Todo ha de servir para un interés partidista, ideológico o sensacionalista
Hace unos días nos decían que el New York Times había retirado su campaña de ataques contra el Papa. Bajo una capa de buenismo hipócrita, lo que realmente se escondía era descubrir que, después de años maniobrando contra la Iglesia Católica, los resultados de las encuestas se volvían contra el diario americano.
Más del setenta por ciento de sus lectores están ahora a favor de Benedicto XVI, y ven grotescas y desproporcionadas las agresiones recibidas en los últimos meses contra el Pontífice.
Tampoco podemos olvidar la campaña contra supuestos sacerdotes pederastas, del mismo periódico, allá por los años noventa, durante el pontificado de Juan Pablo II. Entonces, el origen fue el apoyo que la Conferencia Episcopal Norteamericana dio a Palestina.
Algún grupo relacionado con la comunidad judía lo tomó como una afrenta personal y lo devolvió con creces a través de acusaciones (en muchos casos infundadas, en otros se trataban de procesos con más de treinta años de antigüedad), que hizo poner a la Iglesia en el punto de mira, denominándola como la institución perversa por antonomasia.
También es cierto que, en aquella ocasión, el Vaticano contaba con un Navarro Valls, y supo bandear el asunto con una elegancia encomiable
Nada salpicó a Juan Pablo II.
Ahora, algunos grupos mediáticos, se atreven a afirmar que el pontificado de Benedicto XVI se recordará como el de la pederastia. Cuando se les reprocha de por qué no memorizar esta época como la del genocidio contra la vida (millones de abortos promocionados y pagados por gobiernos, donde se benefician con ánimo de lucro todo tipo de empresas, supuestamente garantes de la salud pública), se nos dice que eso se ha aprobado por la vía democrática, y no hay que discutirlo, pues el consenso es evidente.
Miren ustedes, esto va más allá de lo políticamente correcto. Estamos ante la mayor estafa al sentido común de la historia de la humanidad. En el trasfondo de la cuestión se encuentra el no soportar que la garante por excelencia de la dignidad humana siga siendo la Iglesia. Ese puritanismo con el que se gastan algunos medios de comunicación no es otra cosa, sino resolver definitivamente la muerte de la conciencia del hombre.
Todo ha de servir para un interés partidista, ideológico o sensacionalista. Algunos creen que eso vende, y atacar a la Iglesia está de moda. No olvidemos, sin embargo, que Jesús (del cual se piensa no tenía un pelo de tonto), permitió tener junto a sí a aquel que le traicionaría llevándolo al cadalso de la Cruz.
El problema, en estos momentos, no es tener entre nosotros a otros Judas, sino puritanos demagogos que, con el argumento de mira cómo son los curas, hacen de su pretendida vida intachable, repleta de moralina diabólica, la basura donde vomitar sus propias frustraciones. Una vez más, se trata de hacer del pecado personal la insignia de la solidaridad humana.