Se impone el recuerdo de la sensatez católica, protagonizada por Juan Pablo II
ReligionConfidencial.com
Parece una incongruencia utilizar el término "cruzada" para describir el empeño del alcalde de Nueva York para que vaya adelante el proyecto de la Casa Córdoba en la Zona Cero. Pero me hizo gracia que el corresponsal de Le Monde utilizase esa expresión para titular su crónica, el 18 de agosto: "La croisade de Michael Bloomberg". Según el periodista, defendería contra viento y marea la construcción de una mezquita casi al lado del lugar donde se produjeron los terribles atentados del 11-S.
Desde España, ante todo, llama la atención cómo se manipula la historia. Porque, en Córdoba, como en tantos otros lugares de la Hispania cristiana, sólo hubo coexistencia de las tres culturas tras la reconquista. Antes, en la propia Córdoba, hubo periodos de tolerancia, pero la persecución de los árabes llegó al martirio en el siglo IX: san Eulogio, san Acisclo, santa Victoria. A partir de sus muertes violentas, se pierde el rastro del llamado movimiento mozárabe. La paz y la convivencia, dentro de las peculiaridades de la época, sólo fueron posibles después de la reconquista por Fernando III el Santo.
En cierto modo, la historia se repite en Nueva York. Los medios de comunicación están focalizados con la mezquita que se podría construir en la "Zona Cero". Pero nadie habla de la parroquia ortodoxa griega de San Nicolás, destruida por el derrumbamiento de las Torres Gemelas el 11-S. Según las últimas noticias, el proceso de obtención de los permisos legales para la reconstrucción de esa iglesia está atascado burocráticamente. Han pasado nueve años, y no se entiende que el problema siga pendiente, más aún si se tiene en cuenta la específica advocación de esa parroquia, ligada a tradiciones navideñas anglosajonas. Se puede consultar aquí.
Los derechos humanos no son absolutos. La libertad religiosa ampara la construcción de esa mezquita. Pero, cuando esos derechos son constantemente violados en países musulmanes, se comprende la oposición de muchos norteamericanos, por aplicación del viejo principio del orden público. Nadie puede garantizar —más bien al contrario que en las mezquitas no se predique a diario contra la democracia.
Es más: cuando se hace referencia a los musulmanes moderados, que nada tendrían que ver con el terrorismo islámico, muchos les piden, en prueba de su prudencia, que acepten construir la mezquita en otro lugar, para no herir o provocar a las familias de las víctimas del 11-S. Se impone el recuerdo de la sensatez católica, protagonizada por Juan Pablo II, que prefirió renunciar al legítimo derecho del Carmelo de Auschwitz.
Sin duda, la Constitución norteamericana, en su apuesta radical por la separación entre Iglesia y Estado, ampara la construcción de lugares de culto allí donde no haya razones de carácter administrativo que lo impidan. Es la razón profunda que esgrime Michael Bloomberg, un republicano independiente que pertenece a la comunidad judía local y es ardiente defensor del Estado de Israel.
Se intuyen razones políticas de largo alcance que justificarían el compromiso de Bloomberg, calificado por algunos de paradójico sumiso a Arabia Saudita. Sin llegar a la política exterior, otros mencionan los intereses de Sharif Al Gamal, un joven promotor inmobiliario de éxito, y del imán sufí Feisal Abdul Rauf. Al Gamal se habría comprometido como voluntario tras los atentados del 11-S para ayudar a las víctimas y mantendría muy buenas relaciones con el Centro comunitario judío de la avenida Amsterdam de Manhattan.
Para diversos comentaristas, la razón por la que Bloomberg se implicaría con tanta determinación en el proyecto no hay que buscarla en la libertad religiosa, sino en la política. No faltan quienes piensan que está preparando una eventual candidatura a la presidencia de EEUU en 2012. Su discurso sobre la construcción de la mezquita formaría parte de la estrategia para configurar la imagen abierta y multicultural de un futuro candidato a la presidencia. Pero no está claro que sea el camino, como se ha visto con las afirmaciones y vacilaciones de Barack Obama.
Al cabo, el problema no está en la mezquita, sino en el empeño por construirla justamente en un lugar que provoca tanta contradicción.