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Los ciudadanos, en las democracias modernas, nos hemos acostumbrado demasiado deprisa a que sean "otros" (políticos, empresarios mediáticos o no tanto) los que plantean la "agenda" de nuestras conversaciones.
Así que ahora hemos de hablar del NY Times que incrimina directamente al Papa, como responsable único, inmediato y directo, que merece el castigo del escarnio público global o de una dimisión, a causa de los abusos pedófilos de unos cuantos clérigos (católicos, no de otras religiones, por supuesto), cometidos en un pasado ahora puesto de "rabiosa" actualidad.
Benedicto XVI se dice fue y es el jefe, y esos clérigos pedófilos, sus empleados directos. Menos mal que en el NY Times alguien ha visto que se han pasado con la señora Goldstein, y han publicado un artículo de John Allen, en el que éste dice que Joseph Ratzinger con su atención personal a las víctimas y su decretada tolerancia cero no es parte del problema, sino parte de la solución.
El caso es que la pedofilia es un genuino crimen social, según dicen los acusadores y casi todo el mundo estará de acuerdo en esto con ellos. Y más socialmente extendido de lo imaginable (alguien habrá que ponga los aterradores datos de manifiesto), hasta el punto de que los casos de eclesiásticos católicos sean sociológicamente ínfimos. Pero es un crimen social que sin duda para los católicos resulta además cada uno de los actos de cada caso un pecado, no ya mortal, sino que atenta directamente contra la naturaleza humana y por eso produce víctimas humanas que es lo primero que la conciencia pide atender.
Y éste es precisamente el problema: que a los acusadores del NY Times y sus colegas jurídico-empresariales (Jeff Anderson & Assoc., William F. McMurray & Assoc., etc.) parece que les interesa, antes que otra cosa, la audiencia masiva que aporta el escándalo y desde luego los dineros millonarios de las indemnizaciones. Y les sale más bien por una higa el crimen social, y desde luego el pecado y la naturaleza humana. Y las víctimas son, mientras duren, minas de oro a explotar.
Benedicto XVI ha sido elegido como chivo expiatorio víctima inocente que va a pagar por los males de una sociedad moderna en descomposición, aprovechando que con un poco, sólo un poco, dicen, de violencia a la realidad de las cosas resulte creíble que es el responsable (y con él la Iglesia y la religión católica) de esos pecados contra natura que avergüenzan a los católicos y muchas otras gentes de bien, pero que a sus mismos acusadores les salen por una friolera, aunque hagan grandes aspavientos públicos de sofoco. Y si la cosa no sale bien con Benedicto XVI, se recurrirá a Juan Pablo II, o a Pablo VI.
Pues bien, una vez "puesta la agenda", mejor intentar que en este asunto los árboles no tapen el bosque. Mejor ver algo del contexto: porque esto sucede en un mundo occidental tardo-moderno, mercantilizado (a pesar de la crisis financiera en que vivimos), y en buena parte distraído y mantenido en un estado de consumo erotizado y sexualizado hasta las cejas, a golpe de medios de comunicación y de decretos y leyes empresarialmente pensados más con el bajo vientre que con un mínimo de fundamento para la razón ético-política.
Así está la "agenda" de lo políticamente correcto: se ha impuesto una (digamos) moral y una (digamos) educación sexual infantil y adulta que casualmente combina muy bien con las milmillonarias industrias del sexo (en todas sus variantes imaginables: duro y blando, erótico y pornográfico, en vivo y directo, en los diarios, en las películas, en internet, etc.) y sus derivados en modas y modos de diversión placentera, para y con niños, jóvenes y adultos, sean del sexo y las preferencias A, B, C o D, en solitario y/o en grupos, con o sin alcohol y drogas blandas y duras. Y con sus derivados en tratamientos "médicos" de enfermedades genitales y mentales, de servicios de abortos con listas de espera, bien concertados con las empresas de fármacos abortivos que las evitan.
Esto es lo que abunda, porque se pensaba que esa es una libertad y una cultura que trae automáticamente la felicidad y la paz ciudadana a nuestra modernidad. Y el caso es que ante la sorpresa atontada de muchos lo que se observa es más bien una infelicidad creciente, y un desasosiego y una decepción ante la falta de felicidad prometida con estos modos de "buena vida", con estos estilos "felices" de vida. Y esto se acompaña con creciente número de crímenes y depravaciones sexuales en términos de género y también de edad, en todos los ambientes personales, familiares y públicos de la sociedad.
Benedicto XVI ha sido elegido chivo expiatorio del creciente malestar de la sociedad postmoderna del consumo, del comercio y de la tolerancia. Al laicismo ya no le salen las cuentas de sus promesas, y busca quemar públicamente al pontífice católico. Las demás autoridades religiosas, judías o musulmanas, por ahora no molestan demasiado, en este sentido.
La histeria es reciente, pero las raíces vienen más bien de lejos, como de costumbre: en el siglo XVII, es John Locke quien quita de en medio la molesta noción de naturaleza humana. Y así, dicho por lo breve, la amistad planteada por Aristóteles deja de ser la clave para entender las relaciones entre ciudadanos. Clave que es de inmediato sustituida por el comercio.
Aquí estamos, centurias después, en el mundo del marketing, el merchandising y la especulación bursátil: la ciudad es un gran mercado, e intenta que a él se reconviertan los otros espacios cívicos: el ágora, el teatro, la palestra y por supuesto el templo. El caso es que el templo al menos el cristiano no resulta tan fácil de reconvertir a modos de mercado como para su desgracia lo hace la costosísima propaganda electoral para el parlamento democrático y los criterios para los best-sellers editoriales, televisivos y cinematográficos.
En este mundo del comercio, que se contenta con sobrevivir de la manera más placentera posible, se piensa que es mejor dejarse de teorías y del espíritu humano, y centrarse en los placeres sensibles, corporales. Mejor dejarse de atención y culto al espíritu, que a fin de cuentas termina siendo atención y culto a Dios, y así nos quedamos con el culto al cuerpo.
Y en el cuerpo, debajo de la cabeza, mejor rendir atención, culto y veneración a la sensibilidad asociada a las zonas genitales, aunque no se relacionen necesariamente con la generación. Locke se sentiría orgulloso de ver que la revolución estudiantil de mayo del 68 terminó por apuntarse a sospechar de cuestiones intelectuales, y a exhibir en público los goces sexuales, en principio al margen de la procreación.
Si en estas nos encontramos a lo largo de los últimos 50 años, medio siglo, se entiende la extensión social de la gonorrea y también de la pedofilia y otros males. También entre algunos eclesiásticos, que también como en el resto de la sociedad responden más a patrones homosexuales que heterosexuales. Con el dato no se trata de exculpar a nadie, sino de ver algo más dentro de los matorrales y del bosque en el que están esos horrendos casos de clérigos pedófilos. Mal de muchos quiere decir epidemia.
Y por seguir con la idea de "chivo expiatorio" de René Girard no hay que olvidar que, en caso de epidemia y violencias sociales, muchas culturas primitivas buscaron a lo largo de los siglos sus correspondientes chivos expiatorios como víctimas violentas para calmar la misma violencia y malestar social. Hoy, en la medida en que la modernidad decae hacia la magia y el culto a la naturaleza del cosmos, prescindiendo de la naturaleza humana como fuente de los derechos humanos, parece que pasa algo semejante.
Pero si en nuestra sociedad, en nuestros parlamentos y gobiernos, en nuestras corporaciones y empresas (también periodísticas), en nuestros grupos profesionales (también jurídicos), fuéramos un poco menos cínicos e hipócritas, miraríamos en el derredor cercano, sin pretender endosar y exorcizar nuestros males, faltas y pecados recurriendo a sucesivos chivos expiatorios.
Ya sabemos que el que esté libre de culpa puede tirar la primera piedra. Y sabemos también que, si se nos ocurre tirar la primera piedra más o menos a escondidas entre la masa de gentes (a la que se sumarán miméticamente otras piedras) no por eso somos hechos inocentes.
Dado el empecinamiento, la saña y la variedad de frentes del ataque, tampoco estaría de más que siguiendo el ejemplo de transparencia del Papa desde la Secretaría del Estado Vaticano y su oficina de prensa hubiera salido más de una o dos acciones públicas, claras y fuertes, acordes con la situación.
Al menos, para recuperar el saque en la "agenda" de nuestras conversaciones. Y si no, quizá no sé cuál sea el modo y momento oportuno las correspondientes dimisiones. Porque entre los clérigos pedófilos y el Papa hay mucha curia de por medio.
Juan José García-Noblejas. Prof. Ordinario di T.G. della Comunicazione e di Sceneggiatura. Università della Santa Croce
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