Lo sorprendente es que para vivir momento tan excepcional a la mujer haya que ponerle previamente el burka
ABC
«La Secretaria General trata a la mujer como caballo de pica. Considera la ecografía como un arma diabólica; no está claro si por no ser tan suficientemente “sencilla, objetiva y comprensible” como exige la ley o más bien por todo lo contrario».
Las mañanas taurinas, con el sorteo de los toros y su enchiqueramiento (puerta ensogada va, puerta viene...) brinda momentos interesantes que escapan al espectador medio. En una de las ocasiones en que los he disfrutado, perdiéndome voluntariamente por el dédalo de pasillos, acabé sin proponérmelo en las cuadras donde los caballos de pica esperaban que les llegaran sus minutos de penuria.
Siempre me había llamado la atención la escasa capacidad de los jamelgos para a la hora de la verdad tenerse de pie. Podría achacarse a ser, a su modo, desecho de tienta; o al peso del peto que los acoraza, por si no fuera suficiente el de sus jinetes, cuyo perfil no es precisamente de liviano jockey; pero el veterinario amigo, que me acompañaba, incrementó mi información.
Los caballos, de notable prestancia, mostraban unos semiocultos algodones que taponaban sus notables orejas. Es bien sabido que al caballo de pica se le velan los ojos; con frecuencia no sólo el que se supone que tendrá particular ocasión de avizorar al toro. El problema, se me comentó, es que basta con que capten auditivamente su cercanía para que se haga más difícil controlarlos.
El asunto no acaba ahí. Más de una vez (¡oh la farmacia taurina!) pueden recibir generosas raciones de valium, lo que puede explicar su inexplicable torpeza para asentarse sobre el ruedo. La excusa sería en este caso olfativa; todo sea porque los equinos no compliquen demasiado esos momentos de los que serán muy a su pesar protagonistas.
Pero vayamos al quite. La Secretaria General de Políticas de Igualdad parece muy preocupada porque a las mujeres que, experimentando momentos muy duros, se plantean la posibilidad de abortar en la Comunidad Valenciana se les podría incluir en la información legalmente prevista imágenes ecográficas de fetos similares a los que habría que eliminar.
Los alemanes, cuando diseñaron su sistema de aborto a petición, exigieron una amplia información personalizada que intentara de modo decidido poner a salvo al no nacido. Sólo tras contrastar su pretensión con tales argumentos podría la mujer poner fin a su embarazo.
La ley española parece, por el contrario, dominada por una profunda desconfianza a la capacidad mental de la mujer peticionaria para soportar argumento alguno: información por escrito y en sobre cerrado, no vaya a ser que alguien (por lo visto sería fácil...) le coma el coco; no queda libre de sospecha ni su padre (en sentido literal).
La Secretaria General trata a la mujer como caballo de pica. Considera la ecografía como un arma diabólica; no está claro si por no ser tan suficientemente «sencilla, objetiva y comprensible» como exige la ley o más bien por todo lo contrario.
Se puede discutir si la ley confiere en realidad un derecho a abortar. Nuestro Consejo de Estado no duda en ascender al cielo de los conceptos para estimar seráficamente que no.
En cualquier caso, ¿puede considerarse una presión intolerable hacer ver a quien pretende ejercitar un derecho cuáles serán las consecuencias prácticas? Por lo visto (o mejor, por lo no visto) habría que admitir que el consentimiento informado en casos de aborto giraría en torno a un principio fundamental: ojos que no ven corazón que no siente.
Generosos defensores de los nuevos derechos presentan el aborto como el no va más de la libertad de la mujer, que llegaría así a la cúspide de su autoafirmación. Lo sorprendente es que para vivir momento tan excepcional (que hizo dar saltos de alborozo a más de una diputada) a la mujer haya que ponerle previamente el burka.