En cierto modo, la caridad es un desbordarse de la justicia
ReligionConfidencial.com
El anuncio del viaje del Papa a Santiago y Barcelona el próximo noviembre es un auténtico regalo a España, Europa y la Unión para el Mediterráneo. Da la impresión aunque no tengo datos de que ha sido empeño personal y significativo del Romano Pontífice.
No está de más, por eso, resaltar quizá cosas obvias, desde la importancia de Santiago en la construcción histórica de Europa, ahora un tanto desnortada y con necesidad de recuperar
sus raíces cristianas. Lo proclamó muchas veces Juan Pablo II, especialmente en su memorable discurso europeísta en la catedral compostelana en octubre de 1982, al final de su viaje por España.
Sin duda, la presencia física de Benedicto XVI en el Año Jacobeo significará otro gran empujón a la renovada pujanza del Camino, tan importante para la vida del espíritu en este siglo XXI, que pugna por encontrar ese De dónde puede brotar ese suplemento de alma del que hablaba Henri Bergson.
En Barcelona el Papa oficiará la dedicación del Templo de la Sagrada Familia de Antonio Gaudí. Ha pasado mucho tiempo desde que, en la fiesta de san José de 1882 se colocara la primera piedra de esa genial construcción. En junio de 1926 moría Gaudí, tres días después de ser atropellado por un tranvía.
Y tal vez esté más cerca de lo que parece el momento de su beatificación, en reconocimiento de su heroica vida cristiana. Confirma que la familia necesita en Occidente especial apoyo, comprensión y fortaleza. A la vez, la admiración que suscita la obra de Gaudí a los numerosísimos visitantes tantos como la Alhambra de Granada, muestra cómo la belleza puede llevar a la contemplación divina: la maravilla de lo humano es cauce de la gracia, y la obra de un gran arquitecto antes artista que constructor, camino hacia la santidad.
Todo esto y mucho más se encierra en el regalo de Benedicto XVI, que aplica magnánimamente lo que ha escrito sobre la gratuidad. Este año, el punto central de su mensaje para la Cuaresma se encierra en unas palabras de san Pablo: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo".
El Papa evoca el significado de la palabra "justicia": "dar a cada uno lo suyo" dare cuique suum, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste lo suyo que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley.
Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle.
Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia distributiva no proporciona al ser humano todo lo suyo que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios.
Observa san Agustín: si la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios (De Civitate Dei, XIX, 21).
Benedicto XVI había insistido, especialmente en su última encíclica, Caritas in veritate, de 29 de junio de 2009, en una teología de la gratuidad, esencial para vitalizar las relaciones humanas. Todo un contraste para una vida social tan economizada en el siglo XX, tanto desde esferas colectivistas como capitalistas. Porque la ciudad del hombre no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión.
En cierto modo, la caridad es un desbordarse de la justicia. Según la feliz expresión de san Josemaría Escrivá, la mejor caridad está en excederse generosamente en la justicia. Desde ahí se superan, como sugiere el Papa, los sentimientos de inquietud y de incertidumbre, para que el ser humano se libere de impulsos egoístas y autosuficientes, y se abra al amor.
La humilde magnanimidad de Benedicto XVI enriquece a todos con sus dones, y hará aún más universales a las ciudades de Santiago y Barcelona.