Con frecuencia encontramos a personas que creen pero no practican pues no participan en la vida de la Iglesia. Quizá buscan sinceramente a Dios, aunque sea de un modo tan subjetivo que no garantiza encontrarle ni tratarle de veras.
Unas veces fallan las creencias y otras veces falla la conducta, guiada más por las tendencias emotivas que por la fe en el Dios real.
Este es el tema de un libro de reciente aparición: «Creo pero no practico», del que el autor, Jesús Ortiz López, expone algunas ideas.
Buscando a Dios
La villa burgalesa de Covarrubias, fundada por el conde Fernán González en el siglo X, es hoy un monumental conjunto histórico-artístico alrededor de su Colegiata. En ella destaca el Tríptico de los Reyes Magos, labrado y policromado en el siglo XV. Podemos contemplar en el centro a la Virgen esbelta, gentil y solemne, que ofrece el mejor Don a la humanidad: al Niño Dios, que alarga con naturalidad su pequeño brazo para curiosear aquellos regalos. La figura discreta de San José, en segundo plano, rebosa confianza y paz. Los tres Reyes, ricamente ataviados, se muestran muy señores y reverentes. En esta obra, el artista quiso jugar con el número tres como número de perfección: Tres de la Sagrada Familia, tres Reyes, tres ofrendas, tres sombreros o tocados, y tres animales, porque añadió a la mula y al buey un perrillo fiel.
En esos Magos que llegan hasta Jesús podemos ver el itinerario de los hombres que buscan a Dios, poniendo los medios a su alcance, entre ellos el conocimiento de la naturaleza como huella del Creador. Y también una búsqueda esforzada de la verdad religiosa y moral, superando tantas veces serios obstáculos. Sabemos que su empeño valía la pena, y hoy les podemos aplicar aquel pensamiento de Pascal: «No hay más que tres tipos de personas: unas, que sirven a Dios habiéndole hallado; otras, que se empeñan en buscarlo sin haberle hallado; otras, que viven sin buscarle y sin haberle hallado. Las primeras son felices y razonables, las segundas son razonables, y las últimas son desdichadas».
¿Qué significa creer en Dios?
Un sencillo ejemplo puede ayudar a responder a esta cuestión, pues sucede algo parecido a quien visita un museo sin tener una guía o conocimientos de arte. Al desconocer un itinerario adecuado para la visita, la disposición de cada escuela o las características de un determinado pintor, todo aquello puede parecerle farragoso y cansado, con riesgo de no disfrutar de esas obras de arte.
«Creer en Dios significa, para el hombre, adherirse a Dios mismo, confiando plenamente en Él y dando pleno asentimiento a todas las verdades por Él reveladas, porque Dios es la Verdad. Significa creer en un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo» (Compendio, 27). Es decir, creer en Dios implica aceptar unos principios o verdades de la fe y acomodar a ellos la conducta.
Todos tenemos que esforzarnos con la ayuda de Dios por mantener la coherencia cristiana, y por eso se dice que no hay santos en la tierra. El problema surge cuando uno abandona el intento de coherencia, selecciona unas convicciones personales, y deja de practicar. El libro «Creo pero no practico» estudia este fenómeno dando una visión de conjunto sobre las diversas verdades de fe en su conexión con las demás (Guía para creer), así como el modo de practicarla en la Iglesia (Guía para practicar), y en el mundo (Guía para vivir con fe).
Por qué la Iglesia
«Tu es Petrus...»: estas palabras se pueden leer en la Basílica del Vaticano a muchos metros de altura, pero visibles desde aquella inmensa nave. Fueron escritas en caracteres latinos y griegos de grandes dimensiones, en el tambor que sostiene la cúpula de esa Basílica. Se encuentran justo sobre la vertical del sepulcro de Simón, el humilde pescador de Galilea, elegido por Jesús para ser la roca firme de su Iglesia hasta el fin de los tiempos.
Con un poco de imaginación podría verse la imagen de un moderno cohete espacial, como dijo una vez el filósofo A. Frossard. Si miramos ese famoso baldaquino desde abajo hacia arriba, vemos primero la disposición del sepulcro de Pedro en la cripta, encima está el templete con el altar donde habitualmente celebra el Papa, y más arriba encontramos la cúpula diseñada por Miguel Ángel, con la linterna exterior rematada por la cruz. Todo ello le sugería a Frossard la imagen de una nave espacial con varias secciones que se dirige a las alturas inmensas de los cielos.
Siguiendo esa analogía, la Iglesia eterna abarca el pasado, representado por la tumba del Apóstol, el presente bien visible a través del baldaquino con el altar, y el futuro por la luz flotante de la cúpula. Y así la Iglesia proyecta su vida sobrenatural, a través de la historia y del espacio, abarcando por los cuatro puntos cardinales hacia la eternidad en Dios, fin último de todos los hombres y de la entera creación. Tendríamos que intentar mover nuestra mirada interior de abajo hacia arriba, desde la humildad admirada ante los misterios de Dios, y entonces la Iglesia aparecerá como la obra de Dios en favor de los hombres, que ha comenzado en la tierra pero tiene su fin en la gloria.
Diez caminos para llegar a Dios
Juan Pablo II fue el primer Pontífice en llegar al monte Sinaí, la montaña sagrada en que Moisés recibió de Yahvé las «Diez Palabras» para transmitirlas a los israelitas y a toda la humanidad, por medio de ellos. Porque, si es verdad que estos Mandamientos pertenecen a la revelación de Dios, valen para todos como expresión privilegiada de la ley natural, que sustenta los derechos fundamentales de la persona humana. Juan Pablo II afirmó en ese monte que «los Diez Mandamientos no son la imposición arbitraria de un Señor tiránico. Fueron escritos en piedra, pero estaban ya escritos en el corazón humano como la base de la ley moral universal, válida en todo tiempo y lugar». Los Mandamientos de Dios salvan a los hombres de las fuerzas disgregadoras del egoísmo, del odio y de la falsedad, que llevan a ser esclavos de los ídolos y a esclavizar también al prójimo.
En los Mandamientos se contiene la sustancia de la ley moral natural pues, aunque está inscrita en el corazón de los hombres, su conocimiento ha sido oscurecido por el pecado original y los pecados personales. Para alcanzar un conocimiento completo y cierto de las exigencias de la ley natural, la humanidad pecadora necesitaba la revelación de Dios. La Nueva Ley de Cristo lleva a su plenitud la Antigua Ley: «No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas: no he venido a abolirla sino a darle cumplimiento» (Mt 5,17). Con ello Jesús enseña que los Mandamientos no son un límite mínimo sino una senda abierta que lleva a la plenitud personal, y el camino común para todos.
Es bueno practicar la religión porque nos ayuda a situarnos en el mundo con una respuesta ante los interrogantes más profundos del hombre y a evitar una actitud de autosuficiencia, que oscila entre la exaltación soberbia del hombre en los éxitos y la desesperanza en los fracasos. La religión es la actitud del hombre que le inclina a reconocer a Dios como Creador de todo y a respetar las realidades sagradas que reflejan a Dios, como son la Iglesia o los sacramentos.
Para terminar, podemos decir con el teólogo Romano Guardini: «Tanto más sabe el hombre de sí mismo cuanto más se entiende a partir de Dios. Pero para ello debe saber quién es Dios, y esto sólo puede hacerlo si acepta lo que Él dice de sí mismo»
Jesús Ortiz
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