Al menos sabemos bien en qué nos gastamos los impuestos
Vagón-Bar
Una de las cosas que más debilita a la Iglesia es el aburguesamiento, vivir plácidamente instalada en una sociedad que no la discute e incluso la halaga y le somete hasta lo que no es de su ámbito.
Si se dan esas circunstancias, los representantes de la Iglesia que sucumben a la tentación dejan de evangelizar y se dedican a mangonear: a eso se le ha llamado siempre clericalismo ya sea de derechas o de izquierdas (había mucho clericalismo, por ejemplo, en los territorios de la Teología de la liberación).
Allí donde concurren esas condiciones, insisto, la Iglesia se debilita, se adormece, se atonta. No ha pasado donde la Iglesia tuvo que padecer corrientes ideológicas fuertemente contrarias como el comunismo (Polonia y tantos países del Este, Italia) o donde debía competir con otros credos (el mundo anglosajón, por ejemplo). Pero sí ha ocurrido en España y no hace falta explicar por qué.
Por eso el gobierno se equivoca cada vez que busca el enfrentamiento con la Iglesia: porque casi siempre lo hace como fórmula compensatoria para ocultar sus fracasos en otros ámbitos, porque somos muchos millones de gobernados los que nos sentimos injustamente heridos y, sobre todo, porque esos ataques constituyen el mecanismo más adecuado, preciso y eficaz para despertar a los católicos de la modorra y obligarlos a explicarse.
Desde que gobierna Zapatero, cientos de miles de personas que no marcaban la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta han pasado a hacerlo. Un dato objetivo que debería poner sobre aviso a quienes piensan en términos tan poco razonables como los que ha utilizado esta misma semana el ministro José Blanco. No sé qué pasaría si su partido, por ejemplo, tuviera que vivir de una equis en la declaración de la renta.
Con la equis de la Iglesia, al menos, sabemos bien en qué nos gastamos los impuestos.