Los sacerdotes, protagonistas de la nueva evangelización
Alfa y Omega
¿Cuál es el lugar específico de los sacerdotes en el gran desafío evangelizador que tiene la Iglesia hoy? El cardenal Julián Herranz dio algunas notas en su conferencia Identidad sacerdotal y nueva evangelización, que pronunció, el martes pasado, en el monasterio de las Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote, en Madrid
Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy han pasado cuarenta y cinco años de vida vivida y sufrida en la Iglesia, años de reflexión teológica y disciplinar no siempre equilibrada y serena; de renovado empeño pastoral, no siempre sin contrastes y dificultades. Sin embargo, la doctrina del Concilio sobre el ministerio y la vida de los presbíteros no solamente no se ha desvaído, sino que, al contrario, con el pasar del tiempo se ha ido imponiendo con creciente vigor. Esto tiene una explicación: el Vaticano II ha venido a la luz en la Iglesia con vocación de renovación y de evangelización, de frente también a la evolución neo-pagana en amplios sectores de la cultura y de la sociedad.
En el período de transición del segundo al tercer milenio de su existencia, la Iglesia está embarcada bajo el vigoroso impulso de Juan Pablo II primero, y ahora de Benedicto XVI, en una empresa de nueva evangelización, que exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo con el sello de su fidelidad a la vocación, consagración y misión, las tres dimensiones divinas de la identidad sacerdotal.
La Iglesia y la Humanidad tienen hoy, más que nunca, necesidad de los sacerdotes. La razón es clara: en un mundo que tiende a paganizarse y en España hay poderes fuertes empeñados en suprimir la fe cristiana y la religión en la vida personal y social y en la educación de la juventud, la gente tiene necesidad de Cristo, y Cristo está particularmente presente en la persona y el ministerio del sacerdote.
Cristo, único mediador, está presente en el sacerdote para hacer que toda la Iglesia, pueblo sacerdotal de Dios, pueda dar al Padre el culto espiritual que todos los bautizados están llamados a ofrecer: el trabajo, las alegrías y las dificultades de la vida familiar y social, la propia vida.
Con valentía y claridad
Cristo, Único y Eterno Sacerdote, está presente en el ministerio de los sacerdotes, para recordar a todos que su pasión, muerte y resurrección no son un acontecimiento que pueda circunscribirse o relegarse en el pasado de la Historia, en la Palestina de hace dos mil años, sino que constituyen una realidad salvífica, siempre actual.
Cristo está presente en el sacerdote para anunciar su Palabra con autoridad al mundo, para educar a todos en la fe y para formar con los sacramentos la nueva Humanidad.
Cristo está presente en el sacerdote para enseñar a los hombres que la reconciliación del alma con Dios no puede ser ordinariamente obra de un monólogo, sino que el hombre-pecador, para ser perdonado, necesita del hombre-sacerdote, ministro y signo en el sacramento de la Penitencia de la radical necesidad que la Humanidad caída tiene del Hombre-Dios.
En una palabra, Cristo está presente en el sacerdote para proclamar y testimoniar al mundo que Él es el Amor que perdona y reconcilia, el alimento de vida eterna, la única Verdad que permanece en sí misma. He aquí la razón de ser de todos los sacerdotes, las credenciales de nuestra identidad, que hay que demostrar con santidad de vida y presentar con tanta más valentía y claridad cuanto más descarada sea la presión del agnosticismo religioso y del permisivismo moral. Buscar a los hombres, acercarse a las almas con el ofrecimiento y con los dones del servicio sacerdotal: a esto están llamados los ministros de Jesucristo.
Como evidencia la encíclica Caritas in veritate, de Benedicto XVI: «El ser humano se desarrolla cuando crece espiritualmente, cuando su alma se conoce a sí misma y conoce la verdad que Dios ha impreso en ella. Lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace frágil. Una sociedad del bienestar, materialmente desarrollada pero que oprime el alma, no está en sí misma bien orientada. Las nuevas formas de esclavitud, como la droga, y la desesperación en la que caen tantas personas, tienen una explicación no sólo sociológica o psicológica, sino esencialmente espiritual. No hay desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas».
El sacerdote, hombre de esperanza, debe ayudar a los hombres a descubrir la auténtica llave de interpretación del futuro y de la verdadera felicidad. El sacerdote, hombre de caridad, enamorado de Dios y de su ministerio, plenamente inmerso en su tarea de pastor, debe ser capaz de orientar a todos hacia el Padre, fuente de todo don, fuente del amor infinito e irrevocable, de la paciente paterna misericordia.
+ Julián Herranz Casado