Si el ejemplo cunde, la luz irá ganando terreno a la oscuridad
Diario de Navarra
Me pide un lector que me ocupe en algún artículo de lo que podemos hacer contra la corrupción, y con mucho gusto atiendo esa sugerencia. Como el límite de lo soportable parece más que rebasado, los mismos políticos se han visto obligados a ocuparse del asunto, y enseguida se han mencionado las medidas que se podría y debería adoptar para contener esta especie de tsunami que amenaza con llevarse por delante a nuestra democracia.
El elenco de remedios es amplio y variado, desde la reforma de la ley de partidos políticos hasta el cambio en la financiación de los municipios pasando por la apertura de las listas electorales. Y casi todos parecen suscribir ese tipo de reformas: por una vez, la unanimidad resulta asequible.
La circunstancia que nos hace desconfiar es que son justamente esos mismos partidos, en cuyas filas militan muchos de los corruptos, los llamados a regenerar el sistema. Es muy improbable que uno sea un buen juez o médico en causa propia. Por este motivo voy a dejar de lado el ámbito de la política profesional y me centraré en los ciudadanos de a pie.
Habría que vencer una tentación inmediata: desentenderse de la política, dejar de seguir los temas de la agenda pública e incluso renunciar al voto (¿para qué votar, si son todos iguales?). Nada quieren más los políticos corruptos que una ciudadanía apática para cometer sus desmanes con una impunidad casi total.
Los escándalos, que son noticia a diario, pueden generar la impresión de que todo el mundo es corrupto, y no sólo los políticos. En tal caso, algunos pensarán que sería de tontos no hacer lo mismo y dejar de aprovechar cualquier ocasión favorable para beneficiarse. No está de más recordar que no todos roban o engañan, y que la gente honrada sigue siendo mayoría.
Pero aunque fueran mayoría quienes incumplen la ley, no es razón suficiente para hacer lo mismo. No hay obligación de ser o actuar siempre como los demás. Aunque todos lo hagan, yo no me plegaré a esa práctica corrupta y mantendré la integridad en mi ambiente familiar, profesional o social.
De esta forma, evito que el cáncer llegue hasta mi rincón e incluso puedo aspirar sin jactancia a constituirme en punto de partida de la regeneración necesaria. Mientras esperamos que un foco nos inunde con un chorro de luz capaz de disipar las tinieblas, vamos encendiendo cerillas o velas que iluminarán pequeños rincones. Si el ejemplo cunde, la luz irá ganando terreno a la oscuridad.
Cuando nos encontremos con situaciones injustas, lo primero sería hablar, denunciarlas en las sedes oportunas, desde la tertulia en el café hasta el juzgado de guardia. El silencio puede convertirse en el cómplice de los mayores atropellos. Tantos regímenes totalitarios se han consolidado sobre la pasividad o la apatía de amplias masas de ciudadanos desinteresados de la cosa pública. El aislamiento individual constituye el mejor caldo de cultivo para el despotismo.
Pero los ciudadanos de a pie, además de aguantar el tipo cada uno en su sitio, también pueden organizarse. Hay muchos ejemplos imitables y aquí voy a citar el de los coreanos del Sur que en 1989 fundaron la Coalición Ciudadana para la Justicia Económica.
Los integrantes de este movimiento social que nació por la iniciativa de un pequeño grupo de personas y ahora cuenta con unos 35.000 miembros, gente corriente en su mayoría, investigan el contenido de periódicos, noticiarios televisivos, actas judiciales y documentos varios para reunir la información que permita desenmascarar a políticos y candidatos corruptos o incompetentes.
Luego ni siquiera necesitan acudir a los medios de comunicación tradicionales para dar a conocer esos datos, pues a través de internet llegan a todo el país. Su éxito ha sido fulminante: la población coreana manifestó desde el primer momento un apoyo entusiasta a esa labor y los partidos políticos se han visto obligados a reaccionar y a desprenderse de elementos indeseables.
No todo está perdido; hay remedio para muchos de los males que nos aquejan. Lo que se impone es abandonar la cultura de la mera queja verbal y reaccionar: resistir a la presión corruptora y pasar al contraataque, pues también se contagia la honradez. Igual no conseguimos cambiar el mundo a corto plazo, pero sí dormir con la conciencia tranquila y mirar a los demás a la cara sin complejos: son alicientes no desdeñables.
Alejandro Navas. Profesor de Sociología. Universidad de Navarra