El bien y el mal no lo inventa cada uno
TemesD´Avui.org
Pocas personas esgrimen el subjetivismo y el relativismo moral cuando aparecen notorios casos de corrupción en la primera página de los periódicos o en las portadas de los telediarios.
En la mente de todos están casos de corrupción empresarial y política como el caso Gürtel, el desfalco del Palau de la Música, la corrupción urbanística en Marbella, Andrax, El Egido, Santa Coloma de Gramanet y Sant Andreu de Llavaneras, entre otros, la prevaricación y tráfico de influencias de Castro de Rei (Lugo), la falsificación de facturas y el blanqueo de dinero procedente de negocios denigrantes.
Ante casos como estos, la vasta mayoría de gente reacciona airada y, a veces, hasta desmoralizadas, cuando apenas se ha digerido un escándalo y ya aparece otro. Sin paliativos, condenan a los imputados, a menudo, sin esperar siquiera a que los tribunales dictaminen.
Es evidente que, por honor a la verdad, no se deben hacer juicios condenatorios sin salvar la presunción de inocencia. Pero la reacción deriva de los hechos que se cuentan, los cuales sí pueden juzgarse como malos.
Nadie sensato calificaría de virtuosa la acción de aprovecharse del poder en interés propio dañando a terceros, ni el desfalco de quien tiene un cargo de confianza o se aprovecha de su reputación de honorabilidad para estafar a los demás, ni quien se enriquece aprovechándose de un cargo público cuando lo que se espera de él es que lo desempeñe con justicia y en servicio de la comunidad.
Los jueces dirán si estas acciones son o no imputables a los acusados, pero las acciones están ahí, y reclaman un juicio moral. La gente lo hace, y además de un modo prácticamente unánime.
Pero, ¿no predicaban algunos que en moral todo es relativo, y que cada uno tiene sus valores, tan buenos como los de cualquier otro? Deberían reconsiderarlo. Cuando los valores supremos de alguien son el dinero, el poder, o servir al propio ego, puede ocurrir lo que ahora escandaliza; y con razón.
Casos como lo que vivimos, escandalizan a cualquier persona decente, e incluso a los que no lo son tanto. Sin tapujos, son acciones intrínsecamente malas que se pueden argumentar con sólidos argumentos éticos.
El subjetivismo y el relativismo moral han sido por largo tiempo como una verdad incuestionable. Pero este 'dogma' se está derrumbando, aunque quedan todavía muchos ámbitos en los que imperan. Pero algo se está moviendo.
La corrupción puede contribuir a que muchos se convenzan, si aún no lo estaban, de que existe una correcta jerarquía de valores que lleva a poner los valores éticos por encima del dinero, el poder y la vanidad.
En realidad, no sólo la corrupción está arrinconando el subjetismo y el relativismo moral. También los escándalos financieros, el atropello de derechos humanos fundamentales en muchos lugares del mundo, y la destrucción del medio ambiente contribuyen a ello.
Estos y otros fenómenos sociales están abriendo los ojos a más de uno, y llevan a reconocer que el bien y el mal no lo inventa cada uno, sino que hay que buscarlo y descubrirlo, lo mismo que se descubre y no se inventa la verdad.
Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga. Y, la corrupción, ciertamente perversa, puede traer como bien un despertar a la verdad, y a una mayor estima por los valores éticos objetivos. Esto es, reconocer qué es lo que mejora como ser humano a quien lo realiza, y al revés, qué es aquello que lo degrada.