Todos los cristianos pueden ejercer el sacerdocio común de los bautizados
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Casi al final del Año Sacerdotal, en la celebración del Corpus Christi, Benedicto XVI ha explicado por qué y cómo Jesucristo es sacerdote.
Ante todo, no es sacerdote a la manera de los sacerdotes judíos. De hecho, Jesús tomó distancia de una concepción ritual de la religión, criticando la postura que daba mayor valor a los preceptos humanos ligados a la pureza ritual más que a la observancia de los mandamientos de Dios, es decir, al amor de Dios y al prójimo, que como dice el Evangelio, vale más que todos los holocaustos y sacrificios (Mc 12,33). Esta actitud se tradujo, dentro del Templo de Jerusalén, en el gesto de expulsar a los cambistas y vendedores de animales, que servían a la ofrenda de los sacrificios tradicionales.
La Carta a los Hebreos dice que Jesucristo es sacerdote según el orden de Melquisedec, que ofreció pan y vino. También Jesús explicaba el Papa ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a sí mismo y a su propia misión.
Jesús se hizo Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, grano de trigo que muere en tierra para dar mucho fruto. Se entregó a la muerte por el amor a su Padre y a todas las personas de todos los tiempos. Pues bien, ese amor es el Espíritu Santo, que realizó la Encarnación del Verbo, y que ungió a Jesús como sacerdote, mediador universal de salvación, especialmente en su pasión. Por ese mismo amor, Jesús se da en la Eucaristía a través del pan y del vino transformados en el cuerpo y sangre del Señor, adelantando así su pasión y muerte en la Cruz. De esta manera se transforma la extrema violencia y la extrema injusticia en un acto supremo de amor y de justicia.
En definitiva, esta es la obra del sacerdocio de Cristo, que la Iglesia ha heredado y prolonga en la historia, en la doble forma del sacerdocio común de los bautizados y del ordenado de los ministros, para transformar el mundo con el amor de Dios.
En efecto, por el amor del Espíritu Santo, los cristianos ofrecen su vida entera (sus trabajos, su vida familiar y social, sus actividades sociopolíticas, el descanso y la enfermedad, etc.) en la Eucaristía. A la vez que consagra el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo de los hombres, el sacerdote-ministro actualiza la consagración sacerdotal de la vida cristiana en cada Misa. Luego, cada uno de los que comulgan reciben a Cristo para vivir con Él día a día, convirtiendo el quehacer ordinario en una Misa, es decir, en una ofrenda de alabanza al Padre y de servicio a la humanidad, para, como dice el Papa, transformar el mundo con el amor de Dios.
De este modo con el alimento de la Eucaristía y en unión profunda con la Cruz los cristianos pueden ejercer el sacerdocio que poseen desde su Bautismo (sacerdocio común de los bautizados). Muriendo a sí mismos por el amor que ponen en sus tareas, contribuyen a que los frutos de la redención sigan llegando a todas las personas. Este es el sentido sacerdotal de la vida cristiana, que lleva a participar del sacerdocio de Cristo y la misión de la Iglesia, para gloria de Dios y salvación del mundo.
Ramiro Pellitero. Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra