a la concepción cristiana de la vida, la familia y el matrimonio, que ya han sido ampliamente recogidas por otros medios.
Benedicto XVI ha confirmado en Barcelona su determinación para renovar el viejo continente. Como ya se puso de manifiesto en el Reino Unido, lidera una alternativa positiva al indiferentismo donde la cultura europea posmoderna parece haberse instalado.
Un último apunte. Desde ahora Benedicto XVI ya no será sólo el Papa de la Palabra, sino también de los gestos. ¿Qué otro gesto sería capaz de transmitir mejor la determinación de evangelizar la Europa secularizada, sino la dedicación al culto de un templo de dimensiones tan espectaculares como la Sagrada Familia en una de las capitales europeas más vanguardistas?
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