Hoy las mujeres del Opus Dei están presentes en más de 65 países
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Benedicto XVI al convocar el Año sacerdotal en la Iglesia, ha pedido a los cristianos rezar por la santidad de los sacerdotes y las vocaciones sacerdotales; e impulsa a todos los fieles a ejercer el sacerdocio real que recibieron por el bautismo y la confirmación.
El 5 de febrero de 2010 el actual Prelado del Opus Dei, Obispo Mons. Javier Echevarría, aludió en una conferencia que impartió en Valencia al gozo con que acogió San Josemaría esa doctrina del sacerdocio santo y real de todos los fieles, proclamada por el Concilio Vaticano II, puesto que con su ministerio sacerdotal, llevaba difundiendo esta espléndida realidad durante más de siete lustros.
Lo hizo hasta el último día de su vida. El 26 de junio de 1975, tres horas antes de fallecer, el Fundador del Opus Dei acudió a Villa delle Rose (Castelgandolfo) a las 10,30 de la mañana, para reunirse con alumnas y profesoras del Colegio Romano de Santa María, procedentes de los cinco continentes. Recibimos las últimas enseñanzas que transmitió en vida.
Recordó que el día anterior fue el aniversario de la ordenación de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei. Y, con vibración paterna, nos comentó: Vosotras tenéis alma sacerdotal, os diré como siempre que vengo aquí. La ejercitábamos añadió siempre unida a la mentalidad laical, convirtiendo todas nuestras tareas y trabajos en ofrenda a Dios y en labor de almas. Y pidió que amáramos y rezáramos por la Iglesia y por el Papa entonces Pablo VI y por el que le sucediera. Enseñó que el alma sacerdotal se vivía, así, en el mundo, nuestro sitio natural; y en la Iglesia, nuestra Familia sobrenatural.
Repasamos muchos países. Destacó San Josemaría los valores de los japoneses; comentó la gran labor que haría un colegio que promovía, en Nagasaki, Kazuko Nakajima, antigua residente de Villa delle Rose, con familias de la ciudad. Respetando las creencias de cada uno, muchos padres, profesores, alumnas se acercarían a Cristo y todos se enriquecerían humana y culturalmente. En Kenia los fieles del Opus Dei hacían mucha labor y, desde allí, trabajaban en toda África. Salieron relatos de la labor en España, Brasil, Austria, Chile, Estados Unidos. Había mucho trabajo por delante.
El Fundador del Opus Dei, en esos momentos, tuvo el mundo entero en sus palabras. Y con él, las ansias de llevar a todos los rincones la llamada universal a la santidad que Dios le había encomendado difundir. Hacerlo requería santificarse en el nosotros de la Iglesia.
Pasados veinte minutos de amena conversación, San Josemaría se sintió indispuesto y hubo que interrumpir la reunión. Tras restablecerse aclaró, a las que acudimos a su llamada, cuál había sido la causa del malestar: un mareo en el trayecto por una carretera saturada de tráfico en un día de calor intenso; pidió perdón por la lata que estaba dando (ninguna, pues no necesitó atención por nuestra parte: D. Álvaro del Portillo y D. Javier Echevarría, habían permanecido en la sala con él los minutos que tardó en recuperarse). En el trayecto hasta la puerta de la casa comentó que sentía mucho que ese año había venido pocas veces a reunirse con las que vivíamos allá. De ese modo y hasta que salió de Villa delle Rose, nos dijo lo que podía tranquilizarnos ante el final imprevisto de la reunión, y expresó su cariño y cercanía. Nos mostró así que llegó al final del camino como siempre había sido su vivir: pensando en los demás.
Dentro de este Año sacerdotal hemos vivido el 80º aniversario del 14 de febrero de 1930. En ese día Josemaría Escrivá, mientras celebraba la misa, recibió una nueva luz fundacional: el Opus Dei, que Dios había puesto sobre sus hombros el 2 de octubre de 1928 para difundir la llamada universal a la santidad, debía abrirse a las mujeres que llevarían ese mensaje por el mundo.
Hacerlo realidad precisaba de mujeres de fe firme y humanamente preparadas. La mujer, en ese momento era salvo excepciones puntal en la familia donde había desarrollado muchas aptitudes y valores. Aportar todas sus potencialidades en diversos ámbitos sociales, le exigiría dar pasos gigantes hasta alcanzar una presencia activa en la cultura, en el trabajo, en la vida pública. Y ese plus de aportación cristiana al mundo sumado a su tarea central en el hogar era lo que pedía Dios a la mujer, al abrirle el camino del Opus Dei.
Hoy las mujeres del Opus Dei están presentes en más de 65 países. Trabajan en el propio hogar con su familia, en el comercio, escuelas, mercados, empresas, en los medios de comunicación; algunas, en la vida pública; otras, impulsan centros educativos o asistenciales. Todas tratan de ejercer en esos trabajos el alma sacerdotal: convertirlos en ofrenda a Dios y en labor de almas. Junto al agradecimiento a Dios por la tarea realizada surge la esperanza de que muchas otras personas continúen el trabajo al ritmo que imprimió el Fundador.
Elisa Luque Alcaide. Instituto de Historia de la Iglesia, Universidad de Navarra