A falta de un ideal ético, el ámbito de la convivencia es un infierno
Levante-Emv
Aristóteles: es evidente que la ciudad es una de las cosas naturales y el hombre es por naturaleza un animal político. Ciudad es la comunidad social y político es ser sociable. Comentándolo, escribe Yepes Stork: en el arranque mismo del ser humano aparecen los otros. La autoperfección humana no puede iniciarse sin educación y no puede continuar sin convivir. Éste es el sentido de la polis, la ciudad.
El propio Aristóteles dice: «el que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia autosuficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios». Frecuentemente, vemos bestia y dios, quizás en la misma persona que transmuta de uno a otro. Andamos insultando, murmurando, maltratando, delinquiendo: es el lado de la bestia; y luego, leyes antinaturales o prepotencia, que usurpan el lugar de Dios.
Convendría contemplar la Ciudad sin olvidar el protagonista: la persona. Así es rechazable toda actitud reductiva por parte del Estado, visto como único ámbito de las llamadas instituciones públicas. La primera dignificación de la polis habría de consistir en evitar dar cabida pública exclusivamente a lo estatal. Es buena la ciudad que encierra dentro de sí afirma Yepes cuanto el hombre necesita. Es mala la contraria.
La política debería orientarse a la vida lograda de cada hombre. El buen político procura la vida buena de los ciudadanos, mientras que el malo busca su propio interés. El que ama, no busca lo suyo. No es el habitual escenario de la vida pública que, no acabando en la clase política, la acapara con notable avidez, tan notable como el desprecio respecto a la inteligencia o el buen hacer del ciudadano que vive intensamente la polis desde otras instancias necesarias en la vida civil: familia, asociacionismo, educación, sanidad, ocio, cultura y tantos cuantos campos sea capaz de ofrecer.
Tal vez la ciudadanía absentista cómoda o alentada marcha en paralelo con la vida pública porque no participa, no es considerada en la toma de decisiones o es engañada continuamente. Quizá es brutal afirmarlo así, pero hay que denunciar lo inmoral. El espectáculo de insultos, la cabalgata de los que cambian su papel por la frase descalificadora, y la desatención por los problemas reales, propician el desprestigio de los políticos y el alejamiento de los mejores. Escuchar cualquier debate parlamentario es oír de todo excepto de lo que toca.
Vivimos del gobierno por encuesta o ideología, pero sin ideales, lo que aleja a los mejores. ¿Por qué? Seguramente porque, a falta de un ideal ético, el ámbito de la convivencia es un infierno. Un pacto escolar, por ejemplo, sería un buen marco, pero lo impide una raquítica concepción del hombre. Así, la democracia no aportará los valores necesarios para la sociedad plural.
Necesitamos una buena educación, verdaderamente humana, y eliminar las causas del desprestigio de la política que, en síntesis, son: los valores últimos y más sublimes han desaparecido de la vida pública, convirtiéndose en privados. La mercantilización ha conducido a relaciones contractuales para satisfacer intereses. No todo es malo, pero tampoco todo debe de ser mercado. La última causa sería la burocratización que ahoga la necesaria sociedad civil o conjunto de individuos capaces de articularse en instituciones privadas y tareas comunes, que constituyen un verdadero servicio público.