El sentido común más elemental fluye en esas líneas que me parecen relevantes
ReligionConfidencial.com
Pilar Rahola no figura entre mis personajes preferidos, la verdad. A pesar de ser periodista (y eso podría suponer de entrada algún punto a favor), discrepo de sus planteamientos nacionalistas catalanes, no comparto la trayectoria política que ha desarrollado, y no se me olvida la descortesía de acudir a La Zarzuela a ver al ciudadano Borbón, como dijo a las puertas de palacio.
Lo cual no quita para que, dada su condición de integrante de tertulias periodísticas, aprecie alguna de sus intervenciones, que llevan detrás bastante sentido común. Lo mismo que determinados artículos que firma.
Este largo preámbulo viene a cuento de una columna que Pilar Rahola publicaba el martes en La Vanguardia, con el mismo título que encabeza estas líneas: Empanada de laicidad. Creo que merece ser comentada.
Tras confesar que en su agenda vital no tiene cita con Dios, «quizás porque amo mis dudas y mis miedos», reconoce que en su casa monta un magnífico pesebre. Explica que sus hijos, educados en una escuela laica, conocen el simbolismo católico. «Cantan villancicos, se divierten preparando los Pastorets, y saben que Montserrat es, para una mayoría de los catalanes, una montaña de intenso contenido sacro.
La nadala del Rabadà, cantada por los niños, es un momento álgido de nuestra Navidad familiar, que celebramos con dedicación. Nuestro comedor de casa convive, pues, en sana armonía entre una educación laica y una tradición católica, lo que somos y de dónde venimos, y en la suma de la identidad milenaria que nos acoge, y los valores modernos que nos atañen, está la ecuación que nos define: laicos de cultura católica.
Por supuesto, forma parte de esos valores respetar otras religiones y culturas. Pero hay una enorme diferencia entre dejarse seducir por mundos nuevos, y no saber de qué mundo venimos. Y si Catalunya tiene mil años, su tradición católica los acompaña».
Rahola continúa: «Todo esto que he escrito no parece suficiente para algunos comisarios de la tontuna políticamente correcta. La nueva religión, impuesta a golpes de una alarmante empanada ideológica, quiere borrar de un plumazo la tradición de siglos e imponer un libro de estilo, cuyos parámetros no son ni históricos, ni identitarios, sino estrictamente ideológicos.
Tenemos que ser multiculturales por decreto, no fuera caso que millones de personas vinculadas a una historia de siglos molestaran a los ciudadanos que vienen de fuera. ¿Que somos culturalmente católicos? Pues a borrarlo del mapa, para ser un poco musulmanes, judíos, budistas o seguidores de la bruja Lola y así, no siendo nada, somos de todo el mundo. La Arcadia feliz, en versión pijoprogre. O lo que es lo mismo, la desnaturalización de una cultura, por la vía de la imposición política.
El último ejemplo de esta tendencia a capar nuestra identidad cultural lo ha protagonizado el Consell Escolar de Catalunya, que acaba de aprobar una propuesta para cambiar el nombre de las vacaciones de Semana Santa y Navidad, por las de invierno y primavera.
Para ir haciendo boca, algunas escuelas públicas ya han eliminado los pesebres y Els pastorets, y no sé si hacen el Ramadán para acabar de ser solidarios. En fin, he escrito a menudo que me preocupa el relativismo ético de nuestra sociedad. Y así es. Pero no sé si me preocupa aún más la tontuna ideológica».
Y el artículo termina así: «Porque entre los que "tanto me da", y los que me da tanto, que saco las tijeras, capo la cultura de siglos e impongo un paternalismo estúpido, vamos mal por ambos lados. Del tantsemfotisme, al pijoprogresismo, la pregunta es quién resulta más peligroso para una sociedad. Y la respuesta es fácil: ambos son igual de letales».
Considero que el sentido común más elemental fluye en esas líneas que, escritas por quien las suscribe, me parecen relevantes. Espero y deseo que las hayan leído en Barcelona y en Cataluña.