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Una tabla atribuida a Van Eyck que se conserva en el madrileño Museo del Prado se titula La Fuente de la Gracia, y representa el misterio de la Eucaristía como sacramento y como sacrificio de Cristo. En primer lugar y en un plano celestial vemos a Jesucristo Sacerdote y Rey, vestido con túnica roja, coronado y con el cetro en su mano izquierda mientras bendice con la derecha; a sus pies el Cordero místico, es decir, el mismo Cristo-Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Acompañando al Señor está su Madre la Virgen María y San Juan Bautista, el Precursor. Más abajo de esta visión celestial, y en un segundo plano, nace una fuente de aguas cristalinas que procede directamente de Cristo-Cordero mientras es adorado por ángeles músicos en un vergel de flores.
Finalmente y en un tercer plano, que es el de la tierra, llegan a la Iglesia las aguas fecundas con la Eucaristía sobrenadando como Hostias consagradas que pone a prueba la fe; por eso a la izquierda la Sinagoga judía y los incrédulos la rechazan escandalizados, mientras que a su derecha el Papa rodeado de Obispos, nobles y otros creyentes adoran con devoción a Jesús sacramentado[1].
Dios cumple su Palabra
Cuando Jesús dijo «sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»[2] se comprometía a cumplir su palabra en sentido pleno y verdadero. Y ahora está presente entre nosotros de múltiples maneras: en su Palabra, en la oración de los fieles, en los pobres y enfermos o en los sacramentos, pero sobre todo está presente bajo las especies eucarísticas.
Se trata de que nos acerquemos a la fuente de la gracia de muchos modos: participando en la Misa, comulgando con la debida preparación, hablando con Jesús realmente presente en el sagrario de las iglesias, etc. Es su presencia real y una llamada a la fe real de los católicos para saciar la sed de amor y tener fuerzas para darse al prójimo.
La consecuencia de esta fe en la presencia real es el culto que la Iglesia ha rendido siempre adorando a Jesús sacramentado, no sólo durante la Misa sino también conservándolo con gran reverencia y alentando a los fieles para que acompañen al Santísimo Sacramento reservado en el tabernáculo de las iglesias.
De este modo la Iglesia puede dar culto público a Dios Nuestro Señor fuera de la Misa, sobre todo con la Exposición y la bendición del Santísimo Sacramento y con las procesiones eucarísticas en especial la del Corpus Christi: Jesucristo se pasea a cuerpo por nuestras calles.
No se puede hacer un elenco de las ciudades, grandes y pequeñas, las poblaciones, los pueblos, o las aldeas, que se engalanan para ver el Paseo de Cristo en custodias que tienen siglos de fe y amor enganchados en sus filigranas de plata y oro.
Maniobras contra la Eucaristía
Por eso no se entiende que ahora el Ministerio de Defensa rectifique el Real Decreto que manda rendir honores militares y el Himno Nacional al Santísimo Sacramento. Parece que la ministra Chacón tema que el Ejército pierda su virginidad aconfesional, y sabe que es un gesto hostil contra la tradición arraigada en las Fuerzas Armadas y contra la fe popular, tan harta de que estos gobernantes rompan en girones los valores compartidos y aceptados.
Se entiende que algunos oficiales de alta graduación hayan expresado su rechazo en los medios de opinión pública. Son los que ya están en la reserva, porque el resto se juega el puesto o el ascenso. Sólo algunos supervalientes se la han jugado en estos años, como ejemplo para otros compañeros más complacientes o amordazados por la superioridad. Quizá, como su Jefa, temen perder su honra.
La fe popular también está harta de estos gestos hostiles contra los signos de nuestra fe (por ejemplo, la continua guerra contra los crucifijos) y contra las manifestaciones de vida cristiana, como son los funerales por los caídos en la guerra que libramos en Afganistán, aunque ese Ministerio de Defensa y el Gobierno lo intente ocultar, como si las Fuerzas Armadas alcanzaran la gloria al repartir mantas y caramelos.
Fe y arte en las calles
Estos días pasados las catedrales que conservan una custodia famosa de los orfebres Juan o Enrique de Arfe, o los templos que tienen otras custodias de valor artístico, han encargado su limpieza y puesta a punto, esmerándose en que brillen como espejo del sol para irradiar un poco de Amor desde la Hostia consagrada expuesta como el verdadero Sol de Santidad.
Jesús sacramentado conforta así a los enfermos que la ven pasar; los minusválidos que se emocionan y nos emocionan porque entienden sin entender, quizá más que nosotros; y los millones de personas que acompañan el recorrido por las plazas y calles de Toledo, Madrid, Sevilla, Barcelona, Valencia o Baeza; y además los millones que fijan su mirada anciana o enferma en ese trozo de Pan Blanco que encierra, tanto sacrificio, tanto amor, y tantas esperanzas.
Por eso nadie tiene derecho a amargar la vida de fe a los demás y destrozar el tejido cristiano de nuestra sociedad. Ellos pasarán dejando un rastro viscoso y sucio de corazones depravados contra lo más santo, y caerán en el pozo negro del olvido. Mientras tanto Jesucristo seguirá paseándose por miles de poblaciones atrayendo las miradas de hombres y mujeres, que comprenden como pueden que Dios no nos abandona nunca.
La Misa del domingo
Crece, por otra parte, el número y la calidad de los fieles que participan cada domingo en la Misa, precisamente entre sectores de población más preparada intelectualmente y con más responsabilidad civil. Esa fe unida a la cultura muestra que participar en la Misa no es una obligación sino un honor, incluso para las Fuerzas Armadas.
El domingo es el día del Señor resucitado en que los cristianos hacemos memoria de la Pascua del Señor que actúa la salvación del género humano. La celebración del domingo, antes que un precepto, debe sentirse como una necesidad profunda de la existencia cristiana, que lleva a vivir con alegría y coherencia la Eucaristía dominical.
Juan Pablo II escribió que el Domingo es un día de crecimiento humano y espiritual que no debe quedar diluido en el fin de semana: «El descubrimiento de este día es una gracia que se ha de pedir, no sólo para vivir en plenitud las exigencias propias de la fe, sino también para dar una respuesta concreta a los anhelos íntimos y auténticos de cada ser humano. El tiempo ofrecido a Cristo nunca es un tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida»[3].
La relación entre el día del Señor y el día de descanso en la sociedad civil tiene un significado cristiano y plenamente humano pues los hombres se liberan de las tareas ordinarias para recuperarse y convivir en paz, a imagen de la definitiva liberación con el descanso en Dios, como enseñaba también Juan Pablo II: «Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, el domingo es también un momento en el que el hombre es invitado a dar una mirada regeneradora sobre las maravillas de la naturaleza» [4].
Jesús Ortiz López. Doctor en Derecho Canónico
Notas al pie:
[1] Ideas tomadas de la obra del autor: J.ORTIZ, Creo pero practico, Eunsa. Pamplona, 2010, 2ª ed.
[2] Mt 28, 20.
[3] JUAN PABLO II. Dies Domini, 7.
[4] Ibidem, 67.
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