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Era abril de 2005. El cardenal Joseph Ratzinger oficiaba, en unión con muchos obispos venidos de todo el mundo, los funerales por el eterno descanso de Juan Pablo II.
Las escenas que ofreció la televisión nos han dejado un recuerdo imborrable de ese evento, pero éste fue especialmente conmovedor cuando se dirigió al balcón desde donde tantas veces el Papa Juan Pablo II había dirigido la palabra bendiciendo a la multitud, y mientras la miraba dijo improvisando: Ninguno de nosotros podrá olvidar cómo en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano y dio la bendición Urbi et Orbi por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre [1].
El cardenal Ratzinger no imaginó ni deseó jamás ser el sucesor de Juan Pablo II. Había abandonado Baviera hacía veintitrés años para ir a Roma, cuando le llamó el Papa para trabajar junto a él. Echaba mucho de menos Alemania. De hecho, durante esas tres semanas de Sede Vacante que hubo en la Iglesia, él, como cardenal decano del Colegio Cardenalicio, tuvo que hacer cabeza y tomar decisiones.
Tras el fallecimiento de Juan Pablo II, la prensa y la televisión se hicieron eco mundial del acontecimiento que llegó reunir a la gran mayoría de los mandatarios del planeta en Roma cosa insólita; yendo entre ellos, los tres últimos presidentes de Estados Unidos. Y, sobre todo, más de tres millones de peregrinos. El primer día, la inmensa mayoría procedía de la población romana, el segundo día se sumaron gentes venidas de toda Italia, y el tercero, multitudes de todas partes del mundo poblaron Roma y coreaban también con pancartas: santo, ya.
Este espontáneo grito, acompañado de pancartas, por el que miles de personas pedían una canonización inmediata que es una fórmula de canonización por aclamación, como al principio de la cristiandad era algo inaudito. Además, este hecho fue visto de buen grado por millones de telespectadores católicos.
Así las cosas, alguien preguntó al cardenal Ratzinger que hiciera alguna declaración oficial para los medios desplazados en Roma sobre este asunto que ya era portada en muchos periódicos. Su respuesta vino a ser algo así como: no se preocupen ustedes como tampoco me preocupo yo. Esa decisión le tocará tomarla al siguiente Papa, no a mí. Bien lejos de su mente estaba, por tanto, que iba a ser precisamente él quien abriría acortando los tiempos previstos el proceso de beatificación, tras su elección como Romano Pontífice.
Si el comentario hecho por el cardenal Ratzinger dejaba claro qué lejos de su mente estaba el deseo de ser Papa, éste no dudó en decirlo al poco de ser elegido Sumo Pontífice. Nunca había pensado ni deseado semejante carga y responsabilidad. De ahí que cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la guillotina caería sobre mí, me quedé desconcertado. Creía que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡No me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes [2].
El 19 de diciembre ya es una fecha inolvidable para nuestra generación, para nuestra gente, esa que ronda entre los 20 y los 60 años; esos que han estado en el Paseo de la Castellana, en Montserrat, en Javier, etc., en 1982; años más tarde en Zaragoza, en Sevilla, en Colón o en Cuatro Vientos gritando Juan Pablo II te quiere todo el mundo. Esa generación que sin encomendarse a nadie hizo el petate y se plantó en Roma en 2005 para dar su último adiós a Juan Pablo II el Grande.
Benedicto XVI lo proclamó el día 19 venerable tras aprobar con su firma el decreto por el que se reconoce que el Siervo de Dios Karol Wojtyla vivió en grado heroico las virtudes. Esto supone el primer paso hacia los altares del Pontífice polaco. El decreto fue aprobado durante la audiencia que concedió en el Vaticano al prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el arzobispo Angelo Amato, S.D.B.
La firma del decreto no supone la inmediata beatificación de Karol Wojtyla, ya que todavía falta la aprobación por parte de Benedicto XVI del milagro que lleve a la proclamación como beato de su antecesor. No obstante, es el inicio de un proceso que ya tiene fecha dada la antelación con que hay que trabajar por la logística que acompaña. Ciertamente se necesita un milagro bien estudiado y constatado, pero era tal la seguridad moral de su santidad que bien pronto llegaron a Roma innumerables favores de gran entidad como exige un milagro.
El postulador de la causa, el sacerdote polaco Slawomir Oder, se ha inclinado entre muchos a elegir, por la curación de la monja francesa Marie Simon Pierre, que padecía Parkinson, la misma enfermedad que tenía Juan Pablo II. Una vez que Benedicto XVI apruebe el milagro, sólo quedará elegir la fecha de la beatificación.
Aunque las cosas de palacio van despacio, aquél santo súbito sigue resonando con ecos in crescendo en los oídos de tantos hombres cristianos o no que le admiraron en vida y después de su muerte como lo demuestran las largas colas de personas que pasan cada día por su tumba en Roma.
El proceso que llevará a Juan Pablo II a los altares el próximo 16 de octubre, se abrió el 28 de junio de 2005 y comenzó en Roma, ciudad en la que murió y de la que fue su obispo durante 26 años y medio. La causa de beatificación se abrió por deseo de Benedicto XVI sin esperar a que transcurrieran cinco años de su muerte, como establece el Código de Derecho Canónico.
El anuncio fue acogido con gran alegría en el mundo católico, donde aún sigue vivo el grito súbito santo (santo ya) que decenas de miles de personas corearon el 7 de abril en la plaza de San Pedro del Vaticano durante los funerales de Juan Pablo el Grande, como ya se le conoce.?
Pedro Beteta. Doctor en Teología y en Bioquímica
Notas al pie:
[1] Homilía del Card. Ratzinger en la Misa de Exequias del difunto Pontífice Romano Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro el 8 de abril de 2005.
[2] Ibídem.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
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