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Erik Leipoldt quedó tetraplégico en 1978 como consecuencia de un accidente de natación. Ha publicado recientemente un libro acerca de las actitudes ante la eutanasia de los holandeses y los australianos con tetraplegia. Se pregunta si hay realmente necesidad de legalizar la eutanasia.
En Australia y en otros países occidentales, el sufrimiento es una experiencia privada y subjetiva que conduce a la invocación de derechos individuales para dar término a la vida propia en caso de que llegue a resultar insoportable. La vida de una persona que sufre no tiene importancia para los demás.
Cuando lo miramos más de cerca, sin embargo, vemos que el dominio privado es una ilusión. El sufrimiento no es una experiencia individual, aislada. Nadie es una entidad autónoma. El sufrimiento y su paliación es en gran medida un proceso dinámico que implica a otros.
Aquí en Australia, al igual que en otros lugares, algunos presionan a favor de la legislación para proporcionar la eutanasia a personas en buenas condiciones mentales en respuesta a un “dolor, sufrimiento o debilidad” que es considerada “considerable” en la situación de una enfermedad terminal. Por lo vaga y amplia que resulta, esta descripción invita a cualquiera a decir “sí, por supuesto, debemos ayudarle”.
Pero, ¿qué es sufrir? y, ¿cuál es la diferencia entre matar al que sufre y atender a las necesidades del que sufre?
El sufrimiento no es una cuestión aislada, sino que surge y se experimenta dentro de la relación con otras personas. Hay sucesos que provocan dolor y que quedan enmarcados en nuestro ámbito de valores y costumbres. La experiencia del dolor es distinta para las personas que están bien cuidadas que para las que se sienten abandonadas. La angustia mental puede surgir a partir de conflictos sin resolver entre relaciones próximas, incluso relaciones alejadas ya en el tiempo. Los sentimientos de dependencia insoportable o de pérdida de la dignidad pueden ser provocados tanto por las actitudes de los demás, como por nosotros mismos.
Al ser intrínsecamente sociales, los seres humanos se sienten felices cuando están cuidados con cariño. Por ejemplo, en un estudio que realicé con personas con tetraplegia en Holanda y Australia, tan sólo las personas que carecían de compañía adecuada querían la eutanasia para ellos.
La idea del sufrimiento como algo social, y no como una experiencia puramente privada, puede ayudarnos a decidir lo que debemos hacer con él. El camino del cuidado paliativo consiste en acometer el sufrimiento de la persona atendiéndola. La opción de la eutanasia es suprimir el sufrimiento matando al que sufre.
Una ley propuesta recientemente en el parlamento de Western Australia, donde vivo, intenta reconciliar ambas opciones. Intenta respetar los derechos del “consumidor” a elegir la muerte asistida, a la vez que reconoce el valor del cuidado paliativo. Intenta salvar algunas de las objeciones frecuentes a la legalización de la eutanasia mediante la introducción de requisitos que eviten la obtención de beneficios e intereses que podrían derivarse de la muerte por eutanasia. Trata de evitar la posibilidad de explotación, prohibiendo la eutanasia de aquellos que se sienten una carga y de los menores de 21 años. Trata de prohibir el “turismo” eutanásico. Supone un proceso con un número elevado de fases y requisitos.
Pero la experiencia muestra que no existen garantías suficientemente fuertes para rechazar las llamadas inevitables del público a favor de la relajación de la ley, a fin de cubrir el “sufrimiento considerable y la debilidad” de las personas que se encuentran en las categorías excluidas.
En cualquier caso, ¿puede un médico evaluar realmente si alguien quiere la eutanasia con el fin de dejar de ser una carga para los demás? En Holanda las garantías no han impedido, por ejemplo, que hubiera niños de 12 años que pidieran la eutanasia. Personas que no eran enfermos terminales han acabado sus vidas bajo la eutanasia.
Al mismo tiempo, la gente teme muertes lentas en una máquina o tras un tratamiento excesivo. Por otro lado, actualmente existen anomalías, en las que la plantilla médica acelera ilegalmente la muerte. ¿Significa esto que se debería legalizar esta situación?
Deberíamos preguntarnos si resulta admisible acelerar la opción de la eutanasia legal, antes de que como sociedad hayamos hecho todo lo posible para poner en práctica todos los cuidados paliativos y el apoyo del que somos capaces. Resulta patético constatar que estamos bien lejos de esta meta.
No vivimos en sociedades solícitas. Vivimos en sociedades en las que se van cuarteando los vínculos sociales. La autonomía individual, las relaciones contractuales entre consumidores racionales y el consumismo se nos presentan en nuestro camino como si fueran personajes sociales, solícitos.
La legalización de la eutanasia supone dejar de prestar atención al sufrimiento que hay detrás de los pacientes que la solicitan. Se cita con frecuencia: situación de dependencia, dolor, pérdida de dignidad. Cualquiera de estas razones es susceptible de mejora a través de un trato solícito. La dependencia resulta carente de dignidad tan sólo en ausencia de una ayuda solícita. Desde luego, puede haber un dolor que no puede ser tratado si no es con sedativos, pero unos casos extremos hacen una mala ley. En definitiva, no hay soluciones perfectas.
Para algunos la eutanasia es un asunto de compasión porque evita situaciones en las que las personas ponen fin a sus vidas. Pero esta es una falsa lectura de la compasión, además de resultar poco realista. La compasión requiere compromiso personal con el sufrimiento del otro —la solicitud en el cuidado— en un mundo imperfecto, algo que la práctica de la eutanasia no hace. La eutanasia es básicamente un acuerdo contractual entre personas desvinculadas, dentro del marco de ciertas reglas, para dar fin a una vida. Y es un procedimiento técnico, no un acto de compasión.
Una ética del cuidado paliativo presta atención ante todo a la necesidad que motiva la petición. Acepta la responsabilidad de acoger aquella necesidad y de atenderla completamente (Tronto, 1993). Se trata de una relación participativa de ida y vuelta, en este caso con un enfermo terminal. Este cuidado no es paternalista e implica estar con la persona que sufre empleando una comunicación prudente, confianza, amor, respeto e incluso buen humor. Estas cosas ayudan a mantener el sentido y el propósito en un estado final de la vida, que con frecuencia es contemplado como carente de sentido en nuestro mundo racionalista.
Otra respuesta es fomentar ambas opciones: cuidado paliativo y eutanasia. Resulta concebible que una sociedad solícita pueda tomar la eutanasia como una opción para aquellos casos de dolor verdaderamente insoportable. Pero empecemos antes por convertirnos en una sociedad que cuida. Hay mucho trabajo por hacer. Hoy en día la mayoría de nosotros tenemos una mala opinión de la gente anciana, débil, y en estado de suma dependencia, que constituye un conjunto que no nos gusta dentro de la condición humana. Una eutanasia legalizada corre el grave peligro de su uso abusivo en una sociedad utilitaria y consumista.
Los legisladores deben rechazar la legalización de la eutanasia dado que resulta una ruta inapropiada para remediar el sufrimiento. Pero deben cuestionarse acerca de sus políticas y de la práctica de la salud paliativa como origen potencial de las peticiones a favor de la eutanasia. ¿Cómo tratar cada vida como algo valioso y proporcionarle un cuidado de excelencia? ¿Cómo se fomentan los cuidados paliativos?
Si prestáramos atención con más frecuencia a las necesidades humanas; si nos hiciéramos responsables de ellas; si lo hiciéramos de manera competente y con la participación de los pacientes, ¿cómo cambiarían las cosas?
El carácter de una nación se revela en el trato que da a su gente más vulnerable. Los enfermos terminales son muy vulnerables. Rechazar la legalización de la eutanasia no es insensibilidad. Por el contrario, es la afirmación de nuestra determinación de trabajar a favor de una sociedad más solícita.
Referencias:
Leipoldt, E.A. (2010) Euthanasia and disability perspective. VDM Verlag. Saarbrucken. Alemania.
Tronto, J. (1993). Moral boundaries. A political argument for an ethic of care.
(*) Publicado originariamente en Mercatornet
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