Vida Nueva
No hay dos caminos iguales que conduzcan a Dios, pero sí unos rasgos comunes que facilitan un buen acompañamiento para descubrirlo: amar la vida, abrazar al hombre, creer en la verdad, confiar en la conciencia. No pocos jóvenes de hoy viven sin noticias de Dios, aunque expuestos a las experiencias antropológicas de siempre: el enamoramiento, la pérdida, el éxito Ayudarles a encontrar en esas situaciones la huella de la acción amorosa de Dios no sólo contribuirá a desvelar el rostro del Padre en sus vidas, sino que hará de los cristianos expertos en humanidad, condición que como repetía Juan Pablo II reclama la nueva evangelización del tercer milenio.
Expertos en humanidad
El origen de estas páginas se encuentra en la invitación que recibí para impartir una sesión a un numeroso grupo de sacerdotes jóvenes. El título decía, nada más y nada menos, Argumentos racionales de la existencia de Dios. La invitación iba acompañada de palabras de elogio: ¡Eso que a ti se te da tan bien!.
Busqué en la memoria alguna experiencia que le pudiese haber llevado a pensar que a mí se me daba bien acercar ateos a Dios y no encontré ninguna persona declarada sin fe que, tras una o varias conversaciones conmigo, hubiese descubierto a Dios.
Esto ya constituía un buen punto de partida. Las demostraciones de Dios son ejercicios intelectuales de interés que raramente llevan al descubrimiento de Dios, esa experiencia singular. Singular y no plural, pues no hay dos caminos iguales. Sin embargo, aunque no haya dos iguales, sí me atrevo a decir que casi todos los descubrimientos son de la misma familia, con unos rasgos comunes sobre los que quiero tratar ahora.
Lo que propongo podría resumirlo así: un buen acompañamiento en el camino para descubrir a Dios es el de amar la vida, abrazar al hombre, creer en la verdad, confiar en la conciencia. Si el planteamiento es acertado, puede servir para acompañar a muchos jóvenes de edad o de espíritu, porque sin juventud no hay búsqueda, y ayudarles eficazmente a descubrir a ese Dios del que parece que no tienen noticia.
A los que echan de menos que nuestro Dios no saque pecho y se haga notar con autoridad, les digo con Rilke:
No puedes esperar que vaya Dios a ti para decirte: Existo.
Un Dios que revelara su fuerza no tendría sentido.
Debes saber que Dios te atraviesa como un soplo, desde el origen.
Y si arde tu corazón y nada expresa, entonces es que actúa dentro de ti[1].
Dos epígrafes serán el pasillo que recorra antes de llegar a exponer mi propuesta.
El hombre, animal en tensión
Durante el mes de agosto, a la orilla del Mediterráneo, charlaba con un matrimonio amigo. Ella tenía una cuestión que le inquietaba y que deseaba tratar. Varias amigas suyas que a lo largo del curso habían sido madres, preocupadas, se habían desahogado con ella: Avergonzadas de sí mismas, se tachan de indeseables, sufren una incomodidad que les arrastra a la tristeza; ¡miro a mi bebé y no me siento madre! ¡No tengo derecho a hacerle esto! ¡Yo le traigo, y luego no ejerzo la maternidad! ¡No es que no me importe, pero no soy la madre que debería ser, no le miro como mira una buena madre!.
¿Qué les ocurre? Querría dar una interpretación a este hecho; espero no separarme demasiado de la realidad. Podría pensar que estas mujeres están desconcertadas con ocasión de su maternidad. Por un lado, son madres, pero, por otro, no se reconocen madres cabales, madres de verdad. Protagonizan conscientemente una cierta contradicción: ser madre y no ser madre al mismo tiempo. Es evidente que no experimentan una contradicción absoluta en ningún momento niegan ser madres, pero sí una cierta tensión. Algo está tenso cuando fuerzas distintas tiran de sus extremos. En este caso, ellas sienten la tensión de distintas dimensiones de la maternidad que no son coherentes. Lo que parece entrar en contradicción son las distintas dimensiones de la maternidad.
Cualquiera que escuchase el desahogo de una de estas noveles madres le transmitiría tranquilidad: No te preocupes, estas cuestiones van poco a poco, en la medida en que ejerzas de madre encontrarás en ti los sentimientos adecuados. Quiérele y espera. ¿Qué verdad se oculta en todo esto? Que el hombre está emplazado a vivir entre dos ámbitos, entre los cuales necesariamente surge tensión.
Por un lado, encontramos en ese caso planteado la realidad fáctica de ser madre del bebé, un hecho constatable, físico, realizado, de algún modo hasta controlado y en ocasiones incluso manipulado por mí. Por otro lado, el mismo hecho alberga una realidad misteriosa como es la maternidad, esa dimensión que me supera, que no controlo en absoluto, sino que más bien me envuelve y dentro de la cual ni siquiera sé dar unos pocos pasos con una seguridad mínima; dimensión que tampoco sé exactamente en qué consiste. Es decir, tensión entre la realidad fáctica y la dimensión misteriosa de un mismo hecho antropológico.
Podemos decir que gran parte de las experiencias humanas son así: esconden una dimensión misteriosa. Toda realidad verdaderamente humana, a partir de un punto, permanece velada por el misterio, se nos hace inasequible, deja de imponerse por la evidencia y pasa tan sólo a invitarnos a conocerla mediante la alusión. Maternidad, vida, muerte, belleza, sufrimiento, felicidad y tantas otras experiencias de las que conocemos un extremo, pero sólo alcanzamos a intuir el otro.
Recurre al símbolo
El hombre ha resuelto con sabiduría esta situación. Puesto que las realidades antropológicas se nos muestran sólo en parte, y en parte permanecen veladas, lo más oportuno es asentarse en el símbolo. Un breve inciso acerca del significado de esta palabra.
Symbolum viene de symballein, verbo griego que significa concurrir, fusionar. En la antigüedad, el símbolo designaba al artilugio de dos partes complementarias, ajustadas una a otra con exactitud. Había ritos antiguos en los que dos partes de una sortija, un anillo o una placa se podían ensamblar entre sí, y era la garantía de que dos partes personas, objetos, textos guardaban unidad. Un mensajero, por ejemplo, que llevase algo hasta el destinatario, exigía a éste el símbolo la otra parte de un objeto que él llevaba perteneciente al emisor. Poseer una parte de ese objeto daba derecho a una cosa o a recibir hospitalidad.
Es decir, el símbolo es la parte que necesita de otra para ensamblarse, y de este modo se da un reconocimiento mutuo y unidad. Mientras que sím-bolo es lo que une, dia-bolo es lo que separa, lo que divide: una buena manera de designar al causante de la confrontación y división en este mundo.
La palabra símbolo resulta tremendamente gráfica. El mundo está lleno de símbolos que se corresponden con otras dimensiones de la realidad, ocultas para nosotros pero apuntadas y presentes de algún modo en el mundo tangible. El símbolo es una respetuosa forma de referirnos a esa dimensión misteriosa de la realidad.
El teólogo K. Prümm habla de la ley de la conexión entre objeto y forma. El símbolo habla de conexión entre imágenes elocuentes y verdades espirituales. Así, el hombre toma cientos de símbolos que expresan lo que está más allá, aquello a lo que se refieren, a lo que es superior al mismo hombre. La historia muestra que el símbolo siempre ha acompañado al ser humano.
El movimiento pendular de la historia lleva desde períodos de dedicación superficial a lo exterior y sensible, a la materia y las apariencias, a otros períodos atraídos fuertemente por el símbolo y la trascendencia.
Recuerdo el pasaje de la Ilíada en que Ulises, embarcado y borracho de tesoros tomados de Troya tras su victoria, sufre en alta mar una violenta tormenta y decide aligerar la embarcación arrojando al mar los tesoros. Da orden de tirar por la borda la imagen del dios Neptuno. Los marineros se resisten y le advierten que su comportamiento puede traer sobre ellos la venganza del dios despechado. Ulises actúa como un perfecto ilustrado, que se aleja del esoterismo y del misterio, y se arroja al mundo plano del pragmatismo. Mientras tira por la borda la escultura de Neptuno, grita a su tripulación: Dejad de invocar y de temer a Neptuno. ¡Aquí no hay más que agua, viento y muerte!
Experto en problemas, negado en misterios
Las experiencias profundamente humanas se nos presentan de estos dos modos al mismo tiempo: como algo fáctico, evidentemente real, mensurable por nuestro entendimiento y resoluble por nuestra praxis, algo que está en nuestra mano; y también como algo misterioso, inabarcable para el hombre, que más bien envuelve su existencia, algo que desentrañar como buen discípulo del misterio que encierra. Cuando la persona se enfrenta al primer tipo de realidades, se enfrenta a un problema; cuando lo hace al segundo tipo de realidades, se enfrenta a un misterio.
Problemas y misterios. La forma de resolver problemas es distinta a la forma de desentrañar misterios. Los problemas tienen siempre solución, la solución me la pueden dar otros, incluso lo pueden resolver por mí. Sin embargo, los misterios se descubren viviéndolos, nadie puede hacerlo por otro y no hay fórmulas que valgan.
Nuestra cultura y sistema educativo han optado, conscientemente o no, por formar hombres expertos en resolución de problemas. Somos personas eficientes, preparadas en distintas disciplinas, en varios idiomas, y armadas de máquinas capaces de sustituir al personal de todo un ministerio, máquinas que obedecen nuestras órdenes y multiplican la eficacia, de modo que hoy hasta el más tonto hace relojes.
Pero esta opción, lamentablemente, ha tenido un precio. Quien luce ese alto perfil de homo faber es, al mismo tiempo, un perfecto negado para los misterios. ¡Ni los huele! No ve más que agua, viento y muerte , lo demás no existe más que en la subjetividad. La dimensión misteriosa de la realidad se reduce a una dimensión subjetiva, sin valor ni existencia fuera del sujeto. No está en la realidad, sino solamente en el sujeto; no es real, sino creación del sujeto.
Así, si uno pregunta a un joven si con toda honradez cree en Dios, el experto en resolución de problemas cerrará los ojos y buscará entre sus sentimientos alguno que le diga que Dios existe; si nada logra alterar su sensibilidad desde el interior, se verá obligado si quiere ser serio a negar su existencia, al menos para él.
El ilustrado busca la respuesta a los misterios del hombre Dios, muerte, sufrimiento, maternidad, belleza desde la soledad de su subjetividad. La cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo, impulsa a los hombres a convertirse en única medida de sí mismos, perdiendo de vista otros objetivos que no estén centrados en su propio yo, transformado en único criterio de valoración de la realidad y de sus propias opciones. De este modo, el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial asfixiante, en el que ya no tienen cabida los grandes ideales, abiertos a la transcendencia, a Dios.
En cambio, el hombre que se supera a sí mismo y no se deja encerrar en los estrechos límites de su propio egoísmo, es capaz de una mirada auténtica hacia los demás y hacia la creación. Así, toma conciencia de su característica esencial de criatura en continuo devenir, llamada a un crecimiento armonioso en todas sus dimensiones, comenzando precisamente por la interioridad, para llegar a la realización plena del proyecto que el Creador ha grabado en su ser más profundo[2].
Por otro lado, su razón sabe que, para resolver el problema de Dios, sólo debe fiarse de ideas claras y distintas. Así, cerrado a lo que es superior a uno mismo, el misterio no tiene espacio. ¡Qué distinto es este homo faber del sabio griego! En la época tardía de la sabiduría pitagórica, se recoge: De los bienes del saber no se debería hacer partícipe a aquellos cuya alma no está purificada. Pues no está permitido que lo que se ha obtenido con tanto esfuerzo se revele al primero que se presente, como tampoco explicar los misterios de las diosas eleusinas al profano[3].
Efectivamente, hay grados del saber que sólo se abren al alma purificada y esforzada, paciente y en búsqueda; no se revelan al primer espíritu pragmático que pasa por la calle, por alto nivel técnico que haya alcanzado.
Abrazar al hombre
Ante esta situación, nos encontramos con tantos que no sienten ninguna necesidad de Dios, y otros muchos que querrían contar con Él pero no pueden. ¿Cómo actuar para ayudar a los hijos de nuestra cultura a descubrir a Dios? Contesto con otra pregunta. ¿Cómo nos salvó Cristo? No desde una prodigiosa fórmula de contenidos teóricos. Nos salva por su acción amorosa y su resurrección.
Para salvar al hombre se hace hombre. Desde dentro, actúa. Algo así aplica Teresa de Calcuta, que explica a sus hermanas que para ayudar a los pobres hay que ser pobre: desde dentro, viviendo lo que el pobre vive. Algo parecido podemos todos: amar la vida, abrazar al hombre, creer en la verdad, confiar en la conciencia... Acompañar al desvelamiento de Dios.
Lo diré de distintas maneras, a ver si logro darme a entender. El modo sugerido es el de acompañar a los jóvenes en sus experiencias antropológicas, con respeto y verdad. Para ayudarles a descubrir a Dios, acompañarles en su amor a la vida, en su amor al hombre y al mundo Amar absolutamente las experiencias humanas en toda su verdad.
En este abrazo al hombre siempre se abre un camino que puede conducir a la búsqueda y encuentro con Dios. Abrazar al joven enamorado en su enamoramiento, al huérfano que perdió a su padre en el dolor de su orfandad, al exitoso profesional en su gloria pasajera, al enfermo en su enfermedad, al deportista en su afición, al artista en su búsqueda de la belleza ¡Abrazar al hombre en su amor a la vida!
Este abrazo también tendrá en cuenta que una pastoral de la tranquilidad, del comprenderlo todo, perdonarlo todo (en el sentido superficial de estas palabras) se encontraría en drástica oposición con el testimonio bíblico. La pastoral justa conduciría a la verdad y ayudaría a soportar el dolor de la misma verdad[4].
Con abrazar se quiere expresar el amar a quien y con quien vive la realidad humana y misteriosa de que se trate. El abrazo debe ser verdadero abrazo. Juan Pablo II lo hizo con espontaneidad y entereza. Vale la pena releer sus reflexiones acerca de la pastoral que llevó a cabo con jóvenes. Dice que la principal experiencia de aquel período fue el descubrimiento esencial de la juventud. Y afirma que cada educador debe conocer bien esta característica, y debe saberla reconocer en cada muchacho o muchacha; digo más, debe amar lo que es esencial para la juventud[5].
Lo mismo con el matrimonio, con el noviazgo, con el sufrimiento físico, con el afán de combatir el mal de la injusticia Amar lo esencial de esas realidades antropológicas. Un ejemplo puede ser el ¡viva la vida! que todos deseamos gritar y gritamos.
Dice Benedicto XVI a los jóvenes del mundo entero:
Compartir con cada uno la experiencia antropológica que protagoniza, compartirla desde dentro, cualquiera que ésta sea, puede ser la situación oportuna que le haga apto para el misterio. Se pueden distinguir cuatro hitos que marcan el camino de quien vive estas experiencias, cuatro verdades que abren las puertas a Dios:Hubo un período que aún no se ha superado del todo en el que se rechazaba el cristianismo precisamente a causa de la cruz. La cruz habla de sacrificio se decía; la cruz es signo de negación de la vida. En cambio, nosotros queremos la vida entera, sin restricciones y sin renuncias. Queremos vivir, sólo vivir. No nos dejamos limitar por mandamientos y prohibiciones; queremos riqueza y plenitud; así se decía y se sigue diciendo todavía. Todo esto parece convincente y atractivo; es el lenguaje de la serpiente, que nos dice: ¡No tengáis miedo! ¡Comed tranquilamente de todos los árboles del jardín!. Sin embargo, el Domingo de Ramos nos dice que el auténtico gran sí es precisamente la cruz; que precisamente la cruz es el verdadero árbol de la vida. No hallamos la vida apropiándonos de ella, sino donándola. El amor es entregarse a sí mismo, y por eso es el camino de la verdadera vida, simbolizada por la cruz[6].
1. Soy buscador
Cualquier experiencia humanamente intensa, de primeras da a entender al hombre que no sabe lo que debe saber. Nos damos cuenta, al mismo tiempo, que seguramente no estamos donde deberíamos estar, que nuestra situación no es la adecuada, que es preciso cierto cambio para afrontar la situación. En otras palabras, nos damos cuenta de que somos hombres, un ser humano en camino.
La religión bíblica recoge las experiencias de un pueblo nómada. Israel es un pueblo en camino a su tierra prometida y, una vez alcanzada, durante mucho tiempo es un pueblo en el exilio. Esta imagen significa gráficamente lo que es la existencia humana. Nos enseña que el hombre está puesto en un camino, que este camino le lleva a un destino, que le acontecen diversos sucesos a lo largo de su vida que él tiene que buscar y descubrir. Significa, al mismo tiempo, que sus pasos pueden acercarle o alejarle de la verdad definitiva, y que también puede equivocarse.
Ciertas experiencias fuertes son ocasiones óptimas para adoptar la postura propia del buscador. No tiene sentido rebelarse por el sinsentido de ciertos sucesos, abandonar o cruzarse de brazos, protestar o huir. Soy un buscador, estoy en camino. No ahora, sino que mientras dé pasos sobre esta tierra, la búsqueda no cesará, el camino no estará terminado.
La confesión de Albert Camus es elocuente:
He conseguido hacer mucho dinero porque de alguna forma he sido capaz de articular la desilusión del hombre por el hombre. He tocado algo en el interior de mucha gente, porque identifican en mis obras la angustia y la desesperación. Me dirigí al sinsentido y a la incertidumbre, principios básicos en los que no estoy seguro de creer aún. Esto, más que ninguna otra cosa, es lo que me consterna, ésa es la raíz de mi desesperanza. ( ) Pero frente a la desesperación he encontrado motivos para tener esperanza. Por encima de todo, valoro la vida. ( ) Me encuentro en algo así como un peregrinaje; buscando algo que llene el vacío que siento y que nadie más conoce. El público y los lectores de mis novelas, aunque ven ese vacío, no encuentran las repuestas en lo que están leyendo. Estoy buscando algo que el mundo no me está dando. Me siento totalmente identificado con Nicodemo, porque no comprendo eso que Jesús le dijo de que tenía que volver a nacer. Pero eso es lo que yo quiero, es a lo que yo quiero comprometer mi vida. ¡Voy a seguir luchando por alcanzar la fe![7]
2. Un buscador que no hace pie en todos los suelos
Vivir la vida enseña no sólo a adoptar la actitud del buscador, sino también a tomar conciencia de que la realidad le supera porque es mucho más rica que él, que vive en un mar en el que no siempre hace pie. Un buen científico como Severo Ochoa, Premio Nobel por sus investigaciones, afirmó al final de su vida a una periodista:
No tengo ni una sola respuesta para nada de lo que de verdad me interesa. Puedes escribir bien grande que te he dicho que soy un extraño sabio un sabio que no sabe nada.
Esta afirmación no era pacífica. Aunque su formulación es parecida al socrático sólo sé que no sé nada, no tiene nada que ver. Ochoa gritaba su frustración, pues a las preguntas ¿por qué es la vida?, ¿cuál es el origen?, ¿qué es la muerte?, ¿qué hay después?, ¿sabe usted dónde está el amor de su esposa?, ¿me podría explicar sobre una pizarra por qué, al atardecer, se pone usted tan triste? no sabía responder.
Nadie da una respuesta plena, pero él era uno de los que se plantean los misterios como si fuesen problemas, no recorren un paso hacia el misterio porque sólo se fían de la razón : son necios sabios. Ochoa sabe que no es un ignorante sabio como Sócrates, sino un necio sabio. Su queja tenía el sabor de la frustración. Hay problemas y misterios.
El hombre buscador sabe que debe resolver los problemas como problemas, y desentrañar los misterios como misterios: acercándose a ellos respetuosamente, sabiendo que no hace pie en esas profundidades, contemplándolos y dejándose instruir, permitiendo que le envuelvan totalmente. Los misterios no tienen una resolución tan asequible como los problemas, pero son incomparablemente más gozosos y fecundos. Una pequeña luz que nos haga vislumbrar el misterio es mucho más interesante que el dominio completo de cualquier problema.
Un buscador como el cineasta Ingmar Bergman es protagonista de una interesante reacción. Escéptico, pensaba que la muerte es el fin, el paso al no-ser. Hasta que muere quien fue durante años su mujer. Aunque su razón racionalista le niega ya la posibilidad de un encuentro futuro con ella, no puede no rebelarse. Pisotea su expediente racionalista y afirma, con una extraña seguridad, que volverá a verla:
No ha pasado un día en mi vida sin que haya pensado en la muerte. O en el que el pensamiento de la muerte no me haya tocado de alguna manera. Así que escribí una película sobre la muerte. Era El séptimo sello. Fue una muy buena terapia. A veces, lo que uno hace, lo que uno escribe puede ser una terapia. Y en aquel caso fue así. Pero luego me pasó algo raro. Lo que pasó fue que me salió un absceso con un principio de septicemia. Así que había que eliminar el absceso. Me lo hicieron en el hospital de Sophia Hemmet. Noté un pequeño pinchazo y después no pasó nada. Hay ocho horas de mi vida que están totalmente eliminadas. Era hipersensible a aquel anestésico, y me habían puesto demasiado. Aquello me fascinó, porque pensé: ¿Es así, la muerte?. Eres una luz que se enciende y entonces, un día, se apaga. Y no queda nada, ninguna llama. Así que no hay razón para temer la muerte. Es algo espléndidamente piadoso. Algo magnífico. Y, habiendo comprendido esto, yo vivía contento. Vi que podía apartar mis pensamientos cotidianos sobre la muerte. Los pensamientos seguían viniendo sobre todo en mi hora del lobo, al alba pero podía apartarlos diciéndome que no eran nada. En un instante, paso de ser algo a ser nada. Me gustaba esa idea. Pero luego llegó el gran problema. El problema aplastante, que fue cuando murió Ingrid, casi exactamente hace ocho años. Y, lógicamente, me dije: No voy a volver a ver a Ingrid jamás. Se ha ido para siempre. Pero lo curioso es que siento la presencia de Ingrid, sobre todo aquí en Faro. De una forma intensa. Y pienso: Es imposible que sienta su presencia si no existe. Y es que aquella operación fue una reacción química. No era la muerte de verdad, sino una muerte artificial. En la muerte real puede que Ingrid me esté esperando, y que exista. Y que venga a buscarme. Yo doy por sentado que voy a encontrarme a Ingrid. Y he eliminado por completo la pesadilla de que no vuelva a verla. Doy por sentado que voy a encontrarme con Ingrid.
A esto me refería con lo de abrazar en toda su verdad y con respeto cada una de las experiencias antropológicas por las que nos va paseando nuestra existencia. Abrazar el hecho de la muerte nos hace conscientes de que no hacemos pie, de que estamos ante un misterio del que puedo ser buen aprendiz. Es imprescindible educarnos a vivir cómodos con el misterio. Un testimonio, aunque sea referido al caso particular de la liturgia, es el del cardenal Ratzinger:
En los antiguos edificios monásticos se encontraban la Escuela de Señoritas y el entonces Instituto para la Formación del Niño, llamado jardín de infancia. Ha quedado particularmente grabado en mi memoria el recuerdo del Santo Sepulcro, con muchas flores y luces de colores, que se erigía entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua y que nos ayudaba a sentir próximo el misterio de la muerte y resurrección, a percibirlo con nuestros sentidos internos y externos, mucho antes que cualquier intento de comprensión racional[8].
Traigo a colación este recuerdo por lo oportuno que resulta percibir el misterio con los sentidos internos y externos antes de intentar hacerlo con la razón.
3. El amor es quien me abre puertas a otras verdades
Tomando pie en la experiencia de Bergman, podríamos distinguir otro hito en la vivencia de estos misterios: es el amor a Ingrid el que le hace vislumbrar algo que la razón le negaba. Aprendemos que en las cuestiones últimas que preocupan al hombre no hay que separar pensamiento y existencia. Pensamiento y existencia se condicionan recíprocamente.
El pensamiento sabe que sus conquistas están limitadas a lo razonado. Por eso, al mismo tiempo, sabe que la persona es capaz de conquistas más amplias que se extienden a toda la realidad razonable, aunque en muchos casos no habrá sido alcanzado razonadamente. Los misterios nos ofrecen realidades razonables que no somos capaces de razonar. ¿Cómo alcanzamos esas verdades? El amor es la llave.
Lo mismo ocurre cuando, ante comportamientos de otros que no hay forma de defenderlos con la razón, lo justificamos diciendo que son cosas del amor. Y así es. El amor abre puertas a verdades más plenas. El amor, la relación con los demás, el encuentro con algunos cristianos, poner el afecto en juego, es algo indispensable. Nunca se puede buscar la fe de manera aislada, sino sólo en el encuentro con personas creyentes capaces de entenderte. La fe crece siempre en comunidad[9].
Y es que sin una cierta cantidad de amor no se encuentra nada. Quien no se compromete un poco para vivir la experiencia de la fe y la experiencia de la Iglesia, y no afronta el riesgo de mirarla con ojos de amor, no descubrirá otra cosa que decepciones. El riesgo del amor es condición preliminar para llegar a la fe[10].
Es más. Ese momento de la experiencia que me ayuda a buscar más allá, donde no hago pie, en el encuentro con los otros, es imprescindible porque a la misma fe cristiana le constituye ser un encuentro. La persona, en cuanto ser relacional, ha sido creada de tal forma que se hace en el otro, y descubre también su sentido, su misión, su exigencia y posibilidades vitales en los encuentros con los demás.
Esta estructura fundamental de la existencia humana nos permite entender después la fe y el encuentro con Jesús. La fe no es un mero sistema de conocimientos, es, en esencia, el encuentro con Cristo[11]. Es importante descubrir esta estructura del hombre en cualquiera de las situaciones antropológicas por las que atravesamos, ya que la decisión a favor de Dios es una decisión del pensamiento y, al mismo tiempo, de la vida, en sinergia.
4. Un frustrado redimible
Otro aspecto que podemos descubrir sería que el hombre frustrado por una tensión no resuelta puede ser redimido en el encuentro con Cristo, o con hombres en los que vive Cristo.
Un fabuloso diálogo entre Freud y Dios, escrito por Eric-Emmanuel Schmitt para el teatro, pone en boca del científico doctor esta queja contra Dios: ¡Le acusaría de falsas promesas!. Lo razona con estas palabras:
Freud: El mal es la promesa incumplida ¿qué es la muerte sino la promesa de la vida que emana de mi sangre bajo mi piel y que nunca se cumple? ¿Por qué cuando me toco o me entrego a la embriaguez mental que es el puro placer de existir no me siento mortal? La muerte no está en ninguna parte, ni en mi vientre, ni en mi cabeza no la siento. La muerte la conozco de oídas, me enseñaron a conocerla, ¿hubiera sabido que un día moriría si nadie me hubiera hablado de ella? Yo me creía inmortal. La muerte es traicionera, siempre ataca por la espalda, nunca de frente lo peor de la muerte no es la nada, es ¡la promesa de la vida incumplida! Por culpa de Dios. ¡Ay el dolor! ¿Qué es sino la falsa integridad del cuerpo? Un cuerpo hecho para correr, para gozar, un conjunto armónico que funciona con la exactitud de las manecillas de un reloj y aquí está vulnerado, amputado, descompuesto El dolor no se siente en la carne, ya que toda herida es una herida del espíritu. Es la promesa incumplida, la culpa es de Dios. El mal que los hombres se hacen los unos a los otros, ¿qué es sino la paz perdida? La promesa que había en el calor de una cabeza acurrucada entre los senos maternos la ternura de una dulce voz que nos hablaba desde lo más profundo del corazón aunque ni siquiera comprendiéramos las palabras. La unión total con el universo que conocimos, cuando el universo no eran sino dos manos amantes que nos daban el biberón ¿Dónde ha ido todo eso? ¿Por qué esta guerra? Promesa incumplida de nuevo, la culpa es de Dios. Pero el peor de los males, la fina y acerada punta de la maldad, es la mente, a la que la misma inteligencia convierte en estúpida, parecería como si Dios nos hubiera dado la inteligencia únicamente para rozar sus límites la sed sin agua. Creemos que lo sabremos todo, que lo comprenderemos todo, y la razón nos abandona en el camino. ¡No lo sabemos todo! Y no comprenderemos nada. Aunque viviera trescientos mil años y supiera el nombre y el número de las estrellas, seguirían siendo indescifrables para mí y yo seguiría preguntándome: ¿qué hago en esta tierra con los pies hincados en el barro? Los límites de la razón ésa es la última de las promesas incumplidas. La vida sería bella si no fuera una traición, sería fácil la vida si no hubiera creído que tenía que ser larga, alegre, justa. Esperaba demasiado, tenían que haberme creado más irracional para no esperar nada. Por eso, señor Berside, si Dios existe, es un Dios mentiroso, predica y luego abandona. Él ha creado el mal, porque el mal es la promesa que no se cumple.
Dios: Déjeme explicarle.
Freud: No quiero más explicaciones. Si Dios está contento de lo que ha hecho, del mundo que ha creado, entonces sería un dios singular, un dios cruel, un dios hipócrita, un criminal, el autor del mal de los hombres. Más le valiera no existir. Si hubiera un dios, no podría ser otro que el mismo diablo. ( ) Si Dios existiera, si estuviera aquí esta noche en la que el mundo llora y mi hija está presa entre las garras de la Gestapo, le diría: ¡No existes! Si eres todopoderoso entonces eres un malvado, si no eres malvado no eres todopoderoso, perverso o limitado, no eres un dios a la altura de Dios, no es necesario que existas. Los átomos, el azar, el choque de los planetas; eso basta para explicar un mundo tan injusto Definitivamente, no eres más que una hipótesis inútil.
La respuesta de Dios es contundente:
Dios: Y sin duda Dios te respondería así: Si pudieras ver de antemano como yo la cinta de los años venideros, serías aún más violento pero dirigirías tu acusación al verdadero responsable. Si pudieras ver más allá Este siglo será uno de los más extraños de la Tierra. Se conocerá como el siglo del hombre, pero será el siglo de todas las pestes, como ésa que ya empieza a expandirse por Viena y de la que sólo ves los primeros bubones, pronto llegará al mundo entero y no hallará apenas resistencia. Tú te librarás de ella, Freud, considérate afortunado. A los otros, a tus amigos, a tus discípulos, a tus hermanos y a tantos inocentes los van a matar, por decenas, por millones, en falsas duchas que en lugar de agua librarán gas, y serán sus hermanos los que se lleven los cuerpos para arrojarlos a grandes fosas que luego cubrirán con cal. ¿Y sabes que los nazis harán jabón con sus grasas? Verdad que resulta extraño que pueda uno lavarse el culo con aquello que tanto se odia. Ya habrá otras pestes, pero en el origen de todas aparecerá el mismo virus, el mismo que te impide creer en mí, el orgullo. Jamás el orgullo humano habrá llegado tan lejos, hubo un tiempo en que el orgullo humano se contentaba con desafiar a Dios, hoy quiere reemplazarle. Hay una parte divina en el hombre, la que le permite negar a Dios. Tú no te contentas con menos, acabas de decirlo. El mundo, el mundo no es más que un producto del azar, una confusa y absurda obstinación de moléculas y en la ausencia del verdadero maestro sois vosotros los que, en adelante, legisláis. Ser el señor. Jamás esa locura tendrá tanto arraigo como en este siglo. Dueños de la naturaleza. Y contaminaréis la tierra y ennegreceréis las nubes. Señores de la materia. Y haréis temblar al mundo. Dueños de la política. Y crearéis el totalitarismo. Señores de la vida. Y temeréis tanto a la enfermedad y a la muerte que aceptaréis subsistir a cualquier precio para no vivir, sino sobrevivir anestesiados como vegetales en un invernadero. Señores de la moral. Y pensaréis que, ya que son los hombres los que inventan las leyes, todo vale, es decir que nada vale. Entonces el dinero será Dios, le construiréis templos, le adoraréis y ya nadie pensará en la nada, en la ausencia del verdadero Dios. Al principio, os felicitaréis por haber matado a Dios, pero si ya nada se debe a Dios todo recae sobre el hombre, ¿no? La vanidad no conoce la angustia, os atribuiréis toda la inteligencia, jamás la historia habrá conocido filósofos más oscuros y, sin embargo, más felices. Freud, esto aún no lo ves, pero el mundo se verá privado de la luz. Y cuando un joven en una tarde de duda tan frecuente en la juventud pregunte a los hombres de su alrededor: ¿por favor, por favor, cuál es el sentido de la vida? Nadie podrá responderle. Será vuestra obra, la tuya y la de otros, eso es lo que haréis los grandes de este siglo, explicaréis: el hombre por el hombre y la vida por la vida. Y el hombre será un loco en su celda que juega una partida de ajedrez entre su inconsciente y su conciencia. ¡Freud Freud! ¿Aún tienes la embriaguez del conquistador, del que crea pero piensa en los otros, en los que están por nacer? ¿Qué mundo les habrás dejado? El ateísmo revelado.
Dos coordenadas en la Escritura
Quizás hubiera ahorrado muchas páginas recogiendo antes estas dos directrices marcadas en el Nuevo Testamento. Una corresponde a Cristo, la otra a san Pablo. No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud (Mt 5, 17-19). Abrazar al hombre en sus diversas situaciones y vivirlas en plenitud. El sentido de estas palabras de Cristo tiene otro contexto, pero las parafraseo para darle un nuevo sentido.
Cualquier experiencia del hombre, si queremos vivirla en toda su verdad, llevándola a la plenitud a la que aspira, nos acercará a Cristo, posiblemente nos llevará hasta Él. La afirmación de Pablo se dirige a una de las iglesias que él fundó, en un mundo hostil a su mensaje: Examinadlo todo, y quedaos con lo bueno (1 Tes 5, 21). Un buen predicador exclamaba que el mundo es de quien lo ama[12].
Nada de lo bueno nos es ajeno. ¿La solidaridad es buena? Por supuesto. Que la caridad pueda expresar algo más pleno y perfecto no impide que la solidaridad, en sí misma, sea buena. La solidaridad, pues, no nos es ajena. Conviene que estemos precavidos para no cambiar la máxima del Apóstol de Tarso por otra que vendría a decir que sólo lo perfecto nos es propio. No: nada bueno nos es ajeno.
A este caso se refería Benedicto XVI cuando afirmaba que la educación en la fe debe consistir antes que nada en cultivar lo bueno que hay en el hombre. El desarrollo del voluntariado, inspirado por el espíritu del Evangelio, ofrece una gran ocasión educativa[13].
Quizás aludía a eso Juan Pablo II cuando escribía que la evangelización del tercer milenio requiere que los cristianos seamos expertos en humanidad.
Notas
[1] Para festejarme, 1899.
[2] Benedicto XVI, Orar, 35.2, tomado del 15 de noviembre de 2005.
[3] Jámblico, Vida de Pitágoras, 17.35, en Hugo Rahner, Mitos griegos en su interpretación cristiana, p. 69.
[4] Benedicto XVI, Orar, 28.9, tomado de Mirar a Cristo, pp. 99-100.
[5] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, capítulo Jóvenes: ¿realmente una esperanza?, Plaza y Janés, Barcelona 1994.
[6] Domingo de Ramos, XXI JMJ, 9 abril 2006.
[7] H. Mumma, El existencialista hastiado. Conversaciones con Albert Camus (J. Á. Agejas, ed.), Voz de Papel, Madrid 2005.
[8] Benedicto XVI, Orar, 44.1, tomado de Mi vida, recuerdos, p. 24.
[9] Benedicto XVI, Orar, 36.1, tomado de Dios y el mundo, p. 301.
[10] Benedicto XVI, Orar, 1.2, tomado de ¿Por qué soy todavía cristiano?, p. 110
[11] Benedicto XVI, Orar, 11.2, tomado de Dios y el mundo, p. 235.
[12] Nguyên van Thuan, F.X., El camino de la esperanza, Edicep, Valencia 2000, pp. 81-82.
[13] Benedicto XVI, Orar, 38.1, tomado del 26 de noviembre de 2005.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |