Para los católicos se impone seguir la estela de Benedicto XVI
ReligionConfidencial.com
Sólo en Francia se produjeron 631 actos antisemitas entre enero y junio de 2009, de ellos 113 violentos. Según un informe oficial presentado recientemente al gobierno de Tel Aviv, el año pasado fue el más grave de la última década, incluyendo también las proclamaciones que intentan deslegitimar la existencia del propio Estado de Israel. Además de Francia, esos hechos se dan, sobre todo, en Gran Bretaña y Estados Unidos. Más anecdóticos fueron algunos sucesos de Holanda o Dinamarca.
El pasado 27 de enero se celebraba el aniversario de la liberación del campo de Auschwitz en 1945. Era miércoles, y Benedicto XVI dedicó unas frases sentidas a ese "Día de la memoria, en recuerdo de todas las víctimas de los crímenes, especialmente de la aniquilación planificada de los judíos, y en honor de cuantos, arriesgando la propia vida, protegieron a los perseguidos, oponiéndose a la locura homicida. Pensamos con el ánimo apesadumbrado en las innumerables víctimas de un ciego odio racial y religioso, que sufrieron la deportación, la prisión, la muerte en aquellos lugares aberrantes e inhumanos.
Ciertamente, las manifestaciones del actual antisemitismo no llegan en modo alguno a esas cotas, ni siquiera entre los más violentos islamistas ni recalcitrantes negacionistas. Pero, para el Papa, es importante que la memoria de estos hechos, en particular del drama de la Shoah que azotó al pueblo judío, suscite un respeto cada vez mayor de la dignidad de cada persona, para que todos los seres humanos se sientan una sola y gran familia. ¡Que Dios omnipotente ilumine los corazones y las mentes para que no se repitan tragedias de este tipo!".
Desde entonces, no se veía tanto antisemitismo en Europa. Afortunadamente, España queda fuera de ese panorama. No en balde, el conjunto de la transición política sirvió indirectamente para borrar del mapa a las formaciones de extrema derecha o izquierda que se dan en países vecinos, a veces con fuerza electoral inusitada, como se comprobó en el reciente referéndum suizo sobre los alminares islámicos.
Aparte de esos populismos, comienza a advertirse una especie de alianza entre partidos de izquierdas y grupos islamistas, que no ocultan su animadversión hacia Israel. No se puede confundir antisionismo y antisemitismo, pero están muy ligados en personalidades que propugnan el odio, por ejemplo, en Venezuela, Irán o Turquía. Uno de los mentores del presidente Ahmadineyad califica a los hebreos como el pueblo más corrupto de la tierra.
Desde luego, no favorece la concordia la dura posición del primer ministro de Tel Aviv, Beniamin Netanyahu, contra los derechos del pueblo palestino. Está convencido de que concederles la autonomía prevista en antiguos acuerdos internacionales pondría en peligro la paz y la estabilidad de Israel. En buena parte, se comprende, mientras el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) no acepte la existencia de ese Estado ni cancele su objetivo estatutario de destruirlo.
Pero da pena que renazcan esos brotes en países caracterizados siempre por su tolerancia. El último día de enero, Alain Jakubowicz publicaba un artículo en Le Monde, con un titular expresivo: responder a la intolerancia con la laicidad. Recuerda a su abuelo, que llegó a Francia desde la Alemania nazi en 1933. Murió nacionalizado francés, agradecido a un país en que Dios podía ser feliz, según repetía en su lengua materna.
Para los católicos se impone seguir la estela de Benedicto XVI. El 17 de enero visitó a la comunidad hebrea de Roma. En su camino hacia la sinagoga, se detuvo ante la lápida que recuerda el atentado del 9 de octubre de 1982. Depositó luego una corona de flores en recuerdo de las deportaciones de 1943 y de todas las víctimas de la Shoah. Y sus palabras fueron una vez más serenas y conciliadoras hacia los que Juan Pablo II consideraba hermanos mayores en la fe.