Almudí
Nos escriben, adjuntando un artículo de Juan Manuel de Prada, publicado en ABC con el título La tragedia de la escuela católica, con un comentario que reproducimos:
«Me ha parecido estupendo el artículo de Juan Manuel de Prada que incluyo debajo. Hace referencia a otro artículo del mismo periódico en el que repasaba la trayectoria escolar de los líderes socialistas españoles en colegios católicos. De Prada tiene más razón que un santo. Ahora bien, yo no señalaría solo a los colegios católicos. Para mí el problema está en eso que se llama educación católica y que incluye, por supuesto, a las universidades.
Hace un tiempo vino a verme el rector de una universidad llamada católica para ofrecerme un relevante puesto de trabajo en su institución. No podía aceptar así que le metí el suficiente miedo en el cuerpo como para que retirase la invitación. Le dije que yo hacía la distinción entre universidades católicas y universidades de inspiración cristiana.
Las primeras eran universidades de vida católica y las segundas solo de ideología. Mientras que en las segundas solo se exigía espíritu católico (eso que se llama humanismo cristiano) en los contenidos de las asignaturas que tienen que ver con la doctrina, en las primeras, en las universidades católicas, se debía vivir como cristianos; es decir: los profesores y el personal de administración y servicios, habrían de imitar a Cristo en su trabajo dentro de la universidad como se supone que lo harían fuera.
Esto es, entre otras cosas, acudirían a actos de piedad y formación organizados en el campus, dedicarían tiempo a la oración personal en la capilla del campus, y rezarían en el aula con sus alumnos. Al oír todo esto el mencionado rector me dijo que según mi distinción su universidad solo era de inspiración cristiana y que entendía que no estuviese interesado. Quedamos amigos.
Hace solo unas semanas en otra universidad también llamada católica hubo una misa oficiada por un importante cargo de la curia vaticana y se invitó a asistir a todo el claustro. A la hora de comulgar, se acercó y comulgó un cargo académico cuyo adulterio sostenido es públicamente conocido. A nadie pareció importarle excepto a un reducido grupo de alumnos, miembros de jóvenes provida con los que tengo relación, que resultaron escandalizados.
No, no se trata solo de un problema de los colegios católicos. El problema al que hace alusión de Prada es un problema de liderazgo católico. La reforma que parece necesaria no será eficaz, aunque no haya que despreciar en absoluto esta táctica también, si solo se consigue que unos pocos colegios dejen de ser "de inspiración cristiana" para ser genuinamente católicos.
Si la Iglesia es jerárquica, habrá que empezar desde arriba una cadena de excelencia. En esa cadena deben de figurar rectores, decanos, profesores, directores y maestros que sean excelentes católicos, además de ser excelentes profesionales. Hoy hay, desgraciadamente, en puestos de dirección de instituciones educativas "católicas", demasiados excelentes profesionales (a menudo laicos) que son mediocres católicos y también demasiados buenos católicos (a menudo clérigos y religiosos) que son mediocres profesionales. Pienso que ninguno de los dos nos sirven.
Hemos de apuntar a que la excelencia católica (el afán de santidad) anida junto al amor a la ciencia en el corazón y en la cabeza de los que se dedican a educar.
Ojalá que lo que dice de Prada con mucha mejor pluma que yo despierte y alumbre responsabilidades dormidas».
* * *
La tragedia de la escuela católica
Juan Manuel de Prada, en ABC
«Colegios católicos, cantera de líderes», rotulaba ayer este periódico un magnífico y, acaso sin pretenderlo, estremecedor reportaje de Blanca Torquemada en el que se desempolva la infancia y adolescencia de diversos dirigentes políticos españoles que estudiaron con curas y monjas.
En realidad, el rótulo que mejor hubiese casado con el reportaje hubiese sido: «Colegios católicos, cantera de líderes anticatólicos», a la vista del ganao que en él se concitaba; pero basta el eufemismo de «cantera de líderes» para designar la tragedia de la escuela católica, cuya razón de ser no es otra que la de erigirse en «cantera de discípulos»; y no del liberalismo, ni del socialismo, ni del feminismo, ni de cualquiera de los «ismos» o idolatrías políticas establecidas, sino discípulos de Cristo.
«Dejad que los niños se acerquen a mí», dice Jesús en cierto pasaje muy divulgado del Evangelio; pero cuando se comprueba que muchos niños que pasan por la escuela católica son quienes luego, de adultos, más se alejan de Cristo y más afanosamente trabajan para que otros también se alejen, uno empieza a considerar que tal vez la escuela católica debería empezar a aplicarse la admonición que hallamos en el mismo pasaje evangélico: «Al que escandalizare a uno de estos pequeños, más le valdría encajarse una rueda de molino y arrojarse al mar».
En su reportaje, Blanca Torquemada afirma que las solicitudes de ingreso para los colegios católicos son «aluvión»; y ensalza el «predicamento de los colegios católicos, que consolidaron su prestigio y sus altos niveles de exigencia académica y se mantienen como referente de la educación de calidad en España». Pero si el prestigio de la escuela católica ha de justificarse por su nivel de exigencia académica y por el número de las solicitudes de ingreso es porque ha extraviado su razón de ser; pues, por mucho que fatiguemos el Evangelio, no encontraremos pasaje alguno en el que Cristo hable de exigencia académica o de aluvión de solicitudes. Más bien al contrario, descubrimos que a sus seguidores no los buscó precisamente entre los letrados; y, desde luego, tampoco puede decirse que hubiera un «aluvión de solicitudes» para incorporarse al número de sus discípulos.
Una escuela católica en la que escasearan las solicitudes de ingreso y donde la exigencia académica fuese más bien escasa tendría razón de ser, con tal de que fuera verdadera «cantera de discípulos»; en cambio, una escuela católica convertida en cantera de líderes anticatólicos que luego se dedican a combatir el Evangelio de Cristo en la política, los medios de comunicación, la cultura o la empresa carece de razón de ser, por mucho que la desborden las solicitudes de ingreso y por elevada que sea su exigencia académica. Si la sal se vuelve sosa, ¿quién podrá salar el mundo?
El reportaje de Blanca Torquemada incluye declaraciones de los religiosos que se encargaron de la formación de estos líderes anticatólicos ante las cuales uno no sabe si reír (con una risa nerviosa y mohína) o llorar (con lágrimas como las de Getsemaní). La monja que enseñó Religión a Bibiana Aído, por ejemplo, asegura que la ministra que compara ponerse tetas con abortar y niega la pertenencia al género humano de los niños que se gestan en el vientre de sus madres quiere a las monjas con las que estudió «algo exagerao»; y que «los valores de la familia de Nazaret fueron el fundamento de su educación, y eso queda».
Como hemos de suponer que la hermana en cuestión no es una cínica, tenemos que concluir que vive en la inopia. Que es, exactamente, lo contrario de lo que se nos reclama en el Evangelio: «Estad despiertos y vigilantes». Pero sospecho que la escuela católica lleva mucho tiempo viviendo como las vírgenes necias de la parábola; y así se ha convertido en cantera de líderes anticatólicos.
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