¿Alguien va a venir a desmontarlo, a proponer su desaparición?
AbcDeSevilla.es
Nunca nos contaron una historia tan maravillosa, y si alguna vez se demostrara que no fue verdad, siempre agradeceríamos que nos la contaran. Porque todo lo que la rodea es hermoso, todo está armónicamente tocado de ternura y de esa belleza de lo humilde: un establo, unos pastores, una mula y un buey
Y la Verdad que nace. Y todo lo que fuimos añadiéndole a ese mundo de cuento que ya resulta el Nacimiento. No tiene el Nacimiento dos bandos, como tantos relatos bélicos que, más o menos frescos, nos contaban en la infancia.
No hay sangre, ni odios, ni pendencias, ni enfrentamiento, sólo una luz que ilumina un lugar y a ese lugar van todos con la misma intención, al mismo bien.
Cuando en la niñez montábamos escenas con soldaditos de papel, siempre establecíamos dos ejércitos que se enfrentaban, aunque nunca supiésemos bien por qué razón o sinrazón.
Cuando llegaron las figuras de plástico, lo mismo: influidos por las películas del Oeste, a un lado colocábamos a la diligencia y a los vaqueros, y a otro los indios siempre los malos de la historia que preparaban emboscadas en aquel montón de tierra y ripios que sacábamos de las tapias terrizas o de los restos de alguna obra. Siempre el enfrentamiento.
Pero cuando montaban el Nacimiento sólo había un bando, el de la ternura. Todo era el país feliz de diciembre, y en aquel país convivían el río de cristal y las montañas de corcho, el Niño y el pesebre, el recovero y la buñolera, la costurera y los pastores, el leñador y los Reyes Magos...
Aunque no creyera en nada, aunque todo lo que me contaron no fuera sino una leyenda, lo defendería por su belleza, por su ternura y humildad, por el mensaje de fraternidad. Nos hace niños el Nacimiento, y somos incapaces, al montarlo, de incluir cualquier elemento que descomponga el orden que la imaginación fue poniéndole.
La noche de Belén la tenemos tan grabada en la cultura de la sangre, en la cultura de la memoria, en la cultura del tacto y del folclore, en la memoria de los nuestros, que sigue siendo el Nacimiento el país ideal. ¿Alguien va a venir a desmontarlo, a proponer su desaparición?
¿Aceptaríamos la «matanza de inocentes» que supondría perder nuestros personajes anuales, tan tiernos, tan humanos ya como nuestros? Por muchas razones estéticas, me opondría. Y porque el único mensaje del Nacimiento sigue siendo el que más necesitamos: «Paz a los hombres de buena voluntad».