Diario de Navarra
Cuatrocientos alumnos navarros de bachillerato llenan el cine Carlos III. En el marco del Festival de Cine de Pamplona, se les ha proyectado un bloque de cortometrajes de interés humano, con el fin de ayudarles a concienciarse sobre los problemas de nuestra sociedad. Soy el experto encargado de presentar la sesión y moderar el coloquio subsiguiente.
Empieza el debate y un tema se impone de inmediato: el porro. Los jóvenes que toman la palabra se muestran indignados con los adultos represores autoridades, padres, educadores, que les impiden el libre acceso a la droga.
No me encuentro en un seminario de intelectuales, sino frente a cuatrocientos bachilleres más bien desinhibidos, por lo que el diálogo resulta contundente, casi brutal, desprovisto de matices o sutilezas.
Un porro de vez en cuando no hace daño.
De acuerdo, respondo. Pero el consumo habitual, sumado a otras conductas de riesgo, tiene pronto efectos negativos para la salud.
Acaban aceptándolo, pues ellos mismos ven a gente de su edad afectada, pero se escudan en un lema que parece un conjuro:
Sí, pero yo controlo.
Les hago ver que todos también los adultos nos engañamos con esa fórmula ante las conductas de riesgo generadoras de adicción tabaco, droga, alcohol, juego, sexo. Si somos sinceros, en realidad controlamos mucho menos de lo que creemos. Reconocerlo es el primer paso ineludible para superar la dependencia.
Yo, con mi vida, hago lo que quiero, me dice enfadada una chica que no tendrá más de dieciséis años.
De acuerdo. Si estás en tu casa, te drogas, enfermas y te mueres, allá tú. Pero, ¿qué hacéis cuando os encontráis mal?.
Vamos a urgencias, al hospital.
Y ¿quién paga la sanidad?.
La pagamos entre todos, con los impuestos.
No, te equivocas. Tú no pagas impuestos, y al paso que vas, probablemente acabarás convertida en una piltrafa; no trabajarás y, por tanto, tampoco cotizarás ni pagarás impuestos. Los que sí lo hacemos, algo tenemos que decir sobre el modo en que se gasta el dinero de todos.
Al acabar la sesión, sin que la sangre haya llegado al río, algunos de los profesores que han acompañado a sus alumnos me confirman que éste es, en su opinión, el principal problema que aqueja a esos adolescentes. Sin duda que no todos piensan y viven como los que tomaron la palabra, pero resulta significativo que sólo fueran éstos los que se atrevieran a hablar.
He recordado este episodio, ocurrido hace unos años, al leer el reciente estudio de la OCDE sobre el paro juvenil (working paper de 15 de abril de 2010). En un tono dramático, la organización habla de toda una generación perdida para el mercado laboral. Y esto ocurre en los países con las economías más desarrolladas del planeta.
La OCDE teme que la actual situación de paro se mantendrá para los jóvenes durante un tiempo prolongado, pues las crisis anteriores han mostrado que cuesta mucho acceder a un trabajo digno en la edad adulta cuando la juventud ha estado marcada por el desempleo. La OCDE exige de los gobiernos políticas contundentes, que deberían apuntar a un doble objetivo: ayudarles en la búsqueda de trabajo y mejorar su preparación, para lo que habría que involucrar más a las empresas.
Si ni siquiera los jóvenes mejor preparados y deseosos de trabajar lo tienen fácil contratos precarios, sueldos bajos, ¿qué decir de los que apenas están cualificados? Pienso en ese 31 % de alumnos que no consigue terminar la ESO; en los cientos de miles de integrantes del colectivo ni, ni (ni estudian, ni trabajan); en los numerosos analfabetos funcionales, que encuentran dificultades casi insuperables para leer cualquier sencillo folleto de instrucciones.
Muchos de los cientos de miles de adolescentes abonados a la cultura del botellón y el porro engrosarán en breve las filas de ese ejército de parados, con el agravante de que decenas de miles sufrirán los efectos de la adicción a drogas nuevas, al día de hoy todavía mal conocidas, con consecuencias que se calculan devastadoras para su salud especialmente temibles resultarán las variedades de anfetaminas: metanfetamina, éxtasis.
Las consultas de psiquiatría registran ya un alarmante incremento de pacientes juveniles e incluso infantiles: nos encontramos ante una generación particularmente frágil, con pocos recursos interiores para gestionar las normales dificultades que plantea la vida. No les dejaremos en la estacada, pero su cuidado supondrá una dura prueba para las familias y un Estado del bienestar ya de por sí sobrecargado.
No he mencionado a los numerosos jóvenes que estudian y trabajan con responsabilidad, dedican tiempo a actividades solidarias y saben divertirse de modo sano. Que no sean noticia quiere decir que no todo está perdido, a pesar de la estimación de la OCDE.
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