Que las verdades no tengan complejos, que las mentiras parezcan mentira (
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Catalunya Cristiana
Conocí a Virginia el año 96. Ella tenía 22 y yo 28. Compartíamos inquietudes sociales similares, con la diferencia formal de su militancia socialista. El aborto era uno de los pocos temas de discrepancia, quizá el único.
Pasaron los años. Catorce. Cuando la llamé en su cumpleaños exultaba de alegría por su embarazo. Meses después, el diagnóstico reveló unas malformaciones de la máxima gravedad. Abortó. Decidir fue muy duro.
En marzo pasado, en pleno debate social sobre la nueva ley para esta vieja y triste realidad, la profesora Jutta Burggraf y yo publicamos Ser y parecer defensores de la vida. En síntesis, intentábamos evitar abortos procurando hacer amable lo bueno (la vida), no obligando a nadie a hacer el bien, comprometiéndonos con el cariño que saca de pozos… y reconociendo que nos puede pasar a cualquiera.
Ese mismo día recibí este sms: «Un artículo como el que habéis escrito reconforta y da impulso. Un fuerte abrazo. Virginia». Le respondí que, si quería, estaría encantado de escucharla. Así fue, esa misma tarde, durante casi tres horas. Entendí mejor qué significa comprender porque, si me hubieran sucedido la mitad de sus desdichas, probablemente yo habría hecho lo mismo: solucionar un drama con una tragedia.
Debates decisivos como el de la vida llegan a minar su base argumental y agigantan su altura emocional. Casi nadie discute hoy qué dice la ciencia; menos aún, qué susurra la propia conciencia. Junto con los esfuerzos de tantas personas que ofrecen valiosas aportaciones políticas, jurídicas, científicas, sociales, etc., cabe también una aproximación emocional.
Sabina canta en Noches de boda una deliciosa poesía que inyecta energía en la prosa trillada en torno a la vida:
«Que el maquillaje no apague tu risa, que el equipaje no lastre tus alas (…), que gane el quiero la guerra del puedo, (…) que los que matan se mueran de miedo. Que el fin del mundo te pille bailando (…). Que el corazón no se pase de moda (…). Que las verdades no tengan complejos, que las mentiras parezcan mentira (…). Que no se ocupe de ti el desamparo (…), que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena. Que no te compren por menos de nada, que no te vendan amor sin espinas, que no te duerman con cuentos de hadas, que no te cierren el bar de la esquina».
Suscribo todo y —para quienes intentamos ser y parecer católicos— añadiría un verbo y un sustantivo conciliables con la versión original: bailando-rezando y bar-iglesia.
Con otro estilo, Axel canta en Celebra la vida:
«Piensa libremente, ayuda a la gente y por lo que quieras lucha y sé paciente. Lleva poca carga, a nada te aferres porque en este mundo nada es para siempre (…). Y si alguien te engaña al decir ‘te quiero’, pon más leña al fuego y empieza de nuevo. No dejes que caigan tus sueños al suelo, que mientras más amas más cerca está el cielo. Grita contra el odio, contra la mentira, que la guerra es muerte y la paz es vida (…). Celebra la vida y deja en la tierra tu mejor semilla. Celebra la vida, que es mucho más bella cuando tú me miras».
Todos necesitamos una mirada y un tú. Además de canciones, hay libros desbordantes de ternura, comprensión, cariño y perdón. Un clásico de moda: el Evangelio. En el fondo, es una historia de amor que muestra, entre otras cosas, cómo el perdón no cambia el pasado, pero sí el futuro. Hay vida después del aborto. Virginia lo sabe.
Enrique Sueiro. Doctor en Comunicación Biomédica. Universidad de Navarra