ZENIT.org (Entrevista de Giovanni Tridente)
La santidad de la Iglesia es un argumento de lo más actual. No sólo por algunas noticias, como los escándalos que han afrontado Benedicto XVI y los obispos irlandeses este martes, sino porque ha sido tratado por recientes documentos y actos pontificios.
El argumento se recoge en el volumen Conciudadanos de los santos y familiares de Dios. Estudio histórico-teológico sobre la santidad de la Iglesia, escrito por el sacerdote portugués Miguel De Salis, profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Sobre esto, concedió a ZENIT una entrevista.
En el Prefacio del cardenal José Saraiva Martins, prefecto emérito de la Congregación de las causas de los Santos, a su libro, se habla de la santidad como don de Dios y respuesta del hombre a Dios. ¿Falta este don en la Iglesia del siglo XXI?
Creo que no. No faltan ni el don ni la respuesta. Basta pensar en la estela de santidad dejada por personas como Madre Teresa, Padre Pío, Maximiliano Kolbe, Piergiorgio Frassati, Juan Pablo II y tantos otros, por mencionar algunos de los personajes importantes que han marcado la historia reciente.
¿Es posible ver la santidad tras algunas noticias publicadas recientemente?
Es posible, pero a veces es imposible encontrarla. Algunas noticias muestran herida, y cuando uno está herido es difícil entender que otras partes del cuerpo están sanas, que no todo está perdido. Además, sabemos que todos los cristianos aquí en la tierra debemos convertirnos cada día, y es necesaria una purificación para poder ver la santidad. El Concilio Vaticano II recordaba en la Lumen Gentium (8) que la Iglesia, que acoge en su seno a los pecadores, santa y al mismo tiempo siempre necesitada de purificación, incesantemente se aplica a la penitencia y a su renovación.
¿Pero esto justifica el pecado?
De ningún modo. Todo pecado es una acción contra Dios y contra su Iglesia. Por supuesto, aunque hubiese habido solo un caso comprobado de abusos, se trataría de un hecho gravísimo en total contraste con el Evangelio, una violencia tremenda contra un hijo de Dios. No hay que tener miedo de la verdad. Nuestra fe se funda en Cristo, no en los hombres ni en el hecho de tener una vida en la que el pecado de los demás no se hace sentir tanto.
Entonces, ¿cómo comprender algunas de las acusaciones dirigidas a los pastores de la Iglesia que no intervinieron a tiempo sobre algunos abusos?
El Catecismo de la Iglesia (827) recuerda que todos los miembros de la Iglesia, incluidos sus ministros, deben reconocerse pecadores. En todos, hasta el final de los tiempos, la cizaña del pecado se encuentra aún mezclada con el buen trigo del Evangelio. La Iglesia reúne por tanto a los pecadores alcanzados por la salvación de Cristo, pero siempre en camino de santificación. Es posible, como ha demostrado la historia, que quienes forman la Iglesia actúen de modo contrario al Evangelio, pero hay muchísimos pastores (la Iglesia tiene más de 5.000 obispos) que sirven a los fieles con una abnegación y generosidad únicas. Basta pensar en los obispos encarcelados en China, Vietnam y en otros lugares del mundo. Más que hacer la suma de todo esto, dejemos que la haga Dios. Creo que esto nos invita a no desanimarnos.
Ante la experiencia contrastante de la santidad y del pecado en la Iglesia, es oportuno revisar experiencias parecidas ya vividas en la historia de la Iglesia y comprenderlas antes de inventar una respuesta nueva. Esto supone mirar atrás y alrededor nuestro. Uno se da cuenta, casi con sorpresa, que Dios sigue habitando en medio de nosotros a pesar de todo. Y esto tiene dos consecuencias fundamentales.
En primer lugar, nuestra esperanza no es ingenua ni inconsciente, sino que se arraiga en la certeza de la ayuda de Dios. La segunda consecuencia es la responsabilidad de todos los fieles en la Iglesia, fundada en la llamada de Dios, a colaborar en la misión. En otras palabras, ante el pecado del otro es necesario responder con santidad y no con otro pecado. Y nadie dice que la respuesta santa debe ser siempre pasiva. Hay espacio para la creatividad humana: los santos eran creativos.
¿La Iglesia es verdaderamente santa?
Tradicionalmente se explica la santidad de la Iglesia distinguiendo dos aspectos. El primero es lo que es objetivamente santo en ella: los sacramentos, la Palabra de Dios, la presencia de Cristo y del Espíritu Santo, la ley moral y todos los demás dones que Dios le ha hecho para que lleve a cabo la misión que le ha confiado.
El segundo incluye los frutos de la santidad causada por los dones divinos ofrecidos, es decir, los santos y la habitual vida en gracia de Dios, vivida aquí en la tierra. Pero esta manera de participar en la santidad de la Iglesia no consigue explicar bien la influencia del pecado en la Iglesia y, por tanto, en su santidad vivida.
Entonces, ¿cómo explica usted estos dos elementos en los tiempos actuales?
Siempre habrá un poco de desorden en la vida de la Iglesia y siempre habrá desafíos que esperan una respuesta creativa que requiere trabajo, ingenio y tiempo. La vida cristiana es así aquí en la tierra: existe siempre la Cruz y ésta es puerta de entrada al Cielo. Pongo un ejemplo: el venerable Newman decía, tras haber estudiado la historia de la Iglesia antigua, que detrás de cada Concilio ha habido siempre una gran confusión. También hoy hay confusión, quizás difundida aún más a través de los medios de comunicación.
¿Le parece adecuado el comportamiento de los sacerdotes en muchos países?
Mire, el número de sacerdotes que en todo el mundo sirven a los fieles es de alrededor de 400.000. Celebran la Misa, hacen la catequesis, se ocupan de los enfermos, ayudan a las familias... El bien no hace ruido ni aparece en los periódicos: el mal en cambio sí. Basta mirar al número de sacerdotes muertos en estos últimos años por su compromiso hacia los más pobres, o al número de sacerdotes que sufren persecución a causa de la fe y de la defensa de los derechos humanos.
Además, es necesario entender que a menudo las noticias son presentadas de manera tal que llaman nuestra atención, la cual está ya provocada por otros reclamos. Y en tiempos donde la secularización es tan fuerte, como ahora, la proporción de comportamientos equivocados entre los sacerdotes están en los mismos niveles, si no menores, que la proporción entre los ciudadanos que componen las sociedades occidentales.
Esto no quita que haya algunos casos graves que quizás no hayan sido afrontados de manera correcta, y por esto la jerarquía ha tomado nota e intenta resolver los problemas, pidiendo perdón si es necesario.
¿Pero no le parece que haya detrás un comportamiento contradictorio?
Por supuesto. Cuando experimentamos el contraste entre lo que un fiel cristiano hace y lo que dice pretender, encontramos la contradicción. En estos casos es tan contradictorio un fiel laico como un miembro de la jerarquía o un religioso. El don de la libertad humana puede dirigirse hacia el bien o hacia el mal, también en cuantos formamos parte de la Iglesia, seamos o no sacerdotes. Esto no debe asombrar, si uno tiene fe en Dios y no en el comportamiento de los hombres de Dios. Al mismo tiempo, no debemos resignarnos ni acostumbrarnos frente a la incitación al pecado, porque Dios nos ha pedido a todos que transmitamos con nuestra vida el amor que Él tiene por todos. En sustancia, ante un comportamiento contradictorio o que solicita al pecado no debemos pecar de desesperación ni de apatía, ni de juicio temerario, ni de ira. Más bien, siguiendo la actitud de Cristo, estamos llamados a responder con la santidad y la conversión a la que Dios nos ayuda con su gracia.
[Traducción del italiano por Inma Álvarez]
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