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Traducimos un artículo del presidente de la “American Chesterton Society” publicado hace cinco años acerca de la relevancia del genial escritor inglés que se convirtió al catolicismo y siempre creyó en el sentido común. (Publicado el 6 de abril de 2005)
Más de una vez he escuchado esta pregunta. La hace gente que acaba de descubrir a G. K. Chesterton. Han empezado leyendo un libro de Chesterton, o quizá han visto un ejemplar de la revista Gilbert!. O puede que se hayan encontrado una serie de citas que articulasen maravillosamente un pedazo olvidado de sentido común.
Hacen la pregunta con una mezcla de maravilla, gratitud y resentimiento. Están asombrados por lo que han descubierto. Están agradecidos de haberlo descubierto. Y casi están enfadados de haber tardado tanto en descubrirlo.
¿Quién es este tipo?
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) no puede resumirse en una frase. Ni en un párrafo. De hecho, a pesar de las buenas biografías que se le han dedicado, nunca se le ha llegado a capturar entre las cubiertas de un libro. Mejor que esperar a la separación de las cabras y las ovejas, simplemente demos el paso y digamos: G. K. Chesterton fue el mejor escritor del s. XX. Dijo algo sobre cualquier cosa y lo dijo mejor que nadie. Pero no era un mero palabrero. Era muy bueno expresando sus ideas, pero lo más importante es que tenía algo muy bueno que expresar. La razón por la que fue el mayor escritor del siglo XX es que fue el mayor pensador del s. XX.
Nacido en Londres, Chesterton se educó en St. Paul, pero nunca fue al instituto. Fue a la escuela de artes. En 1900 se le pidió que contribuyera con unos artículos sobre crítica de arte en una revista, y terminó siendo uno de los escritores más prolíficos de todos los tiempos.
Escribió un centenar de libros, participó en otros 200, hizo cientos de poemas, incluyendo la épica Balada del Caballo Blanco, cinco obras de teatro, cinco novelas y unos 200 cuentos cortos incluyendo la popular serie protagonizada por el sacerdote detective Padre Brown.
A pesar de sus logros literarios, se consideraba sobre todo un periodista. Escribió unos 4.000 ensayos en diarios, incluyendo 30 años de columnas semanales en el Illustrated London News, y 13 años de columnas semanales para el Daily News. También editaba su propia revista, el G.K. Weekly.
Para hacernos una idea: 4.000 ensayos es el equivalente a escribir un ensayo diario, cada día, durante 11 años. Si eso no le impresiona, inténtelo usted una temporada. Pero han de ser buenos ensayos, todos ellos, tan divertidos como serios, y que sean legibles y de interés un siglo después de que los haya escrito.
Chesterton se sentía igualmente cómodo con la crítica social o literaria, la historia, la política, la economía, la filosofía o la teología. Su estilo es inconfundible, siempre marcado por la humildad, la consistencia, la paradoja, el ingenio y la maravilla. Sus escritos permanecen tan actuales y tan intemporales hoy como cuando aparecieron, aunque mucho se publicó entonces en papel de usar y tirar.
Este hombre (que compuso líneas tan perfectas y profundas como “el ideal cristiano no es que se haya probado y se le haya considerado defectuoso, es que se le ha considerado difícil y se le ha dejado sin probarlo”), medía seis pies y cuatro pulgadas y pesaba unas 300 libras, normalmente tenía un puro en su boca y paseaba con gabardina y un sombrero chafado, gafas diminutas encajadas en la punta de la nariz, un estoque en la mano y risa resoplando bajo su bigote. Y por lo general no tenía ni idea de dónde o cuándo era su próxima cita.
Hizo muchos de sus escritos en estaciones de tren, porque a menudo perdía el tren que se suponía que debía coger. En una anécdota famosa, telegrafió a su mujer diciendo: “estoy en Market Harborough. ¿Dónde debería estar?” Su fiel esposa, Frances, atendió todos los detalles de su vida, puesto que él continuamente demostró no tener forma de hacerlo por sí mismo. Posteriormente fue asistido por una secretaria, Dorothy Collins, que se convirtió en hija adoptiva de la pareja, y llegaría a ser la albacea literaria del escritor, haciendo accesible su trabajo tras su muerte.
Este elfo demasiado crecido, más que hombre, de mente distraída, que se reía de sus propios chistes y divertía a los niños en fiestas de cumpleaños atrapando bollos con la boca, este fue el hombre que escribió un libro llamado El Hombre Eterno, que llevó a un joven ateo llamado C. S. Lewis a hacerse cristiano.
Este fue el hombre que escribió una novela llamada El Napoleón de Notting Hill, que inspiró a Michael Collins a liderar un movimiento por la independencia irlandesa.
Este fue el hombre que escribió un ensayo en el Illustrated London News que inspiró a Monadas Gandhi a dirigir un movimiento para acabar con el gobierno colonial en la India. Este fue el hombre que cuando se le encargó escribir un libro sobre Santo Tomás de Aquino (adecuadamente titulado Santo Tomás de Aquino) hizo que su secretaria seleccionase un paquete de libros de Santo Tomás de la biblioteca, abrió el que estaba encima de la pila, lo recorrió con un dedo, lo cerró y procedió a dictar un libro sobre Santo Tomás. No un libro cualquiera.
“Considero que es el mejor libro jamás escrito sobre Santo Tomás, sin comparación posible. Nadie sino un genio puede conseguir tal logro. Todo el mundo admitirá sin duda que es un libro avispado, pero los pocos lectores que hayan pasado veinte o treinta años estudiando a Santo Tomás no pueden dejar de percibir que el llamado `ingenio´ de Chesterton ha hecho enrojecer su erudición. Él ha adivinado todo lo que nosotros hemos intentado demostrar, y él ha dicho todo lo que ellos intentaban expresar más o menos torpemente en fórmulas académicas.
Chesterton fue uno de los pensadores más profundos que jamás han existido; era profundo porque estaba en lo cierto; y no podía sino estar en lo cierto; pero tampoco podía evitar ser modesto y caritativo, así que dejó que fuesen otros, los que pudiesen entenderle, los que supiesen que él estaba en lo cierto; a los demás les pidió disculpas por estar en lo cierto, y camufló que era profundo simulando que simplemente era ingenioso. Eso es todo lo que pueden ver de él”.
Chesterton debatió con muchos de los afamados intelectuales de su época: George Bernard Shaw, H. G. Wells, Bertrand Russell, Clarence Darrow. Según crónicas contemporáneas, Chesterton por lo general era el ganador de estos debates; sin embrago, el mundo ha inmortalizado a sus oponentes y se ha olvidado de Chesterton, y ahora sólo oímos uno de los bandos del debate, y así permanecen los legados del socialismo, relativismo, materialismo y escepticismo. Irónicamente, todos sus oponentes trataron a Chesterton con el mayor afecto. Y George Bernard Shaw dijo: “el mundo no está suficientemente agradecido por Chesterton”.
Su escribir ha sido alabado por Ernest Hemingway, Graham Greene, Evelyn Waugh, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Karel Capek, Marshall McLuhan, Paul Claudel, Dorothy L. Sayers, Ágata Christie, Sigrid Undset, Ronald Knox, Kingsley Amis, W.H. Auden, Anthony Burgess, E.F. Schumacher, Neil Gaiman y Orson Wells, por mencionar unos pocos.
T. S. Eliot dijo que Chesterton “merece que proclamemos permanentemente nuestra lealtad”.
“¿Y por qué no había oído hablar de él?”
Hay tres respuestas a esto:
1. No lo sé.
2. Te han engañado
3. Chesterton es el escritor más injustamente menospreciado de nuestros días.
Quizá esto es una prueba de que la educación es demasiado importante para dejársela a los educadores y que publicar es algo demasiado importante como para dejarlo en manos de los editores, pero no hay excusa para que Chesterton no se enseñe en nuestras escuelas y que sus escritos no se publiquen más y no se incluyan en antologías para estudiantes. Bueno, hay una excusa. Parece que Chesterton es difícil de encajonar, y un escritor que no pueda asignarse rápidamente a una categoría, a una descripción de una sola palabra, se arriesga a caer entre los huecos. Aunque pese 300 libras.
Pero hay otro problema. Los pensadores modernos y los críticos han decidido que es más conveniente ignorar a Chesterton que discutir con él, porque discutir con Chesterton es perder.
Chesterton elocuentemente argumentó contra todas las tendencias que eventualmente conquistaron el s. XX: materialismo, determinismo científico, relativismo moral y agnosticismo invertebrado. También argumentó contra el socialismo así como contra el capitalismo, y mostró por qué los dos han sido enemigos de la libertad y la justicia en la sociedad moderna.
¿Y hubo algo a favor de lo que argumentase? ¿Qué defendía? Defendía al hombre común y al sentido común. Defendía a los pobres. Defendía la familia. Defendía la belleza. Y defendía el cristianismo y la fe católica.
Todo esto no queda muy bien en clase, los medios de comunicación o la plaza pública. Y probablemente por eso se menosprecia. El mundo moderno prefiere escritores que sean snobs, con ideas exóticas y estrambóticas, que glorifiquen la decadencia, que se burlen del cristianismo, que nieguen la dignidad de los pobres y que piensen que la libertad significa ausencia de responsabilidad.
Pero aunque a Chesterton ya no lo enseñen en las escuelas, no puedes considerarte educado hasta que hayas leído a Chesterton concienzudamente. Y más aún, leer concienzudamente a Chesterton es en sí mismo una educación completa. Chesterton es realmente un maestro y del mejor tipo. No sólo te asombra. No sólo consigue la maravilla de hacerte pensar. Va más allá. Te hace reír.
Dale Ahlquist es presidente y cofundador de la American Chesterton Society, creador de la serie de TV “G.K.Chesterton: the Apostle of Common Sense” en la cadena EWTN, editor de la revista Gilbert y de varios libros sobre Chesterton.
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