Alfa y Omega
Uno de los motivos que movieron al Papa, el año pasado, a convocar el Año Sacerdotal, que se está celebrando desde junio de 2009 fue «ayudar a percibir la importancia del papel y de la misión del sacerdote». Un papel y una misión que se desarrollan «en la Iglesia y en la sociedad contemporánea», aunque de una forma escondida, y sin restar protagonismo a los laicos. Ya sea ayudando a acercarse a Dios a un converso, acompañando a un católico a vivir en coherencia con su fe, o de cualquier otra forma, los sacerdotes han ayudado a cambiar la vida de cientos de miles de personas. En algunos casos, las personas beneficiadas eran famosas, lo que ha permitido que la labor callada del sacerdote tuviera frutos más visibles.
Amistad, compañía, dirección espiritual, formación, reconciliación... son algunos de los ingredientes que no suelen faltar en los cientos de miles de historias de sacerdotes que han ayudado a cambiar una vida. Puede ser el asesoramiento a alguien que desea vivir su fe más profundamente, o un acompañamiento que termine en conversión.
Un ejemplo de esto último: «A mediados de los cincuenta, comenzó silenciosamente la conversión de mi padre al catolicismo. Simplemente comenzó a venir con nosotras a Misa con más frecuencia. La razón aparente era oír los sermones de un sacerdote joven y dinámico, el padre Harold Ford. Mi madre le invitó a tomar algo una tarde, pensando que habría alguna conversación profunda sobre cosas espirituales. ¡Pero no! Él y mi padre desaparecieron en la sala de armas, y por lo que yo sé sólo hablaron de caza, pesca y buceo».
Así empezó un relato que sería como tantos otros, si el padre de la autora de este texto no hubiera sido el actor Gary Cooper. Hace unas semanas, el blog Jesucristo en el cine traducía el relato, incluido en la biografía del actor. El padre Ford y todos los sacerdotes protagonistas de este reportaje trabajaron con el mismo celo por los famosos que por cualquier otro miembro de su rebaño, y con el mismo objetivo: su salvación. Pero su labor callada ha dejado huella desde un testimonio a toda una carrera en la sociedad.
El padre
J.R.R. Tolkien
Muchos católicos comparten la experiencia de haber conocido a un sacerdote que, de alguna forma, ha sido como un padre para ellos. Son muchos menos los que pueden decir, como el escritor inglés John Ronald Reuel Tolkien, que un sacerdote ha sido para ellos como un padre, «más que la mayoría de los verdaderos padres». Cuando la madre de Tolkien enviudó, en 1896 el joven Ronald tenía cuatro años, comenzó un camino que acabó llevándola a la Iglesia católica, junto a sus hijos y su hermana May, en 1900. El rechazo de la familia fue fulminante e hizo claudicar a May, pero no a Mabel, que se encontró sola y enfrentada tanto a su familia como a la de su marido, y sin la ayuda económica de sus parientes.
La proximidad de una de las humildes casas en las que vivieron al Oratorio de San Felipe Neri, fundado por el cardenal John Henry Newman en Birmingham, les permitió conocer al padre Francis Xavier Morgan, que se convirtió en un valiosísimo amigo. Las tensiones y la pobreza afectaron seriamente a la salud de Mabel, que murió en 1904. Tolkien siempre la consideró una mártir, que «se mató de trabajo y preocupación para asegurar que conserváramos la fe». Una preocupación que siguió manifestándose después de su muerte, pues había designado al padre Francis como tutor de sus hijos. Al cuidar y educar al joven, el sacerdote hizo posible que éste llegar a escribir sus famosísimas obras (como El Señor de los Anillos o El hobbit), y también que éstas estuvieran imbuidas de catolicismo.
Les buscó alojamiento, se ocupó de sus estudios, aportó dinero de su familia a la magra herencia de los niños y los llevaba de veraneo. Los chicos, que eran monaguillos en la Misa de la mañana del Oratorio y desayunaban en el refectorio antes de ir a la escuela, llegaron a considerar este lugar como su verdadero hogar. Del padre Francis, Tolkien afirmó haber aprendido, «por primera vez, la caridad y el perdón».
«Le debo todo al padre Francis y tengo que obedecer», escribió Tolkien cuando el sacerdote se opuso a que el joven, de 17 años, continuara su incipiente noviazgo con Edith, que luego se convertiría en su esposa. La obligación que le impuso de esperar hasta los 21 años para volver a verla enturbió la relación con el clérigo, aunque, al final, éste recibió con gran ternura y buenos deseos la noticia de su matrimonio. Muchos años después, los hijos de Tolkien aún recordaban cómo el padre Francis les visitaba en su lugar de veraneo y el gran cariño que prodigaba a todos.
Una idea que cambia todo
G.K. Chesterton
El padre Brown seguramente sea el personaje más entrañable de los creados por el autor inglés Gilbert Keith Chesterton; un sacerdote torpe y despistado que, sin embargo, «sabe más del crimen que los propios criminales», por su profundo conocimiento del alma humana. En su Autobiografía, Chesterton narra cómo este personaje nació a la vez que su camino hacia la Iglesia católica. «Tomé algunas de sus cualidades intelectuales explica de mi amigo, el padre John O´Connor de Bradfor, que, por cierto, no tiene ninguno de sus rasgos externos. El padre O´Connor fue la inspiración intelectual de estas historias, y también de cosas mucho más importantes». Cuando lo conoció en Yorkshire, a Chesterton le impresionó «el tacto y el humor con los que se relacionaba con una compañía tan protestante».
Surgió la amistad y, tiempo después, «le mencioné que tenía intención de apoyar en la prensa cierta propuesta relacionada con temas sociales bastante sórdidos de vicio y crimen. Me comentó que creía que yo ignoraba algunas cosas, como realmente así era. Y tan sólo por cumplir con su deber, me contó ciertos hechos sobre prácticas depravadas, que no detallaré aquí. En mi propia juventud había imaginado toda clase de iniquidades, y fue una curiosa experiencia descubrir que aquel tranquilo y agradable célibe se había sumergido en aquellos abismos mucho más profundamente que yo. Que la Iglesia católica supiera más que yo acerca del bien resultaba fácil de creer; que supiera más del mal parecía increíble».
La clave del profundo conocimiento del sacerdote era el sacramento de la Penitencia, y eso no le resultó indiferente al escritor: «Sólo he encontrado una religión que se atreviera a descender conmigo a mis propias profundidades. Cuando la gente me pregunta: ¿Por qué abrazó usted la Iglesia de Roma?, la respuesta fundamental es: Para librarme de mis pecados, pues no hay otra organización religiosa que realmente admita librar a la gente de sus pecados».
Si, al conocer al padre O´Connor, «me llegan a decir que, en diez años, me convertiría en un misionero mormón en las Islas Caníbal, no me habría sorprendido más que si me hubieran insinuado que, 15 años después, estaría haciendo ante él mi confesión general y que él me recibiría en la Iglesia».
La confesión
Leonardo Mondadori
Sin llegar al extremo de las conversiones en el lecho de muerte, la edad madura, cuando se hace balance de la experiencia acumulada, puede ser otra oportunidad para Dios. Es lo que le ocurrió al Jesús Polanco italiano, Leonardo Mondadori, Presidente de la editorial del mismo nombre, una de las más importantes de Italia. Providencialmente, se reconcilió con la Iglesia en 1994, dos años antes de que le fuera diagnosticado el cáncer de páncreas que acabó con su vida en 2002.
Cuenta la historia Giuseppe Corigliano, Director de la oficina del Opus Dei en Italia y amigo del editor: después de que Mondadori editara Camino, de san Josemaría Escrivá, «me dijeron que Leonardo Mondadori quería reunirse conmigo porque sentía curiosidad por la temática de Camino. Fui encantado y encontré a un señor simpático y muy vivaz que quería dar vida a un filón cultural que fuese en dirección opuesta» al modelo imperante, jacobino-libertino. «Le gustaba el tema de la santificación del trabajo, aunque, en homenaje a la cultura laica imperante, optamos por llamarla ética del trabajo. Tenía coraje y deseo de hacer cosas. Al mismo tiempo, permanecía un poco cerrado porque advertía que su estilo de vida no era del todo justo. Su vida se había complicado con dos divorcios y era, como poco, desordenada».
Don Giuseppe subraya que «es bello cuando un laico colabora con un sacerdote para acercar un alma a Dios. Se debe superar el muro sacramental, es decir, la Confesión. Cuanto antes empiece a confesarse, más rápido será su progreso espiritual». Por ello, un día, mientras comían, se ofreció a presentarle a don Leonardo a un sacerdote. Don Umberto de Martino, el elegido, «era delicado y exigente al mismo tiempo. Yo también lo frecuentaba. Le precisé a Leonardo: Mira que no es un tipo que haga rebajas. Si no te sientes cómodo, te recomiendo otro».
«Leonardo encontró en él continúa don Giuseppe la claridad del mensaje cristiano sin rebajas ni atenuaciones. Creo que lo más determinante en su conversión fue la decisión de ser sincero en la confesión. Llamar a la virtud, virtud, y al pecado, pecado, fue lo que le gustó y le hizo cambiar. Evidentemente, era la gracia de Dios. Mes tras mes, lo encontré cada vez más contento y con más ganas de hacer cosas. También aumentó la confianza y no escondía nada de su vida».
Leonardo Mondadori tuvo aún la oportunidad de hacer mucho bien: «Con él, la editorial Mondadori resultaba casi una familia. Y dio un testimonio bellísimo en su ambiente milanés de la alta burguesía, rica y despreocupada. Su cambio impresionó a muchos». Su deseo de hacer cosas se tradujo en varias aportaciones al mundo editorial: editó un libro sobre el Opus Dei de Vittorio Messori; otro sobre el matrimonio para preparar a los jóvenes y evitarles el sufrimiento que supusieron para él sus dos fracasos matrimoniales; y, sobre todo, Cruzando el umbral de la esperanza, el libro-entrevista a Juan Pablo II, también de Messori. Fue este mismo autor el que colaboró con Mondadori para publicar el relato de su conversión, pocos meses antes de su muerte.
La vocación
Eduardo Verástegui
Como en el caso de muchos conversos, el primer contacto con la fe y el interés por ella no tienen nada que ver con un sacerdote. Pero siempre hace falta que, en algún momento, intervenga uno. Como mínimo, para que el converso pueda recibir los sacramentos sobre todo, la Confesión, pero también para profundizar en cuestiones de la fe o ayudarle a reorientar su vida tras el cambio. Es el caso del actor mexicano Eduardo Verástegui. Se dio cuenta de que tenía que dejar la vida superficial del mundo del espectáculo gracias a su profesora de inglés, pero a partir de ese momento fueron determinantes en su vida varios sacerdotes.
En concreto uno, el padre Juan Rivas, que le regaló libros y le dio varios consejos sobre su vida de fe. También lo narró el propio Verástegui hace unos años en una larga entrevista a la televisión católica EWTN atemperó algunos excesos a los que el entusiasmo por su nueva vida había llevado al actor: «Le dije que lo iba a vender todo y que me iba a ir dos años a Brasil, al Amazonas, a trabajar de misionero ayudando a los pobres y a discernir qué quiere Dios de mí». El padre Juan le hizo pensárselo dos veces: «Hollywood sería el último sitio para una conversión, pero la tuya fue aquí por alguna razón. ¿Por qué te quieres escapar a una jungla? Hollywood es una jungla más grande. Por lo que me estás diciendo te da miedo estar aquí en Hollywood». Cuando el actor reconoció que le inquietaba estar solo, pues no conocía a nadie «en su misma onda» y no hablaba bien inglés, la respuesta del sacerdote fue: «Dios más uno es un ejército». El actor aceptó el sacrificio: «Vi que no estaba en Hollywood para condenar y juzgar la oscuridad, sino para ser una luz en ella».
Como es conocido, la Providencia fue ayudando a este propósito: Eduardo Verástegui no sólo conoció a los amigos con los que después fundaría su productora, Metanoia (conversión), sino que también, con el grupo de fe Going deeper, ha conseguido crear un pequeño círculo de personas del mundo del espectáculo empeñadas en vivir coherentemente su fe.
Médico de cabecera del alma
Jorge Fernández Díaz
El director espiritual es «un médico de cabecera para el alma», según el diputado don Jorge Fernández Díaz. El político popular lleva 12 años dirigiéndose con el mismo sacerdote que, hace 19, empezó a ayudarle para que dejara de ser un agnóstico práctico como él se refiere al católico no practicante. «Nos tenemos que estar convirtiendo cada día», y para ello el director espiritual es tan necesario como «un médico de cabecera de confianza cuando tenemos una patología crónica».
Esta necesidad es especialmente acuciante «en una sociedad como la actual, con una cultura profundamente secularizada, que empieza a ser anticristiana. Estar solo en una sociedad así es como ser una hoja a merced del viento. Hay demasiados riesgos y complejidades como para no necesitar consejo y acompañamiento». Una ayuda especialmente necesaria en los momentos turbulentos: «Sabes que puedes acudir y te va a acoger con afecto y con cariño. Recuerdo perfectamente circunstancias, tanto de la faceta privada como pública de mi vida, en que me he sentido muy necesitado y he buscado verle con más frecuencia, porque necesitaba una ayuda especial».
Su director, al que suele ver cada dos semanas, es, para don Jorge, «una persona con la que tengo una relación de amistad y con la que puedo hablar, abrir el corazón, con absoluta paz y tranquilidad». Sin embargo, subraya que no se trata sólo de un buen amigo: «Todo director espiritual es un amigo, pero no todo amigo es un director espiritual. El director espiritual es un hombre que tiene capacidad para discernir las cosas del espíritu y para darte consejos sobre tu relación con Dios y, por lo tanto, con los demás, en tu vida social y profesional».
La figura del director espiritual en una época en la que se encumbra la autonomía personal puede suscitar incomprensión y burlas. Pero el señor Fernández sabe, por experiencia, que la imagen del dirigido como «un robot o un autómata está totalmente caricaturizada, no tiene nada que ver con la realidad». Al contrario, «para mantener la libertad de espíritu necesitamos que alguien nos ayude a aclarar y disipar nuestras ideas confusas y nuestras contradicciones. Se trata de que te ayuden para que tú tomes la decisión, la última palabra le corresponde a uno».
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
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