No se está a favor o en contra del aborto por ser católico, sino porque las convicciones racionales y las pruebas médicas lo corroboran
JavierArnal.wordpress.com
Sigue librándose en España una batalla muy cruel, la más cruel, porque anda en juego la vida. Es una batalla que forma parte de una guerra, la guerra sobre la vida, en la que se incluyen —además del aborto— la fecundación “in vitro”, el silencio o la defensa de la eutanasia como objetivo social.
En esta batalla del aborto se ha producido un episodio más, que es la no suspensión de la Ley del Aborto, que entró en vigor el pasado 5 de julio. Había presentado un recurso el PP, y el Tribunal Constitucional ha decidido —por 6 votos contra 5— que no se suspenda la aplicación de la ley, basándose en que equivaldría a restaurar el recurso previo de inconstitucionalidad —eliminado en 1985— y puede suponer una anulación fáctica del poder legislativo.
El PP presentó el recurso de inconstitucionalidad de la Ley del Aborto, y el recurso para que se suspendiera la entrada en vigor. No ha triunfado la suspensión casualmente porque un magistrado propuesto por el PP, Vicente Conde, no ha apoyado la suspensión. El atropello jurídico y moral que constituye esta “ley Aído” no se ha evitado por el voto de un magistrado propuesto por el PP. En el PP andan buscando al mentor de Vicente Conde, porque se ha lucido.
De todas formas, vuelve a ser un síntoma de que habría que desvincular el poder judicial, en este caso el Tribunal Constitucional, de los partidos políticos. Así se primaría la independencia judicial y saldría ganando el Derecho, hoy tan maltrecho en esta querida España.
En diversos medios de comunicación se ha justificado el apoyo a la suspensión por parte de un magistrado progresista, Eugenio Gay, calificándolo como “reconocido católico”. Una vez más, se apela a planos distintos, según interese, avivando prejuicios, estigmatizaciones o simplificaciones. ¿Hablamos de Derecho, de política, de moral o de religión?
¿En qué quedamos? Por supuesto que el catolicismo integra la moral natural en defensa de la vida y, por tanto, contra el aborto, pero no se está a favor o en contra del aborto por ser católico, sino porque las convicciones racionales y las pruebas médicas lo corroboran.
En esta batalla del aborto quienes estamos a favor de la vida aportamos más fundamentos y pruebas médicas que quienes se refugian en una nefasta ley de Aído de aborto libre, y no hemos de invocar ni permitir que se nos limite la capacidad de razonar por el hecho de ser católicos, como si la fe inhabilite a la razón: más bien, la potencia.
¿Cómo puede ser constitucional una ley que contradice abiertamente la sentencia del Tribunal Constitucional de 1985, que despenalizó en algunos casos el aborto y reconociendo expresamente el derecho a la vida, recogido en la Constitución? El recurso del PP sobre la inconstitucionalidad de la ley Aído saldrá adelante, y la declarará inconstitucional. La pena es que, en el camino, muchos crímenes se van a cometer —financiados con mis impuestos— por burlarse de la jurisprudencia, y que ponen de manifiesto, una vez más, los complejos de unos y la agresividad o falta de rigor de otros. Pero urge que muchos descubran los argumentos y los esgriman: otra fase de la batalla del aborto.