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No se necesita mucha inteligencia para descubrir el significado de este refrán: "La mujer y la sardina, ¡a la cocina!". El hogar queda definido como el dominio propio de la mujer, pero mejor todavía si lo limitamos a la cocina. Es decir, cuanto más controlada y acotada esté la mujer, imejor para todos!
Durante un brevísimo periodo de tiempo, en las sociedades avanzadas, la mujer ha pasado del dominio familiar, al político-social. Ahora, comparte la mayoría de las profesiones con los varones. Incluso ha entrado al ejército. Más aún, en algunos casos, como el mundo del derecho o el de la medicina, están desplazando a los hombres.
Hasta hace pocos años la mujer se situaba en la sociedad por su posible rol de madre y esposa. Ello no impedía que algunas labores profesionales estuviesen, prácticamente, bajo la exclusiva competencia de la mujer, como las enfermeras o las secretarias, por citar dos ejemplos clásicos.
Pero el papel preponderante no dejaba de ser el de madre. Incluso, las que permanecían solteras, con frecuencia seguían una profesión de servicio, como las maestras, convirtiéndose así, de alguna manera, en madres de sus alumnos.
¿Y el trabajo en el hogar? El desplazamiento laboral que ha sufrido el hombre no le ha llevado, precisamente, hacia las labores domésticas. Ciertamente, los varones se implican, cada vez más, en las tareas domésticas, pero la responsabilidad de sacar adelante el hogar continúa recayendo sobre la mujer.
La mujer ha salido de casa, se ha "liberado" del encierro, pero ha pagado un precio muy alto: o ha dejado de ser madre, para trabajar fuera de casa como hacen la mayoría de los hombres, o se ha visto obligada a reducir el número de hijos, o desarrolla una jornada laboral de más de catorce horas diarias, dentro y fuera de casa.
Desgraciadamente, no ha cambiado el dicho malicioso de "la mujer y la sardina, ia la cocina!"; para muchas, lo que ha variado es el tamaño de la cocina: una cocina que va más allá del hogar, e incluso alcanza la educación de los hijos: cantidad de niños y niñas son educados por la madre y visitados por el padre cada quince días. La cocina ha crecido, pero la mujer vive sola. Incluso, puestos a aislarse, muchas mujeres consideran la separación del marido, como una alternativa más.
Este desequilibrio ha de compensarse de alguna manera. Por muchos brazos que posea el pulpo, no puede permanecer a la vez en dos lugares distintos. Muchas mujeres han cambiado el tradicional marido por el Estado, así con mayúscula, porque éste es su nombre propio. El Estado defiende a la mujer de la violencia del varón. Basta una denuncia para activar su poderosísimo aparato jurídico-policial que concluirá ?como mínimo? en la orden de alejamiento del agresor.
El Estado protege a la mujer de individuos indeseables (iaunque sean inocentes!). Basta una consulta médica para iniciar el proceso de eliminación de una vida nueva que ha comenzado a existir en sus entrañas. El Estado se casa con la mujer que decide ser madre soltera y, puntualmente le transfiere el sustento necesario. El Gran Marido, siempre dispuesto a solventar las necesidades y antojos de sus mujeres.
Comentaba una señora que, cuando denunció el mal trato que le daba su marido, todo fueron ayudas y ánimos, hasta que se consumó la separación y orden de alejamiento. ¿Y después? Después, se convirtió en la mujer invisible, ya no existía. Nadie se interesó por ella. Soledad absoluta.
El Estado no puede llenar el corazón de la mujer; en el mejor de los casos, sólo la podrá proteger; en la mayoría de los casos, la manipulará. Y con más facilidad que a los varones, porque hasta la existencia más íntima y personal de la mujer, penderá de los hilos del poder del Estado.
Las desigualdades entre el hombre y la mujer no provienen del modelo marido- mujer, sino del político-social. Prueba de ello es que en la sociedad democrática la mujer, paulatinamente, se ha ido incorporando a la vida laboral que hasta entonces le estaba vetada, manteniendo el mismo modelo familiar. La sustitución del varón por el Estado, no parece una solución adecuada.
Aunque productivamente llegase a funcionar, desde el punto de vista de la felicidad no parece interesarle a nadie. Como la mujer de la película Good by Lenin, que debe escoger entre seguir a su marido, que ha huido de la antigua Alemania Oriental, o permanecer en su patria. Decide quedarse y dedica todas sus energías a las instituciones del Estado... pero no es feliz.
Cualquier mujer que quisiera casarse, si tuviese que elegir entre un buen marido y un mal Estado, por un lado, o un mal marido y un buen Estado, escogería la primera opción. ¿De qué me sirve una gran organización si no tengo a nadie que me ame?
Hemos de superar el modelo de Calicles en su versión feminista: el pez grande (el hombre) se come al pez chico (la mujer). Invertir las premisas, comerse a los varones, no ayuda a resolver ningún problema. Mejor sería buscar la armonía entre el hombre y la mujer y que, juntos, se coman alegremente una sardina.
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