ZENIT.org (Entrevista de Patricia Navas)
Mostrar lo que es realmente la persona humana es “luz para el mundo moderno”, uno de los principales retos de la Iglesia hoy, el fundamento de su diálogo con el mundo y un aspecto básico de la nueva evangelización.
Lo explica el profesor de Antropología Teológica y Antropología Cristiana de la Universidad de Navarra Juan Luis Lorda en la siguiente entrevista concedida a ZENIT.
A través de la antropología, el experto aclara, entre otras cuestiones, la razón por la que la sexualidad humana está regida por leyes morales tan graves, y la que provoca que una gran parte de la cultura moderna ya no sea capaz de sostener sus fundamentos.
¿Qué es la Antropología teológica y cuáles son sus grandes temas?
La antropología teológica es el estudio teológico del hombre. Es decir, lo que sabemos del hombre desde la revelación de Dios, tal como lo ha contemplado la rica tradición de pensamiento cristiano, que tiene también una enorme experiencia humana.
Esos grandes temas son: que el hombre es un ser hecho para Dios, que está destinado a identificarse con Cristo, que tiene una dignidad particular que es el fundamento de la moral, que hay una realidad de pecado en la historia humana y en cada persona, que hay una salvación y renovación en Cristo: eso es la gracia.
¿Qué lugar ocupa la antropología en el diálogo de la Iglesia con la modernidad?
La antropología es la base del diálogo de la Iglesia con la modernidad. Juan Pablo II dijo, ya en su primer discurso al iniciar su pontificado, que la presentación actual del cristianismo tiene que ver con la idea del hombre.
La antigua apologética cristiana, la defensa, se convierte en una presentación del cristianismo, que responde a los anhelos más profundos de la persona. Hay que mostrar que Cristo revela el hombre al hombre.
Los cristianos tenemos una idea muy alta de lo que es el hombre, de su dignidad, de su realización, de su llamada a ser hijo de Dios y de vivir fraternalmente, de la dignidad del misterio de la vida y de la familia.
Todo esto es luz en el mundo. La modernidad tiene una idea del hombre como individuo libre depositario de derechos. Esto es verdad y es una aportación y una conquista histórica.
Al mismo tiempo, si nos quedamos ahí, es pobre. Porque la libertad tiene que ver con la verdad y está destinada a la realización del hombre. Una libertad egoísta como fin en sí misma es una especie de cortocircuito vital.
Además, el énfasis moderno en los propios derechos da lugar a una mentalidad egoísta y pone en segundo plano las obligaciones y deberes en los que se realiza la persona, su vocación social y, en particular, su vocación al amor.
El verdadero amor, paradójicamente es entrega, donación, una voluntaria pérdida de libertad. Pero en ella se realiza la persona y saca lo mejor de sí misma.
La entrega en el matrimonio en familia, en la amistad desinteresada en la vida social, en la vida de la Iglesia, que son los grandes horizontes de la realización de la persona.
Todas éstas son grandes aportaciones cristianas, luces para el mundo moderno. Y no olvidemos tampoco la doctrina cristiana sobre el mal y el pecado.
La modernidad nació con una especie de optimismo ingenuo: cree que puede vencer el mal dentro de uno mismo y fuera sólo con la razón y la educación. Pero los cristianos sabemos que se necesita la gracia de Dios y el amor entregado.
Usted ha publicado durante este curso el manual Antropología Teológica, que ya ha agotado su primera edición. ¿Por qué escribió este libro?
Es un manual que forma parte de una colección que tiene la facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Esta colección quiere cubrir todas las materias que se estudian en teología.
Desde hace unos veinte años, enseño esa materia en la facultad; por eso me lo encargaron. Me ha costado mucho tiempo hacerlo porque, en cierta manera, esta materia es nueva en teología.
Desde mediados del siglo XX se ha querido reunir lo que la teología dice sobre el hombre en una única materia.
Ya existen algunos manuales de antropología teológica, pero la mayoría son más bien ensayos. Me ha costado 13 años elaborarlo y he escrito antes varios libros preparatorios: una Antropología bíblica, un ensayo que se titula Para una idea cristiana del hombre y un tratado sobre la Gracia.
¿Cuáles cree que son sus aportaciones más novedosas?
Me parece que es novedosa la síntesis general y la ordenación de la materia. El tema central del libro es el misterio pascual, que es la máxima revelación de Dios en Cristo y sirve para centrar muy bien todo el discurso cristiano sobre la gracia.
Hay que tener en cuenta que, en el siglo XX, ha habido dos grandes aportaciones a la Antropología
Teológica: la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, y el pontificado de Juan Pablo II, que ha sido muy fecundo.
Juan Pablo II profundizó en el fundamento de la moral en la antropología; tanto en los aspectos de moral fundamental, como son la dignidad del hombre y el sentido de la vida, como en los de moral sexual y los de la moral social.
Además, pensaba que la idea cristiana sobre el hombre es un gran camino de evangelización.
El libro tiene dos partes: la presentación de la idea cristiana del hombre y la transformación en Cristo por la gracia.
Presta mucha atención a la teología patrística y a los exponentes principales del pensamiento cristiano antiguo, lo cual es importante para el ecumenismo. Se hace un esfuerzo de comprender bien las posiciones para superar malentendidos.
También incluye aspectos puntuales de la doctrina de la gracia que forman parte de la experiencia cristiana, la sabiduría cristiana adquirida a través de la historia.
Uno de los temas que trata el manual es la dignidad de la sexualidad humana. Usted señala en el libro que “con su fecundidad, el hombre transmite la imagen de Dios” y que “ésta es la razón de que la sexualidad humana esté regida por leyes morales tan graves”. ¿Cómo se puede transmitir este mensaje en la sociedad occidental actual?
Es un hermoso reto y un deber. Los cristianos tenemos una idea muy alta de lo que es el hombre, de lo que es la vida y, por eso mismo, de la sexualidad, de la fecundidad humana, del matrimonio y la familia. También del celibato.
Sabemos que todo esto responde al querer de Dios y eso nos da mucha seguridad. La moral sexual cristiana se apoya también en la misma evidencia natural de la sexualidad, en la realidad del amor conyugal y de la familia como comunidad natural humana.
Es el libro de la naturaleza, que Dios ha escrito también. Es la verdadera ecología humana.
En cambio, la revolución sexual que ha padecido Occidente se basa en una gran quimera anti-ecológica: que el hombre puede cambiarse a sí mismo como quiera; y especialmente, la sexualidad.
No deja de ser curioso que la cultura occidental sea tan ecológica y tan naturalista cuando se trata de la alimentación, y, en cambio, quiera enseñar a los chicos que el sexo es algo que depende totalmente de la libertad personal.
Nosotros sabemos que no es así: que es una función biológica con un orden natural, que tiene una relación profunda con el amor conyugal, que tiene la dignidad de transmitir la vida humana, que funda la familia.
Por eso es una realidad que merece el máximo respeto. Decía un sensato autor, Sheed, que la vida es sagrada, por eso el matrimonio es sagrado y el ejercicio de la sexualidad humana también tiene algo de sagrado.
En todo se ejerce la dignidad de la persona. Eso explica la moral sexual cristiana, que no es represiva del sexo, sino que, realmente, lo considera algo maravilloso, cauce de la vida divina.
En este punto de su libro, afirma que estamos experimentando un “retroceso cultural”. ¿A qué se refiere?
A la pérdida del valor de la familia en las sociedades occidentales. Es una especie de suicidio y quizá no es la primera vez que se produce en la historia.
En la cultura política se está imponiendo un liberalismo libertario. Incluso la izquierda acoge este discurso, después de que, con el hundimiento de los regímenes comunistas haya desaparecido la teoría económica y social socialista.
El liberalismo clásico tenía dos ramas: un liberalismo económico, que quería quitar las trabas y las fronteras a la producción industrial y al comercio; y un liberalismo político, que protege y aumenta las libertades políticas de las personas.
Desde el 68, nos ha llegado un nuevo liberalismo sexual. Éste es el liberalismo libertario. La defensa del sexo usado de cualquier manera. Esto ha afectado profundamente a la familia, que es la base de la civilización.
¿En qué medida la antropología cristiana está arraigada actualmente en nuestra cultura?
El cristianismo forma parte, y muy importante, de nuestra cultura. A mí no me gusta cuando se habla de enfrentamiento entre Iglesia y mundo moderno, porque la Iglesia o los cristianos formamos parte del mundo moderno.
No sólo porque vivimos en él, sino porque muchas de las grandes ideas del mundo moderno están arraigadas en el cristianismo.
El famoso lema de la Revolución francesa, “libertad, igualdad, fraternidad” expresa ideales cristianos.
Los cristianos creemos en la existencia real de la libertad, en que los hombres somos iguales y en que somos hermanos porque somos hijos de Dios.
Pero una gran parte de la cultura moderna actual no cree en esto. El materialismo científico no cree, por ejemplo, en la libertad. Y el biologismo no cree en la igualdad o en la fraternidad. La evolución de las especies funciona porque no hay igualdad y porque se impone el más fuerte.
Una gran parte de la cultura moderna ya no es capaz de sostener sus fundamentos, porque no cree en ellos. Tampoco cree en el valor o dignidad de la vida humana.
La extensión del aborto es una prueba de que se impone la utilidad por encima del valor: hago lo que me apetece o lo que me conviene, por encima de lo que es valioso, de lo que debo, de lo que es bueno.
En el fondo, muchos defienden que el hombre, cada hombre, es sólo un poco de materia casualmente organizada. Nosotros creemos que es un gran valor.
Los cristianos somos los grandes humanistas de la cultura moderna, aunque no somos los únicos, porque mucha gente con sentido común y con sentido de la belleza o de la justicia comparte estas convicciones.
¿Cómo han afectado cuestiones de bioética como la clonación o el transhumanismo en la comprensión tradicional de lo que es el hombre?
Me parece que no tratan de entender mejor al hombre, sino que quieren usarlo. No enfocan el tema desde la dignidad humana, sino desde la utilidad.
Por eso, no les importa generar cientos de miles de embriones humanos y dejarlos en frigoríficos a la espera de tirarlos a la basura o entregarlos a la experimentación de cosmética.
Es misión de todos, pero especialmente de las personas más comprometidas defender ante esto la dignidad humana.
No es sólo cosa de cristianos. Como hemos dicho compartimos estos valores con muchos que creen en la existencia de la justicia, de la belleza, del amor humano y de la dignidad de la persona
Algunos hablan o creen que dejan de ser personas al perder ciertas capacidades, o la conciencia u otras características humanas. ¿Cuándo el hombre deja de serlo?
El hombre nunca deja de ser hombre. Nosotros creemos que pervive. Pero muere. ¿Cuándo muere? Eso hay que establecerlo clínicamente.
Los cristianos pensamos que mientras existe la vida corporal, sus manifestaciones, el hombre está vivo y merece ser tratado con dignidad.
La Medicina considera que con algunas manifestaciones se produce lo que se llama la muerte cerebral. Esto lo tiene que determinar la Medicina.
De todas maneras, la dignidad de la persona merece siempre, en caso de duda, ser tratada con respeto. Porque el momento exacto a veces no se puede determinar desde fuera.
¿Hay vidas que no merecen ser vividas?
Frente al tema de la eutanasia, hay una mentalidad cristiana ya establecida.
Por una parte, no es digno el ensañamiento terapéutico, mantener la vida a cualquier precio. Los cristianos pensamos que la muerte es algo natural y llega un momento en que hay que ponerse en manos de Dios y no hace falta prolongar la vida con un esfuerzo desproporcionado y penoso para la persona.
Por otra parte, los cristianos pensamos que no se puede matar. La vida debe terminarse por medios naturales. Nadie tiene derecho a matar.
Y los médicos han asumido desde el principio el juramento hipocrático, que es no hacer daño, no matar. Ellos curan, pero no matan.
No se puede provocar la muerte. Están exigidos, por tanto, los medios razonables de alimentación y cuidados para mantener la vida.
¿Cómo afronta la Iglesia el reto de mantener y profundizar el concepto de “persona humana” en el futuro?
Se podría decir que la Iglesia es la gran defensora de la dignidad humana. Gracias a Dios, compartimos esta preocupación con muchos hombres de buena voluntad.
Nosotros creemos que la dignidad humana se basa en que el hombre es imagen de Dios. Otros no lo saben, pero lo perciben de alguna manera al ver las manifestaciones de la bondad humana: la inteligencia, la moral, el sentido estético,... con esto alcanzan a comprender algo de la dignidad humana.
Frente a ello nos encontramos personas que tienen una mentalidad materialista, que creen que el hombre es una acumulación de materia y por tanto da lo mismo destruir un montón de arena que una persona, prácticamente.
También hay personas que todo lo sacrifican a su utilidad, a su conveniencia. Esto es la esencia de la inmoralidad. Por eso mismo no respetan la dignidad, ni de su persona ni de nada.
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