Un extraño al que se le ha dado la categoría de "invitado especial"
Desde hace unos años ha entrado a nuestras familias un nuevo personaje. No es un pariente, ni un amigo: es un extraño al que se le ha dado la categoría de "invitado especial". No se le pregunta quién es ni qué busca; simplemente se le deja entrar. Algo que no haríamos con nadie. Se trata –como deben haberse imaginado– del televisor.
Esa “caja de sorpresas" –agradables y desagradables– la hemos colocado en el centro de la casa. Es muy fácil de prender pero es muy difícil de manejar. Todos creemos que sabemos hacerlo pero en realidad no es así.
Si llaman a la puerta de nuestra casa, no le decimos a nuestro hijo: "abre la puerta" sin saber quién es la persona que está llamando. Sería una grave imprudencia. Y si vamos por la calle y se acerca un extraño a alguno de nuestros hijos, enseguida nos acercamos para ver de quién se trata. Son reglas de elemental prudencia.
¿Por qué no hacemos lo mismo con la televisión? Somos muy confiados. Pensamos que los dibujos animados son siempre buenos para los niños; que los partidos de fútbol son inofensivos (pero los comerciales no siempre lo son); que los programas de entretenimiento –pues así los presentan– son distracción sana (con frecuencia son otra cosa muy distinta); que los noticieros dicen siempre la verdad (pero hay muchas excepciones). Y podríamos seguir con una larga enumeración.
La solución no es eliminar los televisores sino administrar de forma adecuada los programas, según las edades y las características de nuestros hijos.
Queremos lo mejor para ellos: buscamos un buen colegio que les inculque nuestros propios valores; pensamos en una universidad que les capacite para ser profesionales de calidad; y hasta nos preocupamos de sus amigos. Pero, a lo mejor, no damos importancia a todo lo que reciben a través de la televisión durante 10, 15 o 20 horas semanales.
La televisión puede ser un medio de cultura, de información y de entretenimiento sano o todo lo contrario. Dependerá de nosotros, de la forma de administrarla.
Por el momento, podríamos comenzar por:
– Saber qué programas son adecuados para nuestros hijos y no salirse de ellos.
Por esa razón nunca deberían tener el televisor en sus habitaciones.
– Acompañarles durante aquellos programas que necesiten nuestros comentarios.
De no hacerlo, recibirán una influencia negativa que les afectará gravemente.
Y nunca será la educación que nosotros queremos para ellos.