Todo un reto para la familia y la sociedad, antes que para políticos y funcionarios
ReligionConfidencial.com
Se han puesto de moda los Observatorios oficiales de la vida social, como si no fuese suficiente, al menos en España, el laborioso y eficaz Instituto de Estadística. Esos organismos justifican su existencia con informes periódicos que, con frecuencia, se limitan a describir la extensión de los fenómenos, sin proponer medidas prácticas para erradicar posibles males.
Algo de esto sentía al leer la última información del Observatorio francés de drogas y toxicomanías. Detecta el actual boom de la cocaína, junto con la trivialización del cannabis, que comenzó a triunfar en los noventa. Cada vez saben más sobre el uso y abuso de los estupefacientes, sobre el gran narcotráfico y los caballos del menudeo.
La triste realidad es que aumenta el número de consumidores y su diversidad: alcanza a personas de todas las clases sociales. No es ya signo de rebelión contra el sistema por parte de gente más o menos excluida o marginal. Sino una forma de entender y adaptarse a la sociedad actual: fumar marihuana es para tantos una auténtica rutina, apenas distinta de la clásica adicción al tabaco. Ambas comienzan en torno a los quince años. Y pronto aparecen esos rasgos del fumador compulsivo, tan fáciles de observar ahora en el portal de edificios de oficinas...
Si el cannabis se banaliza, la cocaína no le va a la zaga, con su imagen festiva y lúdica. Como si no dejasen heridas psíquicas de difícil recuperación. Aunque el miedo al daño ni siquiera al de la sobredosis parece servir para superar las adicciones. Los remedios enlazan con la necesidad de esos valores fuertes que también comienzan a añorarse en foros económicos de máximo nivel como el de Davos. Sin ideas ni ideales, el pensamiento débil lleva necesariamente a la ética sin dolor tan bien descrita hace años en El crepúsculo del deber de Gilles Lipovetsky. Todo un reto para la familia y la sociedad, antes que para políticos y funcionarios.
Porque el riesgo de las administraciones públicas es que vean en las drogas una nueva fuente de ingresos para sus maltrechas finanzas. Hasta ahora los partidarios acentuaban más bien posibles efectos terapéuticos de algunas substancias prohibidas. Pero parece que en California, Estado siempre ávido de novedades, se plantean convocar un referéndum para permitir el consumo libre de la marihuana: calculan recaudar en torno a los mil millones de dólares en impuestos. Los promotores de la iniciativa, como Marijuana Policy Project, argumentan que es menos dañina que el alcohol o el tabaco, que mucha gente apoya la legalización y, sobre todo, puede ser una nueva fuente de ingresos.
Coincide con señales permisivas que vienen de la Administración Obama: el Fiscal General parece decidido a no perseguir a quienes consuman marihuana por motivos médicos fuera de los 14 Estados en que está ya autorizada. En el ámbito federal, el cultivo, posesión y consumo sigue siendo delictivo. Desde luego, no quieren saber nada de todo esto jueces, policías, médicos ni militantes pro familia. Aparte del problema en sí, consideran que aumentará la violencia en escuelas y universidades, así como los accidentes de tráfico.
No se reconoce que las experiencias tipo Ámsterdam han sido desastrosas, y el Gobierno holandés trata de reconducirlas. Las drogas reflejan el malestar de la cultura. Son a la vez fruto y causa de la confusión ética y de la desintegración social. Al cabo, está en juego el descubrimiento o redescubrimiento de la dignidad humana, dentro de los grandes proyectos educativos que corresponden a padres y maestros.