Defender a los cristianos perseguidos significa luchar por la libertad y la dignidad de todos los pueblos y todos los hombres
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Hay pocas dudas de que el asesinato de monseñor Padovese, presidente de la Conferencia Episcopal Turca, tiene un origen fundamentalista. La Iglesia de Turquía, por boca de monseñor Ruggero Franceschini, arzobispo de Esmirna, ha calificado la idea de la enfermedad mental del asesino como una "mentira piadosa" contada para obtener una rebaja de la pena.
O peor, inventada para ocultar a los inductores que tienen como objetivo desestabilizar el país. Matar a los cristianos para desestabilizar a una comunidad se ha convertido en una costumbre consolidada en todo el mundo. Sucede en Iraq y en Pakistán, Indonesia, Egipto y Somalia. En todos los continentes, en cualquier latitud.
Es la hora de preguntarse, como hacía en las páginas de Il Foglio el periodista francés René Guitton, si "otro asesinato servirá para denunciar la ola de cristianofobia islamista". Ante estos episodios, la tarea de la comunidad internacional es asegurar a todos, especialmente a las minorías, el derecho a expresar libremente sus creencias en el nombre de los ideales de paz y justicia en los que se basa nuestra sociedad.
En su lugar, la propia comunidad internacional, con la complicidad de lobbys laicistas que dirigen los medios de comunicación, se cierra en un silencio hipócrita que parece molesto por la verdad. En el mundo de hoy, ser cristiano significa vivir todos los días con miedo, o con frecuencia con la certeza de que se va morir por lo que se cree. Los números dicen que estamos ante una tragedia que parece no tener freno.
Desde que empezó el milenio, Fides, la agencia de noticias del Vaticano, ha contabilizado 263 asesinatos de obispos, sacerdotes, religiosas, seminaristas y catequistas. Los lugares de su martirio abarcan los cinco continentes, incluida Europa (como en el caso de Don Robert De Leener, muerto en Bruselas el 5 de mayo 2005 por acoger a los inmigrantes). Lo que preocupa no es sólo el fenómeno omnipresente sino su crecimiento constante. La lista de Fides estima que en el año 2009 se produjeron 37 muertes, el doble que en 2008.
La violencia que sufren los cristianos en el mundo es una herida y un desafío contemporáneo a la dignidad humana. Ocuparse de la libertad religiosa de los cristianos significa, en primer lugar, enfrentarse a una emergencia importante de nuestro tiempo, sobre todo porque es evidente que la democracia, un término del que todo el mundo se llena la boca de un modo inapropiado, no puede prescindir de la contribución del cristianismo.
Esto nos lo hace comprender muy bien Sako, arzobispo de Mosul, Iraq, donde los cristianos han sido durante años un chivo expiatorio: "No hay un Estado, una patria y las divisiones sectarias son obvias. A los cristianos no les interesa el juego del poder, la hegemonía económica, sino la creación de un estado donde los diferentes grupos étnicos puedan vivir juntos pacíficamente". No se trata de defender a las personas que tienen mi misma fe. No estamos hablando de reivindicaciones sindicales. Defender a los cristianos perseguidos significa luchar por la libertad y la dignidad de todos los pueblos y todos los hombres.
Mario Mauro, eurodiputado