Lo que urge es que la crisis (económica) no nos impida ver la otra crisis, la nacional y moral
La Gaceta
La crisis económica, que algunos negaron y luego minimizaron, es hoy tan opaca y densa que no deja ver la otra crisis, la más profunda, de la que acaso aquella depende. Pensaba Ortega y Gasset que la política es un orden superficial y adjetivo de la vida. Creo que la economía también, y aún más.
Quienes no aceptamos el materialismo histórico no estamos dispuestos a conceder que la clave de la historia y la ley con arreglo a la cual se mueve, sea de naturaleza económica. Los problemas económicos pueden ser, en ocasiones, los más básicos, los más acuciantes, pero nunca son los más graves y profundos para la vida de las sociedades. La miseria, el hambre y la explotación no son sólo problemas económicos, sino también culturales y morales.
La superficialidad de la crisis económica no es incompatible con su gravedad. Al hablar de superficialidad me refiero a que se trata de un problema que afecta a lo más visible de la realidad social y a que es más síntoma que causa profunda. Pero si esto es así, su posible solución no se encuentra en la superficie, es decir, no es puramente económica, sino cultural y moral. Los remedios económicos, urgentes y necesarios, serán sólo paliativos si no van acompañados de remedios más profundos.
La crisis económica dificulta la visión de la grave crisis política e institucional. El sistema de 1978 se encuentra convaleciente, si es que no agonizante. El partidismo y su causa general, el particularismo, crecen sin parar. La Constitución es zarandeada sin miramientos. Los Estatutos de Autonomía aspiran a ser constituciones particulares. El poder judicial carece de independencia y el Tribunal Constitucional ve cómo su ya menguado prestigio se desangra ante un retraso en la resolución del recurso planteado contra el Estatuto catalán, que es mucho más que un retraso.
La crisis económica dificulta la visión de la grave crisis nacional, pues todo lo anterior es consecuencia y síntoma de una grave crisis nacional, cuya clave se encuentra en la ruptura de la concordia que presidió la Transición, deliberadamente emprendida por este Gobierno, sobre todo durante la primera legislatura, hasta que la crisis económica reclamó su atención.
Pero el proceso sigue. Sorprende, ante tal estado de cosas, la pasividad, más o menos resignada, con la que la opinión pública lo acepta. Y al llegar aquí, se impone la triste tesis de que no es sólo que la economía marche mal, ni sólo la política; es que la sociedad española no goza de buena salud. La crisis es también social.
Y al final desembocamos en la verdadera cuestión. La crisis actual, como todas las crisis genuinas, posee una naturaleza moral. Volviendo a Ortega, su ensayo La rebelión de las masas era un diagnóstico de la crisis moral que padecía Europa y en general, el Occidente todo. Creo que el diagnóstico sigue valiendo en lo fundamental. Y en España, corregido y aumentado.
En este sentido, a pesar de que muchos se empeñen en tergiversar lo que es casi obvio, la crisis moral es mucho más importante que la económica. Desde la perspectiva jurídica y política, leyes como la que promueve la legalización del aborto como un derecho de la mujer, o la pretensión de imponer una determinada moral desde el Estado, constituyen síntomas evidentes de esta descomposición.
Pero la raíz acaso se encuentre en la moral personal, en el tipo de hombre dominante, en suma, en la desmoralización general del hombre europeo y, más aún, del español. No se trata de entrar en un debate de teología moral, pero existen males que no son castigo de nuestros pecados y errores morales, sino, más bien, consecuencia directa de ellos.
Que Rodríguez Zapatero llegue a perder el poder como consecuencia de la crisis económica sería algo comparable al hecho de que Al Capone fuera detenido y procesado sólo por evasión de impuestos. No es la gestión de la crisis lo peor del Gobierno de Zapatero, (por si acaso, no estoy comparando a los dos personajes). La crisis económica es terrible, pero acaso pueda tener la virtud de servir de posibilidad catártica, de hacer de la ruina virtud.
Incluso quienes sólo perciben la crisis económica y, por tanto, sólo se preocupan de ella, deberían comprender que una crisis que posee raíces que no son económicas tampoco se puede resolver sólo mediante medidas económicas. Ojalá nuestros problemas fueran sólo económicos y financieros.
Pero no se vea en lo anterior nada parecido al pesimismo. Reconocer la realidad nunca es ejercicio pesimista. Y, por otra parte, una crisis moral, una vez reconocida y diagnosticada, es mucho más fácil de resolver que un problema económico. Lo difícil es reconocerla y diagnosticarla. El diagnóstico de un problema es la etapa decisiva para su solución. De momento, lo que urge es que la crisis (económica) no nos impida ver la otra crisis, la nacional y moral.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho