Quizá el ciudadano espere que los éticos se arrimen un poco más, aunque no lleguen a coger el toro por los cuernos
AbcDeSevilla.es
Nada tan confortable como torear de salón. Se puede hacer hasta en casa; sólo se precisa gozar de un espacio suficientemente amplio, para evitar que el capote acabe llevándose por delante el jarrón chino (comprado en los chinos, se entiende...).
Pero a lo que íbamos, que tenemos el toro ya en la plaza. Bono, haciendo honor a su nombre, se autoconcedió indulgencia plenaria tras votar el aborto a plazos. Algo habrán cantado al respecto los poetas andaluces de hoy, digo yo... Pérez Tapias, muy ocupado quizá con las fosas de Alfacar, no parece haber leído a mi colega de Academia. Él se lo pierde; se habría enterado de que no es bueno «adjudicar al interlocutor de entrada una actitud perversa...». Tal como él lo ve, todo consiste en que algunos «el fanatismo moral que se deriva de su dogmatismo intolerante lo pretenden llevar al ámbito del derecho, ignorando reglas elementales de la democracia»; ya es mala suerte...
Precisando más, alalimón con la gaditana Ana Chacón, nos procura iluminar el problema: «Establecer plazos para la interrupción voluntaria del embarazo, además de una mayor seguridad jurídica, implica una actitud de respeto a la vida como valor»; lo que sin duda para el no nacido constituirá un notable consuelo...
Dado que los poetas no parecen dar para más, habrá que oír a los éticos: «No es, pues, buena cosa promulgar leyes contra las convicciones de gran parte de la población»; de ahí que se sugiera que «regular la objeción de conciencia del personal sanitario que se niega a eliminar lo que considera una vida humana resulta indispensable para no llegar a un Estado totalitario, que obliga a los ciudadanos a actuar en contra de su conciencia». Dada la angostura del debate planteado, votos en ristre, ya es decir algo. Pero quizá el ciudadano espere que los éticos se arrimen un poco más, aunque no lleguen a coger el toro por los cuernos. No vendría mal que se supiera si les parece bien o mal que durante catorce semanas los no nacidos se vean sometidos a la ruleta rusa.
Es preciso «dialogar sin etiquetas en el seno de la sociedad civil y tratar de descubrir puntos comunes». Sin duda, pero para eso es preciso saber qué piensa en realidad cada cual. De lo contrario deberemos conformarnos con unas procedimentales normas de urbanidad, menos preocupadas de qué habríamos de resolver que de cómo. Me recuerda la anécdota, atesorada por mi compañero de colegio Antonio Burgos, de aquél que enviaba al niño a Inglaterra, no tanto para que aprendiera a hablar inglés como para que aprendiera a hablar bajito. No sé si los tiempos andan como para que los éticos no nos orienten sobre cómo actuar bien y se conformen con que lo hagamos educadamente.
Es obvio que el debate ético se beneficia cuando se da paso a un discurso basado en el mutuo respeto; pero pretender que sea el discurso mismo el que acabe estableciendo lo que es bueno o malo, justo o injusto, no llevaría a ninguna parte. Hablar respetuosamente parece sin duda exigencia ética razonable, pero si se descarta que estemos hablando sobre alguna realidad objetiva, podemos acabar promocionando la logomaquia.
Los juristas y los políticos lo acabarán teniendo siempre bastante más difícil que los éticos. A ellos no les estará nunca permitido torear de salón.
Andrés Ollero Tassara. Catedrático de Filosofía del Derecho